Marian Izagirre, la presidenta de Chernobil Elkartea continúa en Katowice, Polonia desde donde está gestionando la salida de los menores de la zona de Chernobil que habitualmente pasan los veranos en Euskadi y ahora mismo intentan salir de Ucrania. Hoy espera la llegada de 18 personas que después vendrán a nuestro país. Pero llegar a este punto no ha sido nada fácil como ha reconocido esta mañana en Onda Vasca-Grupo Noticias.
Sólo tiene palabras de agradecimiento para Álvaro Sáiz y el resto de integrantes de Galdakaoko Boluntarioen Gizarte Elkartea que les ayudan en todos los trámites que es necesario cumplir para poder llegar a Euskadi. "Si no fuera por ellos no sé qué hubiéramos hecho", reconoce. "Hemos estado muy perdidos. No sabíamos por dónde empezar. Fue un descubrimiento hablar con Álvaro que sabe lo que hay que hacer. Esto no es como coger el topo y llegar a destino", remarca.
Desde la modestia que le caracteriza, Álvaro Sáiz recoge el guante y recuerda que desde que llegaron a Polonia tenían claro que querían poner un poco de orden en el caos. "Encontramos un monasterio después de tocar muchas puertas y los franciscanos de allí, que vieron la oportunidad. No se imaginaban que estando a tres horas de la frontera iban a poder ayudar", explica.
"Lo que hacemos es que las personas que van saliendo, las asociaciones de acogida de Chernobil nos van diciendo quienes están en tránsito, les guiamos al monasterio ahora con la ayuda de Marian. Tienen su habitación, los franciscanos preparan comida y después se les va metiendo en los autobuses para que vengan", señala.
Sin embargo no van a venir todos los menores con los que trabaja Chernobil Elkartea. "Tenemos familias que se quieren quedar todos juntos, otros los padres porque tienen hijos mayores de 18 años. Hay que respetarles. Otros salen y se quedan en Polonia. Es comprensible. Cuanto más te alejas, más cuesta volver", afirma su presidenta Marian.
El resultado del trabajo de Marian, Álvaro y el resto de voluntarios tiene la mejor recompensa posible. La felicidad de Marisa Arizmendi, su marido José Ignacio y de Vika por poder estar juntas de nuevo. En su voz se nota el alivio y la alegría. Llevan 10 años compartiendo los veranos pero antes, este matrimonio ya vivió la misma experiencia con Iván. Ahora Iván se ha tenido que quedar en Ucrania por la ley marcial y su mujer y sus hijos están en casa de Marisa. La decisión de irse de su país no fue nada fácil. "Iván tiene un niño de un año. Le costó mucho pero vio que era necesario. La casa estaba bombardeada y tenían que salir".
La familia de Iván está ahora a salvo junto a Vika y junto a Marisa y José Ignacio. "Somos familia", dice Vika que ha dejado su pueblo natal Ivankiv y a sus padres y abuelos tras el duro asedio sufrido. "Todos los días había bombardeos. El miedo era que los primeros días los rusos mataban a la gente que veían por la calle y por eso no salíamos a la calle. Teníamos mucho miedo, un miedo horrible", relata.
Ahora respira alividada después de un viaje muy largo. Desde ayer Marisa les ofrece techo, comida y seguridad sobre todo aunque eso haya supuesto un giro de 180 grados en su vida y la de su marido. "Nos ha cambiado la vida por completo. A mis 72 años con niños pequeños pero es una alegría verles contentos", asegura. "Mi hija vive cerca y nos echa una mano. No nos vale ni con un coche. Somos seis. Primer día ayer y prueba superada", afirma feliz. Es más no tiene dudas. Les acogerá "el tiempo que haga falta, mientras sea necesario y con todas las consecuencias". Una felicidad que, asegura Alvaro, es su "gasolina", "poder ver a la gente feliz después de haber pasado días horribles".
Ahora bien, Alvaro insiste en que esto no es un camino de rosas. Recuerda que la gente que llega a la frontera apenas hace unas horas que se ha despedido de su familia. "Aquí es más la mochila y ese es el problema". Y añade que en el caso de los menores y familias de Chernóbil, tienen un vínculo previo y eso hace que haya una relación y una confianza.
Es diferente, recuerda, las familias que se han prestado para acoger a refugiados en sus casas con los que no tenían un vínculo previo. "Tienen que saber que son personas que estarán con una depresión de caballo, que pueden no comer, encerrados con el movil y eso puede crear culpabilidad entre quienes acogen. Ante la duda es mejor no hacerlo", subraya. "Ellos tienen la cabeza en Ucrania", concluye.