Lucía Ixchíu es solicitante de asilo. Huyó de Guatemala tras años de activismo en defensa del territorio en los que ha sufrido persecución y violencia. Ahora, en Euskadi, vive su situación con total incertidumbre. "Cuando llegamos nos decían que la prioridad era Afganistán; ahora es Ucrania. No sabemos qué va a pasar, pero yo no quiero quedarme en situación irregular".
¿Por qué huyó de Guatemala?
-Nosotros nacemos activistas y defensores del territorio, pero me metí de lleno después de que en 2012 el Ejército masacrara mi pueblo por manifestarnos en contra del alza de la energía eléctrica; desde esa fecha mi familia ha sido parte de campañas de difamación y de persecución del Gobierno. Además, en mi trabajo de periodista me ha tocado vivir violencia. En 2020 nos tocó documentar la tala ilegal en el bosque comunal donde vivo. Fuimos agredidas con machetes y con armas que no podíamos igualar, eso dejó fracturas en las costillas de mi hermana y a mí me lesionaron el nervio ciático. En Guatemala nos espera la cárcel, el entierro o no sabemos qué.
Usted denuncia que las políticas de asilo y migración son paternalistas, racistas y tutelares. ¿Cuál ha sido su experiencia?
-Nos ha tocado ir a las entidades estatales de acogida y desde la recepción el trato es frío. Me he encontrado con personas que no te miran a la cara, que no te tratan como gente, sino como número. Hubo un episodio que yo sentí muy violento. Un día nos citaron para darnos el sitio de acogida que nos habían elegido. Nos dijeron que era en Lugo, que el baño no servía y que no había muchas cosas. Era una situación precaria y nos dieron cinco minutos para decidir si nos íbamos o no. Lo rechazamos y la respuesta fue sorprendente: básicamente nos dijeron que éramos unos malagradecidos por no aceptar lo que se nos estaba dando, porque están acostumbrados a que las condiciones de miseria de los migrantes nos obliguen a recibir básicamente lo que nos dan y en las circunstancias en las que nos las dan.
¿Y se quedaron fuera del sistema?
-Sí. Ahora estamos por nuestra cuenta tramitando el asilo. Conseguimos que Martin Etxea nos acogiera. A pesar de que Bilbao tiene sus particularidades, hay un ecosistema de solidaridad y de gente que trabaja con migrantes como no lo hay en otros sitios en el Estado; nosotros no queríamos ir a otro sitio, queríamos quedarnos aquí por eso.
¿Se ha sentido discriminada por la acogida que ha dado Europa a las personas de Ucrania?
-A mí me parece súper bien que haya solidaridad, eso lo primero. Y lo segundo es que la solidaridad selectiva de los pueblos es la doble moral de quienes la ejercen, no de las personas que la están recibiendo. Hay que eximir a Ucrania de esa solidaridad selectiva, pero no vamos a engañarnos, hay una cuestión de la pigmentocracia que es innegable. Europa ha demostrado que, cuando hay voluntad política, se puede. También que, desde la pigmentocracia y desde las prácticas racistas, hay preferencias. Hay un trato discriminatorio muy naturalizado y normalizado para con los migrantes, nos han visto y nos ven como segunda o tercera categoría de gentes.
¿Le ha tocado vivir violencias aquí en destino?
-Aquí me han pasado varias cosas, en Madrid especialmente. Me tocó vivir racismo en la calle; una persona nos persiguió durante varias cuadras y se puso a gritarme india. En Madrid también me pasó que al entrar en cualquier sitio a comprar comida me pedían mi pasaporte. Yo me quedaba sorprendida porque a mi compañero, que es de tez blanca y pelirrojo, nunca se lo pedían. Hay una cuestión con los rasgos, con el color de piel.
En Centroamérica no hay una guerra declarada, pero la gente huye de situaciones de violencia que se podrían asemejar a una guerra.
-Las guerras son de distintas formas, en Guatemala nosotros hemos descubierto las guerras de baja intensidad, donde se asesina a la población de hambre. Actualmente mueren a diario más personas que cuando había una guerra debido a la delincuencia común, si eso no es una guerra. Se hizo la firma de los acuerdos de paz en 1996 pero la situación es de guerra, de violencia, de grupos paramilitares ahora denominados maras, de narcotráfico. Pero hay un interés de que esto no se conozca, porque toda esa región tan pequeña pero tan enriquecida y tan biodiversa sigue siendo un negocio rentable para el Norte global.