Bizkaia

“Me enganché al alcohol y la heroína y temí acabar en la prostitución”

Esta treintañera de Algorta, licenciada en Londres, advierte de que “cualquiera puede caer en la droga”. Gizakia atendió a un centenar de universitarios en 2022
Aunque muchos adolescentes banalizan el consumo del cannabis, sus efectos son muy nocivos a su edad porque no tienen desarrollado el sistema nervioso central.

"Estaba tan metida en ese mundo que no pensaba ni en el futuro ni en mí”. El planeta por el que ha deambulado casi una década esta treintañera de Algorta, licenciada en Londres, estaba sembrado de drogas con las que tropezaba una y otra vez de la mano de parejas adictas, a imagen y semejanza de su padre, alcohólico y maltratador. En esa travesía perdió a un novio, su salud, trabajos, amistades... “Las drogas te pueden arruinar la vida y cualquiera puede caer. No tienen nada que ver los estudios ni la posición económica. Están a la orden del día y te puedes enganchar sin darte cuenta”, advierte con la firmeza de quien ha sufrido los estragos en su propia piel.

Parapetada bajo un nombre escogido al azar, María confiesa que siempre ha “tonteado un poquito” con las drogas. “Con 17 años empecé a fumar porritos y me ofrecían alguna raya de cocaína, pero de vez en cuando”, precisa. Tras suspender la selectividad, su madre la envió a Londres para estudiar y alejarla de una pareja que también consumía. “Me quedé allí trabajando y años después me animé a hacer una carrera. Yo entonces bebía alcohol por ocio cuando salía. Conocí a un chico español que consumía heroína y la probé una vez. No sabía que él estaba enganchado. Se suicidó y estuve un poco sola y depre. Acabé el último año a trancas y barrancas. Estaba deseando volver”.

Al cobijo de su madre, pero sin trabajo ni amigos, con 30 años empezó a ahogar su soledad y desesperanza en alcohol. “Lloraba mucho y bebía para desahogarme. Consumía bastante y de forma habitual. Mi madre me llevó a Gizakia y empecé el tratamiento, pero no me lo tomé en serio”, reconoce. Además de su adicción, se llevó a otro mal compañero de viaje. “Conocí a un chico y con él empecé a tontear con la heroína. ¿Has probado esto? Sí, una vez”. De ahí en adelante todo fue cuesta abajo.

“Creía que era gripe y era el mono”

A medida que crecía su dependencia de la heroína y de su pareja, María fue dejando “todo de lado”. “En casa pensaba que tenía gripe, no me podía levantar de la cama, me encontraba muy mal, muy cansada, y era que estaba pasando el mono. No se lo dije a mi madre, pero ya le necesitaba a él y necesitaba consumir. Llegué a dejar de aval un ordenador, un reloj... Suerte que no cogí más cosas, ni le cogí nada a mi madre. Gracias a Dios, pero llegué a ese punto”, se sincera.

Mi madre me tuvo que echar de casa y me vi viviendo en la calle. Me dio miedo que me pasara algo

María - Ex consumidora de alcohol y heroína

Anulada, en caída libre, tocó fondo. “Mi madre no quería, pero me tuvo que echar de casa, supongo que para que me diera cuenta, y me vi viviendo en la calle con este chico. Los dos consumíamos y estábamos un poco pasados. De repente se iba a coger algo y me dejaba sola o se lo quería consumir él solo. Me dio miedo que me pasara algo”, dice y ahonda en su inquietud. “Me enganché al alcohol y la heroína y temí acabar prostituyéndome. Ahí ya me di cuenta. Ahora lo pienso y digo: ¿Cómo podía estar así y no pensar en el futuro, en qué hacer, en cómo quiero vivir?, pero me envolví tanto...”, se resigna.

Tras contárselo a su madre, lo comunicó también en Gizakia, adonde solía llamar para dar largas y no asistir al tratamiento por su adicción a la bebida. “Ellos ya veían que faltaba y al final me atreví a decirlo. Me recomendaron ir a la comunidad terapéutica de Gordexola. Conocí a otro chico y seguí consumiendo, pero al final lo dejé y salí reforzada”, cuenta, dejando patente el bucle en el que se hallaba inmersa. Incluso encontró trabajo como profesora de inglés en varias academias. “Cuando consumía y seguía con él llamaba a la academia para decir que no podía ir. Me mantuvieron ese año, pero al siguiente me dijeron: Hasta aquí. He estado un poquito a trancas y barrancas, la verdad”.

Hasta el año pasado María estuvo trabajando en una academia de Bilbao. “Caí en una depresión. Estaba saliendo con otro chico, que no consumía, pero tampoco estaba muy a gusto con él y, al dejar la relación, volví al alcohol”. Tras sus pequeñas remontadas y numerosas recaídas, actualmente se encuentra de baja y lleva un año sin consumir. “Estoy tomando medicación para el alcohol y la psiquiatra me sigue dando un opiáceo. Estoy abstinente total”, cuenta con el orgullo de quien comienza a retomar las riendas.

Ahora que ha “abierto un poco los ojos” María ha tomado consciencia del tiempo perdido. “Me da rabia porque pienso: Jo, ya tengo una edad, el futuro que quería no lo he conseguido... Me machaco un poquito, pero estoy aprendiendo a no hacerlo, a pensar en el presente y a seguir adelante, que todavía tengo posibilidades. Estoy estudiando. A ver si me repongo un poquito”.

Mientras avanza en su recuperación y se aleja de ese mundo que fagocitó parte de su juventud, María comparte su experiencia para que a otros no les ocurra lo mismo. “Se empieza consumiendo alcohol el fin de semana y hay veces que te pasas un poquillo. Hay que andarse con ojo con cuánto consumes y cómo porque yo al final cogía borracheras horribles. Yo tengo amigas que consumían por ocio, salían a tomar una cerveza y paraban ahí, pero yo no sabía parar”, admite. Las familias, en ocasiones, permanecen ajenas. “Era agosto, hacían 31 grados y yo tenía frío, pero logré ocultar mi adicción. Mi madre se daba cuenta de que salía mucho, de que estaba muy pegada a aquel chico, pero del consumo y de que era heroína, no”.

Preocupa el perfil universitario

Lejos de ser un caso aislado, la Fundación Gizakia atendió en Bizkaia el año pasado a un centenar de personas con estudios universitarios, que solicitaron atención por “consumos problemáticos de sustancias y otros comportamientos adictivos, como el juego patológico”. Una cifra que se incrementó en más de un 3% con respecto a 2019 y que a la directora de la entidad vizcaina, Estíbaliz Barrón, le suscita “preocupación”. El motivo, que junto a “la población con unos niveles de deterioro y exclusión muy grandes, que lleva muchos años de consumo y responde más al imaginario social de qué es una persona drogadicta”, existen otras, como los estudiantes, que pueden pasar más desapercibidas.

Puede ser uno de nuestros hijos tranquilamente, no llega a diario borracho, pero su consumo es mantenido

Estíbaliz Barrón - Directora de la Fundación Gizakia

“Hay diferentes tipos de consumo: pastillas, cocaína, cannabis, alcohol, lo que hace que las personas que tenemos al lado no nos aparezcan con esa especie de puntito rojo: Mira, este tiene pinta de ser yonqui. No, es gente como tú y como yo”, asegura Barrón. Es más, “puede ser uno de nuestros hijos tranquilamente. Todos los jóvenes llegan algún día con una borrachera, pero cuando alguien establece una adicción no llega necesariamente a diario borracho. Sin embargo, está teniendo un consumo mantenido de alcohol, que le está colocando en una situación de alcoholismo total”, advierte.

Del millar de personas con adicciones que tocaron la puerta de Gizakia en 2022, un 7,6% habían pasado por una facultad, lo que a la directora le parece “un volumen significativo”. Más de la mitad solicitaron ayuda por beber alcohol, un 20% por su adicción a la cocaína, un 12% por consumir cannabis y un 5%, anfetamina, mientras que el 3% de usuarios tenía problemas de juego patológico.

De este combinado de datos la directora de Gizakia extrae varias lecturas, que “los tipos de consumos que se dan actualmente resultan menos disruptores en la vida cotidiana” y que, a diferencia del global de usuarios, en su mayoría adictos a la cocaína, entre los universitarios la droga más extendida es el alcohol, que muchos simultanean con el cannabis. Además de constatar que “esta población se está viendo afectada también por los problemas de drogas”, Barrón resalta el hecho de que “en este momento están siendo capaces de pedir atención para que la droga no les saque fuera del circuito de inclusión social”. Algo que aplaude, ya que “cuanto antes empecemos a trabajar con esa persona y antes se dé cuenta de que necesita hacer un cambio, el daño va a ser inferior y el pronóstico, mejor”.

Conscientes por el confinamiento

Si algo bueno tuvo el confinamiento durante la pandemia fue, según apunta la directora de Gizakia, que “muchas de estas personas tomaron conciencia” de su adicción. “Se dieron cuenta de que empezaban a consumir alcohol en casa porque lo necesitaban y de que tenían un problema. Hasta entonces pensaban que eran consumidores sociales o lúdicos”, comenta. A otros el clic les salta cuando el consumo de sustancias “les afecta a su vida cotidiana o en el rendimiento de los estudios”, cuando “los gastos son desmedidos” o “salen solo para consumir”.

Las familias, por su parte, también pueden detectar cambios en sus comportamientos. “Puede haber niveles de irritabilidad más elevados o una sensación de mayor aislamiento. También es muy importante ver si mantiene las amistades de antes o tiene otras y si ha bajado su rendimiento. Si una persona convive con nosotros y está haciendo un uso abusivo de sustancias o un juego patológico, lo vamos a ver”, señala.

Una vez el problema está sobre la mesa, aconseja, “hay que hablarlo tranquilamente con la persona: Estoy observando este tipo de cosas. ¿Qué te está pasando? También nos vienen familias preocupadas: He detectado esto y no sé si puede ser un momento vital o tiene un problema. Les podemos ayudar también en esa discriminación”, ofrece.

Si el consumo problemático da la cara a tiempo, quizá la persona “pueda compatibilizar sus estudios con un tratamiento a nivel ambulatorio, sin necesidad de ingresar en la comunidad terapéutica. Intentamos que todas aquellas cosas que están normalizadas y son favorecedoras para el desarrollo de la persona las mantenga”, explica Barrón, a quien no le preocupa “tanto que en la adolescencia se produzcan consumos de experimentación como el hecho de que se mantenga en el tiempo o que esas transgresiones de la norma no tengan ninguna consecuencia”. En este sentido insta a ponerles límites. ”Hay padres y madres que vienen muy asustados, pero que sabían que el chaval tenía una planta de cannabis en casa. Es un poco contradictorio. Te encuentras con adultos que incluso han fumado con sus hijos. Hay que marcar límites”.

06/02/2023