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Los que creían y los que ya sabían

EN algún momento tocará poner a prueba los relatos sobre la sostenibilidad ambiental, el bienestar social y su contraste con la gran ecuación que construye la ideología. Nos resultará útil para no sorprendernos del modo en que el refugio de ser consecuentes acaba dejando a la intemperie los límites del compromiso.

En materia de sostenibilidad ambiental, la expectativa política de la izquierda vasca la ha llevado a tener que encarar proyectos cuya impopularidad alimentó. Donde antes primó la protección del medio ambiente y una estrategia de obstaculizar todo proyecto de energía –también renovable–, hoy es obvio que la soberanía energética es un proceso de sustitución; de descarbonización, pero no de desenergización. Se puede ser más eficiente, pero no volver a las velas y a quemar en la cocina económica –que además emiten CO₂–. Ahí está la Ley de Transición Energética, que enarboló la izquierda abertzale y que establece la responsabilidad de cada administración.

Pero el dogma decía otra cosa y, en el nivel municipal, que es donde se topa con la vecindad, el automatismo es que el impacto ambiental de la actividad humana, mejor en otra comarca. Así que dimiten los concejales que se creyeron el relato o asumen por imperativo legal los que tienen que gestionar la realidad para no dejar la gestión a otros. Todo esto es tan propio de la naturaleza humana que no debe mover al reproche. Más pecado tienen quienes sabían desde el principio que esto solo podía ser así: que la humanidad contamina y su bienestar aún más y que las necesidades comunes supondrían compromisos colectivos, que es la suma de los individuales. Gobernar es tragar sapos. Y hacerlos tragar. Pero, de nuevo, EH Bildu se pone de perfil para exigir al Gobierno vasco que atenúe lo que ellos mismos exigieron cumplir. Un poco de pedagogía ayudaría a ser consecuente.

2025-03-25T07:09:05+01:00
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