Resulta difícil de abarcar todo lo que es María Intxaustegi. Pocas personas tienen su currículum y experiencia. Historiadora, arqueóloga submarina, navegante... Atiende a este periódico tras una de sus expediciones a la Antártida, que es ya como su segunda casa. Pero ha estado inmersa en muchos proyectos y tiene en mente unos cuantos más. Habla castellano, euskera, inglés, italiano y griego. Esta aventurera donostiarra es un torbellino en el mar... y en tierra firme.
Navegante, arqueóloga submarina, historiadora… ¿Cómo se define usted?
Soy María, y ya está. En todo caso, soy una persona que tengo una pasión exagerada por la mar, que me gusta trabajar, me apasiona lo que hago y quiero pasarlo bien. Soy licenciada en Historia. Si te refieres a papeles o títulos, porque al final hay que pasar por el aro, soy licenciada por la UPV en Historia y Arqueología, he hecho un máster, tengo estudios de Doctorado centrados en Historia Naval y luego tengo el título de buzo hiperbárico hasta 60 metros de profundidad. Y a nivel náutico, soy patrón de altura, lo que me capacita para llevar algunas embarcaciones a nivel profesional. Con eso puedo ser capitán de barco.
Y también es guía o líder de expediciones. ¿Para eso también hace falta un título?
Para eso no. ¿Cómo se llega a ser guía? Por todo junto. Debes tener un bagaje: ser biólogo marino, historiador, geólogo... Aparte de eso, tener experiencia, ser inquieto. Yo he tenido una formación constante. Además, tienes que saber manejarte en un territorio hostil, con fauna salvaje. Todo eso unido a que sepas navegar y que te guste manejarte con la expedición. Cada guía tiene su manera de llevar la expedición y liderarla. No soy una persona de cuidar al máximo al cliente en plan preguntar si las toallas están limpias, pero intento empujar al límite de la aventura al cliente, siempre dentro de la seguridad, exprimir al máximo a la expedición. Cada guía es único.
¿De dónde le viene esa pasión por el mar?
No tengo familia ligada profesionalmente al mar, pero mi madre se baña en La Concha todos los días y mi hermano es surfero. Nunca tuve un camino claro. Empecé Historia porque me encanta, pero de forma paralela me hice buzo profesional. En la carrera, un profesor habló de arqueología subacuática y después de clase le pedí más información. Tuvo la mala idea de comentarme que la arqueología submarina era cosa de ricos y de hombres férreos y fornidos, me vino a decir. En fin. Pero yo ahí ya supe que había encontrado mi vocación.
¿Cómo empezó su trayectoria profesional?
Estuve trabajando en un par de pecios (restos de naves que han naufragado) en la zona de Catalunya. Estaba a la vez haciendo un máster y me dieron un premio por mi tesina sobre el astillero de La Habana en el siglo XVIII. Me empezó a gustar mucho la investigación, pero acabé desencantada con el sector académico, son un poco ajenos a la realidad. Yo tengo pasión por el conocimiento y la investigación, pero si su labor no se enfoca en divulgarlo de forma adecuada. No acaba de repercutir en la sociedad. Así que empecé a meterme en la industria offshore (industria de altamar): cableado submarino e infraestructura. Si lanzas un cable submarino, o quieres construir parques eólicos, eso requiere de estudios previos del subsuelo marino. Tiré por ahí.
¿Y cuándo empezó a decantarse por ser patrón de barco?
Me saqué el título de patrón portuario y con eso ya podía ser patrón profesional. Siempre me había gustado la vela. Conseguí ser patrón profesional de embarcaciones pequeñas, me hice skipper o patrón de charters por el Mediterráneo. Llevaba veleros y catamaranes. Me lo pasé muy bien. Y ahí tuve un pequeño golpe de suerte, aunque no me gusta llamarlo suerte, porque hay que currárselo. Mi currículum es a base de trabajar y estudiar, de invertir en formación. Por ejemplo, para ese momento me vino bien tener el C2 de italiano, que me lo saqué cuando estuve de Erasmus en Italia. Hablo italiano perfecto. Total, que en un puerto italiano vi a un capitán las maniobras que estaba haciendo con un velero, yo creo que le había dado al pimple. Le dije al dueño: Que sepas que yo puedo hacerlo mejor que ese. Y dijo: Pues tienes carácter, me gusta, vamos a probar. Le echó y me contrató a mí. Y resulta que era el CEO de una de las farmacéuticas más importantes de Italia, así que me convertí en skipper privada de la industria farmacéutica italiana. Llevaba sus veleros de lujo por el Mediterráneo. Eso hice de 2012 a 2018, cuando lo dejé para ser guía de expedicion del Bark Europa, que hace expediciones por la Antártida y el Océano Austral.
¿Cómo surgió la oportunidad del Bark Europa?
Me contactaron ellos. Buscaban un guía de expedición que se saliera un poco de la norma. Es un velero holandés de tres palos y 30 velas, que pretende aportar un enfoque más histórico a las expediciones. Varios conocidos dieron mi nombre. Dijeron: Hay una zumbada que creo que le va al pelo el puesto, porque es patrón profesional y ha estudiado Historia. Y es verdad. Es que era mi puesto, me estaba esperando. Es el barco donde sigo navegando.
¿Qué rutas suele hacer?
Hago rutas antárticas y subantárticas, sobre todo. La temporada antártica son tres viajes cortos al año, o uno largo y uno corto. El último que he hecho ha sido el corto: 22 días. La salida y llegada es en Ushuaia (localidad situada en el archipiélago de Tierra del Fuego, el extremo austral de Sudamérica). La larga son 52 días entre el cabo de Hornos y el de Buena Esperanza.
¿Cómo son las expediciones?
El pasaje va a hacer también guardias de mar, no es solo navegar. Nos ayudan. Les enseñamos muchas cosas de nuestro trabajo, por ejemplo, coser las velas. Llevan incluso el timón. Vigiladísimos, claro, pero lo llevan. Cruzamos el Paso de Drake, que son 4-5 días de navegación por uno de los pasos más difíciles. Llegamos a la Antártida y ahí empezamos con los desembarcos. Les llevo a pingüineras o cementerios de icebergs, que son icebergs que se quedan encallados en aguas poco profundas y se van derritiendo. Distintos puntos de la Antártida que conozco. Estamos unos diez días por ahí y luego vuelta.
Cuéntenos su labor.
Es estresante, pero me gusta la caña. Recuerdo que la primera vez no dormía nada, quería tener todo controlado, intentaba enseñar a los clientes todo lo posible. Fue mucho estrés. Ahora lo disfruto más. Puedo parecer muy loca, pero tengo gente a mi cargo y soy muy responsable, hay que exprimir la experiencia, pero siempre con seguridad. Estoy muy pendiente de la meteorología, porque es muy extrema y cambiante. Igual está el día estupendo y veo cuatro nubes por ahí y sé que se va a complicar el día. Ninguna broma.
¿Cuánta gente son en el barco?
Yo soy la líder de la expedición y hay otros dos guías. Hay también un capitán, un primer oficial, un jefe de cocina y un ayudante, los marineros y los maquinistas, porque intentamos ir siempre que podemos a vela, pero también tenemos motores. Unos 17 de tripulación. Y lo demás pasaje, pero no muchos, porque les ofrecemos una experiencia única. Una docena de clientes podemos tener. El precio anda por los 11.000 euros. La verdad es que no es mucho. Son 22 días todo incluido: hay que pagar permisos, que son muy caros, el combustible, los suministros, salarios y mantenimiento del barco.
La Antártida, para los que no la conocemos, nos parece un lugar inhóspito, difícil.
¿Inhóspito? Para nada. Frío sí, pero inhóspito no, está lleno de vida. Es un lugar que engancha. No es silencioso, que es otra de las cosas que la gente piensa. En verano hay una explosión de vida con pingüinos, focas, ballenas. No te lo esperas. Por ejemplo, llegar a una bahía y estar rodeado de 15 ballenas. Te esperas glaciares, pero no tan enormes. Y siempre hay cosas que te sorprenden. El primer desembarco lo hacemos siempre en las islas Shetland del Sur. En este último viaje, había en esa playa cinco elefantes marinos, que no es normal que estén tan al sur. Yo estaba emocionada, pero los clientes estaban más pendientes de los pingüinos. Eso te lo da la experiencia.
Otros lugares que le hayan sorprendido.
Las Malvinas son un paraíso, con prados verdes con vacas y villas tipo inglesas y a la vez pingüinos. Es magnífico. O Tristán de Acuña, que es la isla habitada más remota del mundo, entre Sudamérica y Sudáfrica. Está a 12 días navegando de Ciudad del Cabo. En medio de la nada viven 163 personas. El nombre de la ciudad es Edimburgo de los Siete Mares, que no puede ser más épico. Llegas ahí y dices: ¿Qué es esto? ¿Pero dónde os habíais metido? Viajar por mar te abre mucho la mente, te trivializa lo que no es importante. Da igual de dónde seamos. Todos queremos ser felices, estar tranquilos, que alguien nos quiera… y luego están las tonterías.
¿Siente miedo en algún momento?
¿Miedo? Todos los días. ¿Pero tú sabes dónde estoy? El miedo es tu alarma. Si no tienes miedo a subir a las cuatro de la mañana a plegar la vela real a 30 metros de altura y menos siete grados… El miedo me hace no dar un paso en falso, me obliga a hacerlo bien. Es adrenalina. Necesitas el miedo, pero domado, no descontrolado. No puedo cometer un error.
Trabaja en condiciones extremas.
Tienes que estar en forma y ser capaz de trabajar a tope, en condiciones difíciles, y a la vez transmitir esa calma al pasaje. Tampoco puedes tener vértigo. Igual estás en cubierta con el pasaje, tienes que subir a 30 metros a plegar una vela y al bajar sigues con la charla. Eso tranquiliza, porque ellos no están acostumbrados a navegar. Te ven subiendo y pueden sentirse inseguros, pero tú tienes que transmitir que controlas. Eso en el barco. En la Antártida madrugo mucho, miro la meteorología, hago el plan del día. Intento que, si vienes conmigo, puedas ver la Antártida lo máximo posible. Tienes que controlar todo, pero a la vez estar abierta a las sorpresas. En este último viaje, por ejemplo, se me subió un pingüino a la zodiac, algo que no me había pasado nunca.
Su vida es un contraste entre esa naturaleza apabullante y la ciudad. ¿Cómo es su relación con ambas?
En los viajes te sientes en conexión con la naturaleza, en el fondo también somos animales. Estoy cada vez más conectada con la naturaleza y menos con la ciudad, aunque la ciudad también tiene aspectos buenísimos como ir a la playa, al teatro o tomar unos potes con la cuadrilla en El Antiguo. Pero muchas enfermedades, agobios o ansiedades vienen de no encontrar el tiempo para ti ni la tranquilidad contigo mismo, que en otros ambientes sí encuentras. En la naturaleza volvemos a nuestra esencia. Me encanta navegar bajo las estrellas, luego duermo tranquila y satisfecha. No estoy en contra de la tecnología, pero cuando veo a chavales pegados al teléfono… en nuestro barco no hay internet, te pasas días y días sin conexión. Hay gente que me ha dado las gracias solo por eso. Piensas: ¡Cómo nos hemos complicado! Hay contraste, pero diferencio muy bien la vida en el mar y en la tierra. Cambio el chip fácil. Yo voy a trabajar. stoy fuera medio año aproximadamente, el otro medio año estoy de vacaciones aquí, y eso me da calidad de vida.
¿En qué otros proyectos está inmersa?
Voy a empezar a trabajar en abril con National Geographic Expeditions, que son expediciones culturales. Vamos a ir por el golfo de Vizcaya. Vamos bordeando la costa desde Lisboa hasta Dublín, pasando por Galicia, Euskadi o Burdeos. Es posible que hagamos una parada en Pasaia. Me vuelvo dos semanas a Donostia y luego voy a Copenhague, de donde salimos a hacer rutas por el Báltico durante un mes. Yo voy de historiadora y de guía de expedición. Intentaré dar al proyecto una perspectiva histórica y cultural, pero también de naturaleza. En julio, cuando acabe, empiezo con un proyecto para la Universidad de Florida sobre la flota hundida de Tristán de Luna en 1556. Hace años colaboré con ellos y les dije que seguramente esos barcos fueron construidos en el País Vasco. Ahora me han dicho que les busque pruebas. Me dedicaré tres meses a eso, va a ser un trabajo más de biblioteca. El verano pasado, por ejemplo, también estuve con un cableado subacuático entre Irlanda e Islandia.
Veo que tiene ya un prestigio internacional.
No sé, puede ser. Soy muy abierta también, eso ayuda. Me gusta trabajar, hacer las cosas bien. Después de los proyectos que te he dicho, empezará otra temporada antártica. De noviembre a febrero estaré con el Bark Europa.