Antes de que Miguel Ríos, Bruno Lomas o Los Brincos llegaran a las listas de éxitos, Los Pekenikes ya estaban allí, con sus teclados y guitarras eléctricas, y oído avizor a los sonidos pop y rock que llegaban del mundo anglosajón a inicios de los 60. Auténticos arqueólogos musicales y con más de medio siglo de carrera a sus espaldas, dos de los miembros originales del grupo madrileño, junto a savia nueva en coros y metales, ofrecieron un guateque variado en la despedida festiva en La Pérgola a ritmo de pop, surf, jazz, r&b, aires flamencos, psicodelia y hasta guiños a la música clásica.
Dejemos las cosas claras. Cuando surgió el germen de los Los Pekenikes, en el instituto Ramiro de Maeztu, Jhonny Cifuentes, de Burning, que actuaron el día anterior en La Pérgola, era un niño de cuatro años. El pop y el rock estatal no habrían sido lo mismo sin ellos, una banda de éxito masivo que llegó a acompañar a Karina, telonear a The Beatles en su concierto estatal de 1966 y por la que pasaron músicos y cantantes de éxito posterior en solitario como Juan Pardo, Junior, Tony Luz y Luis Eduardo Aute.
Con estos mimbres y casi 60 años de escenarios y carretera en sus veteranos huesos, los supervivientes de Los Pekenikes convencieron en la clausura musical de Aste Nagusia en La Pérgola en una noche desapacible, de sudadera o jersey, con solo 16 grados pero a la que el sirimiri dio una tregua. Y eso que el sonido no estuvo –ni mucho menos– a la altura en el arranque del concierto cuando sonaron Cinco dedos/Soul Finger, con una mezcla de secciones deslabazada y una batería demasiado seca que se imponía al resto de instrumentos.
A medida que avanzó el recital y se logró empastar el sonido, el grupo demostró su condición de arqueólogos pop y, con 11 músicos en su formación, con sección de metales y tres coristas poco aprovechadas incluidas, mostró muchas de las paletas sonoras de su discografía, a excepción de la inicial y más rockera, en la que hacían versiones de héroes foráneos y hits como Locomotion, Riders on the Storm, La Bamba, She Loves You o Be Bop A Lula. “No podemos, ya no tenemos un cantante rockero”, se justificó a DEIA el actual líder del grupo, el batería Félix Arribas, tras el bolo festivo.
El poder de los instrumentales
Con las voces femeninas como recurso muy secundario, Los Pekenikes ofrecieron un recital que, en casi hora y media y 20 canciones, demostró el poder de los sonidos instrumentales en la música popular de los años 60 y 70. Y en la suya propia. A los 10 minutos ya habían tocado su hit Hilo de seda, el que “nos dio a conocer como grupo instrumental”, según el batería, al que siguió una adaptación jazz fusión y funk con guitarras rock de Eleanor Rigby entre solos de sus dotados músicos, una constante que se repitió con asidiudad.
Frente a Palacio, con violín y una armónica interpretada por el bajista Ignacio Martín Sequeros, cofundador del grupo y que se lució también a la armónica, nos envolvió entre sonidos folk y medievales antes de dar paso a uno de los momentos cumbre del recital, la interpretación de la escapista y alucinógena Cerca de las estrellas, testimonio del rock psicodélico de finales de los 60 –“buscaré otro mundo, lejos del sol, de las estrellas, un lugar donde siempre brille la luz en las tinieblas”– y sobre cuya interpretación sobrevoló el fantasma de los Pink Floyd de Syd Barrett.
Con un destacado papel de otro veterano, el guitarrista Toni Obrador, quien a finales de los 60 ya tocaba con ellos y que, cual “hijo pródigo”, ha vuelto a la formación, el conjunto, atacó Dolores, con las voces femeninas al micrófono y volviendo a mezclar r&b, funk y disco music antes de provocar los bailes en la parte final de la carpa con varias andanadas de swing, hasta charlestón y aires de easy listening entre recuerdos a Los Relámpagos y a las orquestas de Bacharach y Paul Mauriat.
Cual pintor que monta una retrospectiva de los diferentes periodos de su carrera, Los Pekenikes se atrevieron a interpretar una introducción instrumental inspirada en Bach antes de versionar El tiempo pasa, original de Booker T. & The M.G.´s; concitar los bailes maduros al son del vals Lady Pepa; proponer una simbiosis de western y surf entre Morricone y The Shadows y levantar al público con su imperecedero Palomitas de maíz, versión del original Pop Corn firmado por Gershon Kingsley, que sonó casi electrónica, como Azul y Negro, y que la formación recuperó tras años sin tocarla por hartzago. “Nos daba asco”, reconocieron.
Alentados por los aires andaluces de Viento del sur, hicieron amago de irse tras 65 minutos, pero el falso bis sí que ya logró propulsar los bailes y palmas desde que sonaron Embustero y bailarín, otro meddley de jazz, soul y r&b, y ya, mirando al reloj, Robin Hood y una adaptación instrumental de la copla Los cuatro muleros, de Federico García Lorca, que podrían firmar The Shadows y Tarantino incluir en sus sangrientos westerns. Al final, repetición de 5 dedos y un deseo de estos arqueólogos musicales: no tardar otros 13 años en volver a Bilbao. “Si seguimos aquí”, aclaró Félix Arribas. No en vano, este histórico tiene 79 tacos. Tantos como Indiana Jones.