Antes de la pandemia, Eduard Fernández vio en Buenos Aires El mar de noche, una obra de teatro de Santiago Loza. Impresionado, compró un libro del autor y descubrió el monólogo Todas las canciones de amor. Tiempo después, en 2020, su madre, Ana María, enferma de Alzheimer, murió en Barcelona y él no pudo despedirse en persona porque estaba en Madrid confinado. Tras ese difícil momento, el actor decidió homenajearla montando este texto con algunas modificaciones que incluyen episodios y detalles personales. Y pidió a Andrés Lima que le dirigiera.
Sobre el escenario, Fernández se transforma en ella. Una mujer en camisón y bata que se siente confusa y a la que los recuerdos la sorprenden de manera desordenada. Y en él, en el hijo, Eduardo, en un juego escénico con el que el Gayarre continúa celebrando el Día Mundial del Teatro.
¿Cómo va la gira?
–Está yendo muy bien. La verdad es que estoy un poco impresionado y muy feliz porque, aunque es un proyecto muy de equipo y está dirigido por Andrés (Lima), a la vez es muy personal. Al final estoy yo solo, sola sobre el escenario. Tenía mucha curiosidad por saber cómo se recibiría en distintos lugares de España, porque cada sitio tiene su idiosincrasia, pero está funcionando igual en todas partes. Las reacciones son muy intensas, el público está presente al cien por cien, con unos silencios densos... Está siendo una experiencia muy bonita.
La historia, dice, es muy personal, y la vez qué universal es lo que cuenta.
–Absolutamente. Supongo que por eso se recibe igual en todas partes, porque todo el mundo tiene madre. Ha venido más de una persona que me ha dicho ‘¿de qué conoces tú a mi madre?’ Exactamente así. La obra tiene mucho que ver con las madres de una determinada generación. De alguna manera, a todo el mundo le suena esta historia. Y lo que más me está gustando es que tiene mucho de popular. Me encanta que le guste a la gente de la calle.
La función llegará al Gayarre dentro de los actos del Día Mundial del Teatro. Sin duda, un buen momento para reivindicar las tablas, a las que Eduard Fernández ha vuelto después de unos años. ¿Tenía ganas de regresar al escenario?
–Sí. Siento que las tablas me alimentan, me dan estabilidad, baremo. Veo a actores muy jóvenes que hacen sobre todo series y me parece que eso a veces está un poco lejos del oficio. Estar solo en el escenario me ha centrado. Es un tour de force, un reto, y todo esto me va bien porque yo quiero mucho a mi profesión, siento mucho respeto hacia ella, y esta experiencia me está viniendo bien para recordar lo esencial.
¿Sabe, se respira, se vive distinta una interpretación en vivo, en un teatro, que ante la cámara?
–Es otra cosa, sí. Es el mismo oficio, pero parece otro. Yo interpreto distinto en cine que en teatro. En el teatro tienes que interpretar la máscara. Y no por ello es menos verdad que cuanto haces cine o televisión. La interpretación contiene la misma verdad, pero hay algo de estilo, algo un poco más trascendental, un punto más elevado en el teatro que en el naturalismo puro.
Además, el público del teatro manifiesta su opinión en el momento, incluso por su forma de respirar.
–¡Claro! Es parte del reto y al principio me provocaba pavor. Los primeros días, antes de salir al escenario estaba aterrorizado. Luego me he ido calmando. Noto que ahora disfruto mucho más la obra, que puedo jugar con el público... Ya digo que está siendo muy bonito.
¿Y cómo lleva la soledad en escena, no tener más asidero que su propio oficio y un buen texto, claro?
–Bueno, esto es así, yo quería probar la experiencia y podía haberme salido mal; pero no, no me he equivocado, me gusta mucho. En este caso, el ritmo lo marco yo. He necesitado unas cuantas funciones para llegar a asumir la plenitud del escenario, y ahora estoy disfrutando mucho.
“ Tenemos una deuda con esas madres que renunciaron a tanto para permitirnos encontrar nuestro camino ”
Antes lo comentaba, ‘estoy solo / sola en el escenario’. Porque aquí hay un juego entre la madre y el hijo.
–Totalmente. De hecho, uno de los grandes piropos que me ha echado gente que me conoce es que al poco de empezar la función se olvida de mí completamente y entra en la ficción. El teatro y el cine tienen algo ancestral, y es que, en esta sociedad, en la que estamos todos muy desengañados de muchas cosas, como de la política o de la justicia, que dicen que es igual para todos... ¿Por qué siguen sosteniendo cosas tan absurdas? Pues eso, que en estos momentos difíciles, vas a una obra de teatro o a ver una película y, aunque sabes que estás viendo a unos actores interpretando una historias, eres capaz de emocionarte, de reír, de llorar... Es muy curioso ese fenómeno que se produce en el cerebro de los seres humanos y que nos permite creernos una ficción y entrar en ella. Es muy hermoso. Se produce de manera natural, por eso es cultura, supongo, porque toca un punto muy particular de la mente de las personas.
Esta historia es, en efecto, muy personal. ¿De alguna manera le ha servido para mitigar la pérdida, para pasar el duelo?
–No lo sé, supongo que sí, aunque te tengo que decir que hay algunos días en que me pregunto si esto es bueno. Vivo mucho la emoción y hay momentos... Es una obra muy intensa en ese sentido. No sé, yo quería hacer este homenaje a mi madre y también quería pasearlo por los pueblos. Mi padre y mi madre viajaban mucho por España y cuando llego a un sitio hablo con ella y le digo ‘mira, mamá, hoy en Pamplona’. Y ella –el actor cambia la voz por un momento– me dice ‘ah, sí, haces todo esto, ¿y no te cansas?’ Me parece hermoso el viaje personal que estoy haciendo.
¿Y qué cree que diría Ana María?
–(Fernández vuelve a cambiar la voz)... ‘Uy, ponme un poco más guapa, no con esa bata...’ Y luego diría, ‘pero, hijo mío, si a ti te gusta, a mí también’.
Con esta obra nos permite asomarnos a parte de su intimidad, pero de una determinada manera, sin caer en la pornografía emocional.
–Eso es. Hubo un buen amigo, buen actor y buen crítico, que me confesó que cuando le conté la idea le dio miedo por aquello del ego, por eso de hablar de uno mismo... Pero luego le ha gustado. Porque esto es otra cosa. Tengo la sensación de que he hecho algo con mucho riesgo, que podía haber estado o muy bien o muy mal, sin punto medio. Y veo que está saliendo bien. Además, no es todo personal. El texto original es de Santiago Loza y yo le he añadido cosas personales. El hijo se llama Eduardo, de pequeño se hacía pis en la cama, era enclenque... Todo este proceso me ha servido para recordar aquella fragilidad brutal. Tenía una falta de confianza total, me sentía muy pequeño y desvalido y estaba muy apegado a mi madre. Así que sí, de alguna manera siento que estoy paseando mi intimidad por España y me está gustando.
¿Por qué pensó en Andrés Lima para dirigir este montaje?
–Nos conocíamos desde hace años y habíamos trabajado juntos como actores en la obra de teatro Retorno al hogar. Nos llevamos bien, somos de la misma generación, nuestras madres son de la misma edad y Andrés me parece muy bueno. Sentí que era alguien en quien podía confíar y que me podía cuidar en el escenario. Porque una vez que decidí quién iba a dirigir la obra, tenía claro que debía ponerme totalmente en sus manos. Y no dirigirme yo. Era un reto que ambos teníamos que cumplir y lo hemos hecho.
¿Y qué ha sido lo más difícil a la hora ponerse en la piel de Ana María; los gestos, la manera de caminar?
–Lo más difícil ha sido tener la confianza suficiente para hacer todo eso. Al final, ser actor implica un entrenamiento físico y emocional, y, poco a poco, a medida que ensayas y ensayas, la cosa va llegando. Yo tenía claro cómo era mi madre, cómo se expresaba, sobre todo al final, los juegos que hacía, cómo y cuándo mentía, cuando pasaba algo por alto... La conocía bien y en la obra hay una cierta imitación de ella, pero pasada por la teatralidad.
¿Y qué está siendo lo más bonito y gratificante de esta fusión entre Eduardo y Ana María?
–Lo mejor está siendo pasear la obra por España y compatirla con los espectadores, que no sé quiénes son, pero con los que, al finalizar la función, parece que he creado un cierto vínculo de intimidad.
Las enfermedades neurodegenerativas, en el caso de Ana María el Azheimer, son muy crueles tanto para la persona enferma como para su entorno, ¿siente que de alguna manera con esta obra recupera y encarna la memoria de su madre?
–Sí, hay algo de eso, de darle un lugar y de rendir un homenaje a todas esas madres que entregaron sus vidas para cuidar a la familia, para que nosotros pudiéramos encontrar nuestro camino fuera de casa. Para eso, ellas renunciaron a mucho. En el caso de mi madre, después de criar a sus hijos fue a la universidad y abrió una tienda con unas amigas. Salió al mundo cuando ya pasaba de los 40. Así que sí, en la obra hay un tributo a esas madres que dieron tanto por su familia y que no han sido reconocidas.
“ Este trabajo es un ‘tour de force’, un reto, y me está viniendo bien para recordar lo esencial de mi oficio ”
¿Alguna vez llegaremos a pagar la deuda que tenemos con nuestros mayores, con esa generación que pasó por tanto y nos lo ha querido dar todo, sobre todo oportunidades?
–Yo hablaría directamente de nuestros viejos, no le tengo miedo a la palabra. Lo de mayores es una palabra nueva salida de la política. Y sí, tenemos una deuda enorme con ellos. Hay ciertas culturas en las que las cosas son diferentes. Recuerdo a una chica de Tailandia que vino a ver la obra y que después se sorprendió mucho cuando pasamos al lado de un geriátrico. No entendía qué era aquello por mucho que se lo explicábamos. Según nos dijo, allí la gente mayor es cuidada y venerada como poso de cultura. En cambio, aquí dice mucho de quiénes somos como sociedad el hecho de que dejemos a la gente tirada en esos sitios. Es muy triste.
Ha paseado ‘Todas las canciones de amor’ por casi toda España, pero queda su casa, Barcelona, Catalunya. ¿Qué ha pasado?
–Ah, sí, pues yo tampoco lo sé. Lo que no pasa es difícil de comentar. Solo voy a estar dos días en el Prat, pero prefiero no comentarlo más porque a la que hablo me tergiversan y no me apetece. Vivo muy bien, estoy muy bien, si quieren que vaya, estaré encantado, y si no, pues nada, qué se le va a hacer.
Para terminar, Eduard, ¿superó su miedo a la oscuridad?
–(Ríe) Un poco. Me ha costado, pero creo que sí. Muy bonito final (ríe)...