Aventajado, a lo 35 años, Mark Cavendish era un ciclista que mendigaba un contrato tras su capitulación en el Bahrain en 2020, donde sus prestaciones se redujeron sensiblemente. Por aquel entonces, su glorioso pasado, 30 triunfos de etapa en el Tour, solo cuatro por debajo de Eddy Merckx, el campeón infinito, no le servían en el linkedin del ciclismo. Nadie apostaba por un velocista amortizado, con más memoria que presente y un futuro escaso. Sus últimos cursos eran la radiografía de un exvelocista con la vitrina repleta, pero escaso de velocidad. Un corredor en retirada. El reprís, la chispa necesaria, le había abandonado. Ley de vida. La vejez. La lógica. Las fibras rápidas son las primeras en languidecer. Cavendish era arrugas y recuerdos de tiempos mejores. Un velocista enorme de la nostalgia. Con eso no se come.
El británico, olvidado en el desván de los sinsabores, padeció una depresión. Su bajada a los infiernos desde la cúspide le convirtió en un ciclista anónimo, enorme su pasado, escueto su presente, inexistente su futuro. Una vieja gloria. Un aristócrata en decadencia El esprinter de la Isla de Man, donde las motos corren alocadas, se recicló en un corredor que caminaba como un pistolero cansado hacia su ocaso. Le esperaba la puesta de sol. Su historia grandilocuente estaba a punto de capitular entre escapadas que buscaban una onza de protagonismo porque no le alcanzaba con sus piernas, que le abandonaron, en los debate eléctricos de la velocidad.
Tour de Francia Cae el récord de Eddy Merckx en el Tour
La vida, danzarina, esconde, sin embargo, giros inesperados, hechos alucinantes. Milagros que se acumulan en el ciclismo, un deporte con demasiadas interrogantes. Patrick Lefévere, patrón del Deceuninck, que dirigió al inglés en los mejores días, rescató de la inmundicia y recogió de la irrelevancia a Cavendish. Le abrió las puertas de su casa y el británico mutó de inmediato. No quedaba nada de su óxido. De repente, era un animoso y vigoroso muchacho. Se convirtió en lo que siempre fue, un velocista feroz dispuesto a cazar más gloria. Sucedió en 2021. Cavendish, que transitó años banales, recuperó el brío. Sufrió una conversión. Lázaro, levántate y anda. La resurrección fue tal que en aquel Tour logró la friolera de cuatro victorias de etapa.
De repente, el viejo velocista, acartonado durante años, con las piernas apolilladas, encontró la velocidad perdida. Un acontecimiento. Inaudito. Tenía 36 años. Salió disparado de aquel Tour, pero Lefévere decidió no convocarle para el próximo. Cavendish, que había igualado con Merckx el récord de victorias de etapa en el Tour, con 34, se mudó al Astana al año siguiente para encontrar un triunfo que diera sentido a su infatigable persecución del récord del Caníbal. El pasado curso abandonó el Tour con una fractura de clavícula y el alma rota. Al final de la campaña sopesó su retirada, pero el latido de ser el hombre con más victorias en la carrera francesa alimentó su fuego interior. Quiso seguir vigente. En el Astana conformaron un bloque para proteger y lanza a Cavendish a la eternidad. Era la causa de Vinokourov y el velocista inglés. En un pueblo de Francia en la que se venera la petanca –acoge la federación mundial de la especialidad–, un deporte contrario al riesgo, el vértigo y la velocidad, el inglés se sublimó para siempre. “Ni me lo creo. Fue una gran apuesta de Astana para este Tour y lo logramos”, dijo Mark Cavendish tras beber del Santo Grial, la fuente de la eterna juventud.