En Un silencio lleno de murmullos, lo nuevo de Gioconda Belli, conoceremos a Valeria, una mujer que hizo grandes sacrificios en su compromiso como protagonista de los cambios en Nicaragua. Tras fallecer en Madrid, su hija Penélope viajará a España para ocuparse de todo, mientras descubre más secretos de los que pensó encontrar.
¿Cuánto hay de su propia historia, de sus propias vivencias como madre y mujer exiliada, en Valeria?
Creo que toda novela es un poco autobiográfica, porque necesitamos sacar la mina que tenemos adentro, todo el material. Pero no es una historia que yo haya vivido. La historia es una trama de ficción, pero los personajes tienen algo de mí, el escenario también tiene algo de mí, sobre todo el de la revolución. Entonces, ahora me pongo a pensar en que he hecho una trilogía, que empieza con La mujer habitada, sigue con El país bajo mi piel y termina con esta novela.
O sea que no fue algo premeditado contar todas estas historias en una trilogía.
No. Obviamente yo necesitaba contar estas cosas, sale de una necesidad profunda de poder compartir estas experiencias.
El título le viene como anillo al dedo, Un silencio lleno de murmullos. Encontramos a una hija que conoce más a su madre cuando ella tristemente no está, a través de unos diarios. ¿Siente que se le pueden ocultar tantos secretos a las personas con las que pasamos tanto tiempo?
Yo creo que uno conoce a la que te cuida. En el caso de las madres, conocemos a la cuidadora, pero a la mujer que está detrás de la cuidadora no siempre la conocemos. Porque en muchos sentidos las madres se sacrifican, sacrifican muchas de sus aspiraciones y sueños por sus hijos. Por eso, cuando una mujer tiene la contradicción entre una pasión como en el caso de Valeria y su lado cuidador, la responsabilidad, creo que es el meollo de la novela y de muchas vidas de mujeres.
Habla de contradicción, y en la novela encontramos otras, como cuando Penélope habla de Valeria como alguien a quien ama y teme.
Valeria lo dice en algún momento, el ser al que tenemos más cerca, que hemos llevado dentro, se nos despega y se convierte en otro ser que muchas veces no conocemos.
Gioconda Belli.
¿El silencio, sin embargo, no puede llegar a abrir brechas en las relaciones con nuestros seres queridos?
Sí, el silencio como tal yo creo que siempre te distancia. El silencio es distancia, pero también es importante. Yo creo que cada uno de nosotros tiene derecho a su cuota de silencio, a su cuota de secretos. Esa parte es inevitable, todos vamos a tener esa cuota de silencio y la vamos a emplear como queramos. Yo pienso que lo que hace que el amor sea extraordinariamente necesario para nosotros es que nos permite perder un poco esa soledad que es innata del ser humano. Nacemos solos, vamos a morir solos, y hay una soledad interior que siempre está ahí, porque no podemos compartir todo lo que somos, sentimos y pensamos.
La literatura y la poesía podrían describirse como la antítesis del silencio. ¿Las describiría también como un arma frente a las injusticias?
Sí, también. Yo creo que los seres humanos hemos aprendido mucho leyendo, porque yo creo que hay muchas injusticias que están lejos de nosotros y que no las vemos. Yo por ejemplo creo que mi conciencia empezó de niña, cuando leí a Charles Dickens. Tu mente se expande, y yo que era de un país pequeño, me fui expandiendo a través de la literatura, de muchas lecturas, y un libro que fue fundamental para mí fue Los condenados de la tierra (Frantz Fanon), que me hizo pensar en lo que significaba un país como Nicaragua, que había vivido todo tipo de colonias.
La novela la ambienta en un momento de miedo, en la pandemia, donde la esperanza tiene más importancia si cabe. 2022 también fue un momento convulso para usted, pues tuvo que exiliarse. ¿La esperanza venció al miedo también entonces?
Claro, pero es que la pandemia es un símbolo también. Creíamos que nos íbamos a quedar ahí, no pensamos que las cosas iban a volver a como están ahora, a esta normalidad. Entonces también hay eso. La especie humana es tremenda, cómo vamos superando todo, y ahora espero que el cambio climático no nos acabe.
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Esperemos que no ocurra. ¿Cómo le acogió Madrid a su regreso?
Ya estuve de los 14 a los 16 años en un convento, en un internado de monjas cerca de Atocha, y en ese momento Madrid era lúgubre, no me gustó para nada. Cuando me sentí desamparada, tuve la idea de que España podría ser mi salvación en cierta manera, y ha sido mi salvación. España no solamente me ha dado la nacionalidad, sino que también me ha dado mucho cariño. Me dieron un trabajo en la RAE por unos meses, me han dado mucha satisfacción las amistades... Tengo un sentido de pertenencia que no lo tuve en ningún otro país en el que estuve que no fuera Nicaragua.
¿Ha sido como una segunda familia?
Exactamente. Aquí vive mi hermana desde hace mucho tiempo, tengo sobrinas fantásticas, mi otra hermana vive en Oslo... Ahora las tres mujeres de mi familia estamos en Europa.
¿Qué le pediría al futuro?
Que me deje seguir escribiendo, que mi familia esté bien, ver más a mis hijos y a mis nietos -que tengo seis-. Eso le pido a la vida, que no me enferme. Con eso estaría contenta.
¿Le gustaría volver a Nicaragua algún día?
Si se puede sí. Me gustaría, pero no lo voy a convertir en el objetivo de mi vida. Ya hice un montón de cosas que no voy a volver a hacer. Le toca a otra generación. Los acompañaré con todo mi amor.