OCURRIÓ lo que no estaba previsto en ningún cálculo, lo que solo entraba en los sueños. Cuando sucede algo así se comprueba que lo ideales son la única forma de saber que estamos vivos. La memoria, al elegir lo que conserva y lo que desecha, no sabe de casualidades y ayer domingo, cuando San Mamés despidió del gran Mauri (hubo también un adios Fidel Basterra, un directivo que trabajo en la sombra con José Julián Lertxundi...) guardará para siempre un partido que los leones jugaron como jugaban aquellos otros leones, los Once Aldeanos: a degüello y con la convicción que nace de sentirse invencibles. El viejo Mauri lo hubiese vivido con la misma emoción de los más de 40.000 que ayer domingo le rindieron un emotivo adiós.
Lo mejor que tienen el fútbol es la capacidad de sorpresa. Hay algo que no pierde el Athletic en la inmensa mayoría de sus tardes, de sus noches en San Mamés, el amor propio. Ese fue el gran motor, dicho sea con permiso de Oihan Sancet y su fulgurante, fresca y extraordinaria aparición, que explicó la segunda parte de los rojiblancos. El amor propio que guió a los leones, malheridos tras las heridas de Mallorca y el consecuente varapalo de Marcelino, en pos de la vendetta. Si a ello se le suma que no hay nada más peligroso que no arriesgarse (la Real Sociedad vino con cautelas, a nadar y guardar la ropa...) se explica un 4-0 que vino, además, tras aquel penalti que Muniain lanzó con timidez, cuando todo estaba aún por escribirse. Verle al capitán marcar el cuarto gol y celebrarlo con rabia demuestra que se sacaba una espina del corazón.
Las mejores imágenes del Athletic - Real Sociedad. Fotos: Pablo Viñas
Venía a San Mamés esa que llaman la Real Sociedad de los talentos pero éste es un Athletic de corazón en el puño, un Athletic que va cuajándose como un equipo bragado, hecho para las grandes empresas. Como un equipo que cree en que nada es imposible.
No fue uno de esos días en llamas de la mañana a la noche pero sí que se vivió in crescendo. Entre la poca presencia donostiarra en las calles y el disgusto reciente se respiraba en las horas previas un estado de calma expectación. Diez minutos antes de que comenzase el partido, sin embargo, San Mamés ya era un caldero en ebullición. El Athletic es una religión que no tiene ateos y quienes se acercaban a La Catedral llegaban con fe, con la esperanza de volver a vivir una noche grande y con el ánimo de no tener una pizca de caridad con el rival. Remiro recibió el castigo del juicio de San Mamés y cuando paró aquel penalti sonreía... Más tarde se le borró la sonrisa.
El Athletic jugó uno de aquellos partidos de los que habla la leyenda de Mauri y los Once Aldeanos... ¡Qué gran homenaje!