Javier Múgica inaugurará en la Fundación San Prudencio un nuevo ciclo de charlas de apoyo postadoptivo impulsado por la Diputación Foral de Álava. El especialista es socio de la cooperativa vizcaína de iniciativa social Agintzari.
¿Las experiencias traumáticas acompañan a la mayoría de niños adoptados o hay excepciones?
–La experiencia nos dice que los menores adoptados traen con frecuencia una mochila de experiencias muy traumáticas, aunque también hay niños que vienen prácticamente perfecto y apenas vamos a notar nada. La variación es inmensa y hay diferencias entre los lugares de origen y las experiencias. Desde quien ha llegado bien atendido a quien lo hace en unas condiciones muy lamentables, lo cual repercute en múltiples aspectos. En la convivencia, en cómo van evolucionando o en sus necesidades. Esa mochila es siempre muy indeterminada, pero todos los aspectos del desarrollo, de la convivencia, de las relaciones o del mundo interno están condicionados por las atenciones que se han tenido previamente.
¿Cuáles son las secuelas más habituales que afectan a estos niños?
–Pueden ser de muchos tipos. Los niños que durante las etapas más infantiles han tenido básicamente que aprender a sobrevivir van a tener un gran retraso. Pensamos que son muy pequeños, pero ellos ya han vivido solitos y solitos han tenido que aprender a resolver todas las cuestiones de la vida. Desde las relaciones hasta lo que sienten, piensan y hacen. Revertir todo ese proceso va a llevar mucho tiempo y va a afectar a la vida familiar, a cómo desarrollan los vínculos, que siempre estarán lastrados por lo que han vivido de sufrimiento o maltrato, o a los aprendizajes. Sabemos que más de la mitad vienen ya con situaciones muy comprometidas. Y el problema es que el resto del mundo no las conoce, no las entiende, no las quiere ver o piensa que son fruto del mal hacer de las familias o de la perversidad de los niños. Es muy habitual pensar que son malos, desobedientes, vagos... y esto no ayuda, porque muchas veces nos vamos a estrategias de premios o castigos que no suelen ser ni eficaces ni adecuadas cuando hablamos de niños con experiencias de mucho más trauma.
¿A qué herramientas deberían recurrir los padres en estos casos?
–Las herramientas tienen que ser muy diversas, pero la más importante es la convivencia diaria y cotidiana. Todas las rutinas que hay en una familia son las que ayudan y facilitan esas mejorías en el poco a poco, al ritmo que se puede. El problema es que no siempre mejoran a la velocidad deseada o en cantidad. Todo el mundo espera una normalización, cuando son niños que con frecuencia tienen un retraso madurativo en diferentes áreas de su desarrollo. Tener que dirigir todas las energías hacia la supervivencia implica todo menos lo que sabemos hacer o lo que nos interesa. Revertir esto es lento y requiere también de la complicidad y la participación de los ámbitos educativo y sanitario. Pero en la vida cotidiana hay miles de cosas que en las dosis adecuadas aportan.
¿Para estos niños es posible despojarse de esa mochila totalmente o, de una forma u otra, les va a acompañar durante el resto de su vida?
–Hay de todo, pero nadie va a olvidar estas experiencias vividas en edades tan tempranas. Y el abandono es entre un estigma y una experiencia que puede ser dolorosa y durar mucho. Prácticamente ninguno se libra del abandono perpetuo, lo cual no implica que vaya a ser infeliz o tener una vida normal. Pero es una experiencia que no se olvida. Luego hay otras secuelas que pueden ser más problemáticas, sobre todo cuando afectan a ciertas capacidades o habilidades de tipo más funcional como el autocontrol, la gestión de las emociones, cuando no trastornos de salud mental que pueden ser más o menos duraderos.
¿Los progenitores llegan muy 'perdidos' a sus charlas?
–Suelen empezar muy ilusionados. Ya nadie llega con las ideas de hace 20 años, en eso sí que hemos evolucionado. Pero ante este tipo de situaciones en la vida cotidiana, la gente necesita de otro tipo de apoyos y orientaciones. Ese es el objetivo de estos ciclos, trasladar que con lo habitual no basta. Que puede ser insuficiente o no conveniente cuando un menor necesita tratamientos más estructurados, más duraderos, más comprometidos o más complejos que no todo el mundo no conoce.
¿Por ejemplo?
–Son distintas medidas que pueden ofrecer la escuela, la Sanidad, la comunidad en general... con estos niños hace falta algo más que buena voluntad y recetas fáciles.