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María Senovilla: “Con una foto no vas a parar una guerra, pero si no estuviéramos allí, pasarían cosas peores”

Corresponsal de guerra en Afganistán y África, ahora cubre la invasión de Ucrania. “Hay días tranquilos y otros en que te tienes que meter en una trinchera bajo tierra”
María Senovilla ofreció una conferencia sobre fotógrafas y reporteras de guerra en Bilbao.
María Senovilla ofreció una conferencia sobre fotógrafas y reporteras de guerra en Bilbao.

Tiene a su madre “quejumbrosa” porque acaba de llegar de Ucrania y ya está pensando en volver, pero, aun así, su familia “lo lleva mejor” que al principio. “Ahora puedo hablar todos los días con mi casa, hacer videoconferencias para que vean que sigo entera...”, cuenta la fotoperiodista María Senovilla, que ofreció el martes la conferencia Fotógrafas y reporteras de guerra: la otra mirada del conflicto en el Museo del Nacionalismo Vasco de Sabino Arana Fundazioa.

Dice que en Ucrania quedan pocos periodistas y fotógrafos del Estado. ¿Ya no interesa la guerra?

—Todas las guerras tienen un pico de información muy alto de uno o dos meses y luego se diluyen. Esta, como nos ha tocado en Europa y seguimos padeciendo las consecuencias, se está prolongando un poco más, pero ya no ocupa portadas ni abre informativos.

Si hablamos de mujeres corresponsales de guerra, la cifra se reduce.

—Es muy difícil encontrar mujeres. Quedan reporteras de televisión, rodeadas de equipos de hombres, alguna plumilla y fotógrafas, poquísimas. Cubriendo el frente de combate, soy la única española. Me encuentro con las del New York Times, con alguna francesa... Ya nos conocemos.

¿A qué atribuye que sean tan pocas?

—Al estado de la profesión, del fotoperiodismo en España, que, comparado con las tarifas que pagan en otros países, te hace imposible vivir de esto. Yo lo compagino con hacer crónicas, radio, televisión... Además, hay otros factores, como la conciliación.

Sigue al pie del cañón en Ucrania. ¿No le pasa factura emocional?

—La guerra saca lo mejor y lo peor de las personas. Ves situaciones muy duras que traspasan la lente de la cámara, toda la destrucción, el dolor, la muerte, pero también historias de vida de gente maravillosa que se abre a ti, te sienta en su mesa y compensa.

Más de 300 días cubriendo el conflicto dan para muchas fotos y crónicas. ¿Con cuál se quedaría?

—Con los testimonios de civiles que habían sido torturados y vivían en un estado de terror en las zonas ocupadas por las tropas rusas. Son cosas que parecen de otro siglo, pero están sucediendo. El primer bombardeo y el segundo te impactan, el tercero es otro más. Esos testimonios no son uno más. Yo no los voy a olvidar nunca.

¿Es partidaria de mostrar la crudeza de la guerra o de ‘sugerirla’?

—No hay que infantilizar al público. A veces damos por hecho que esto va a herir sensibilidades o no lo van a saber entender y el público es lo suficientemente adulto. Si son fotos muy explícitas, se puede poner un aviso, pero sí soy partidaria de contarlo.

No siempre se puede mantener el tipo. ¿Se ha llegado a derrumbar?

—Muy pocas veces, pero tampoco es malo. Poder ponerte en los zapatos de la otra persona te ayuda a transmitir lo que siente. Intento no derrumbarme porque pienso que no tengo derecho, con lo que ellos están pasando. Yo en un momento dado cojo un billete de tren y me puedo volver a mi casa. Ellos igual se han quedado sin casa.

Hay reporteras de guerra que han pasado a ser noticia. ¿Lo comparte?

—No. Entiendo que te puedas derrumbar y te pueda pillar en directo, pero cuando se hace por sistema, como hemos visto en algunos casos, están haciendo un flaco favor al periodismo, porque tú estás ahí para contar la desgracia que sucede en Ucrania, no si tú estás sobrepasada.

Secuestros, violaciones... ¿Ha llegado a temer por su vida o integridad?

—Los tres últimos meses, en el frente del Dombás, he vivido con ellos en las trincheras y no me he sentido ni siquiera incómoda. A lo mejor son un poco paternalistas –esto es muy peligroso para ti–, pero irrespetuosos no.

Con los móviles, soldados y civiles retransmiten la guerra. ¿Aporta valor añadido o tiene sus riesgos?

—Aporta un valor añadido y también tiene sus riesgos si la gente que lo ve no lo sabe poner en contexto porque, por desgracia, vivimos inmersos en la era de la desinformación y la guerra de la desinformación y de la propaganda también es parte de la guerra.

Sostiene que la mirada de las mujeres sobre el conflicto es diferente.

—Cuando veo a compañeros hombres trabajando en las trincheras hacen cierta camaradería con los soldados exacerbando el valor de la batalla. En cambio, una mujer pregunta cómo se siente, cómo está su familia, si su madre tiene más hijos en el frente... Nuestra mirada es más amplia. No nos da miedo ni vergüenza preguntar más allá del ardor de la batalla. Eso aporta contexto y ayuda a contar la guerra porque al final la guerra son las personas que la están viviendo.

¿Cómo es trabajar en primera línea?

—Hay días que vas a una posición muy en primera línea y está todo tranquilo, puedes hacer entrevistas en profundidad y deleitarte con la foto, y otros en los que, según pones un pie, empieza un bombardeo y tienes que meterte en una trinchera bajo tierra.

¿Es cierto que hay quien retransmite las guerras desde el hotel?

—Muchos contaron la guerra desde Leópolis, a más de mil kilómetros de donde se estaba produciendo, y cobrando más que yo. No estoy de acuerdo, pero si se lo consienten...

¿Qué me dice del ‘mito’ del corresponsal que bebe con los colegas?

—En los frentes de combate en Ucrania hay toque de queda y ley seca. Lo que haga cada uno en su hotel o lo que lleve en la maleta no lo sé. Bastante tengo con hacer de mujer orquesta, porque lo de los freelance tiene tela. A mí no me da para emborracharme a las tantas de la noche. (Ríe).

¿Qué le diría a un recién licenciado que sueñe con ser corresponsal?

—Que se forme muchísimo. Cuando estalla un conflicto, los medios están dispuestos a publicar casi cualquier cosa que hagas, pero si quieres mantenerte, tienes que aportar un valor añadido, entender cómo funciona el entorno militar, saber de geopolítica, conocer la historia del país...

Afganistán, África... ¿Qué tienen en común todos los conflictos?

—Las víctimas civiles que están en su casa y de un día para otro ven su vida rota en mil pedazos o en pausa. Gente que se ve obligada a abandonar sus hogares, el dolor, la pérdida...

La foto de Aylan, el padre sosteniendo la mano de su hija muerta en el terremoto de Turquía… Fotos que conmueven, pero pasan al olvido.

—Son necesarias. Con una foto no vas a cambiar el mundo ni a parar una guerra, pero si no estuviéramos allí, pasarían cosas aún peores.

2023-06-02T04:55:03+02:00
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