La literatura puede unir o separar a las personas. Esa es la principal reflexión que extraeremos de la nueva novela del escritor y responsable de actividades de la Fundación Athletic Club Galder Reguera (Bilbao, 16 de agosto de 1975), Vida y obra, en la que analizaremos las relaciones padre-hijo en la voz de Unai, un joven que con tan solo 11 años sufre el abandono de su padre.
En esta nueva novela encontramos a un padre que lo deja absolutamente todo, a su familia y todo lo que conoce, aparentemente por dedicarse a escribir.
Eso dice. En realidad lo deja todo para dedicarse a vivir, y reprocha al contexto no poder ser el escritor que él quiere, que esto es algo que yo he visto a amigos míos de mi generación. Han tenido niños y se lamentan que no pueden dedicar a la escritura el tiempo que requiere. También en generaciones anteriores parecía que era absolutamente incompatible tener una vida familiar y a la vez ser un creador de nivel.
Su novela la abre una cita de Milan Kundera, un autor que siempre quiso que se conociera su obra y no a él. ¿Comparte su deseo, que su obra prevalezca sobre cualquier otra cosa?
En realidad la novela la abro con esa cita porque me apetecía contar el sentido de que hubiera una voz infantil. Yo cuento la historia de Unai de niño en un periodo muy determinado de tiempo, que es el periodo que va desde que su padre les abandona hasta que se entera del desenlace de la historia de Carla, que es la niña a la que adora de chiquitín, porque eso va a determinar la forma en la que él se va a relacionar tanto con su entorno familiar, su mujer y sus hijos, como con la literatura. A mí me apetecía intentar hacer ver que muchas veces lo que nos determina de niños está ahí, y que esa obra de un adulto reflexivo, etc., viene muy determinada por las vivencias de niño y no tanto por las vivencias como por el modo de vivirlas.
Entre los recuerdos de infancia de Unai encontramos a su madre a veces cansada, que no quería leerle por la noche a pesar de que él había cumplido con sus tareas.
Claro, y decía: “Mañana no voy a hacer nada porque me he lavado los dientes, he recogido la ropa y tú no me estás dando mi momento, que es leer juntos”.
¿Eso se ve con el tiempo o lo ve también el Unai de niño?
No lo vemos de niños, y es una cosa que es evidente que los niños pequeños muchas veces no se dan cuenta del esfuerzo que hacen sus padres para, después de todas las tareas, encima estar ahí. De ese capítulo a mí me interesaba la idea de que el padre, siendo escritor, nunca le había leído al niño, que la que le leía era la madre. Y le leía agotada. Él le exigía ese momento en común porque la literatura puede ser algo que une o separa.
Además de que la literatura puede unir o separar a las personas, el covid separó también a mucha gente con esa distancia social y aquí reúne a un padre y su hijo.
Sí, era un motivo para un reencuentro. El covid es una metáfora para entender lo mucho que nos necesitábamos los unos a los otros, porque lamentábamos tener que ir a trabajar y sin embargo cuando no pudimos ir cómo lo echábamos de menos. El trabajo también es socalización. Y luego estaba la paradoja de las pantallas, que nos separaban pero a la vez nos unían.
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También hay mucho lenguaje deportivo, algo inherente en usted.
Sí. Lo de Marino Lejarreta me interesaba para retratar cómo el Unai de niño adoraba a Marino Lejarreta. Decido poner una escena en la que él hace contrarrelojes en una Bilbaína completamente vacía, cosa que yo no hacía. Y luego la presencia de Marino Lejarreta es siempre festiva. Cuando aparece Marino, pasa algo bueno, y lo que quería con la primera escena era poner una fecha. Tú sabes el día que empieza esa novela. Es abril de 1986, y ya tienes fijado qué día empieza eso.
Todos vamos a poder sentirnos identificados en algún punto u otro de la novela. ¿Los lectores le han transmitido ya alguna sensación del libro?
Me han llegado ya varios mensajes. Me están diciendo que les ha gustado. Hay algo que me dicen mucho, que me lo tomo como una virtud, que es que lo han entendido como una narración muy mía y a mí sí me importa mucho en una novela de ficción que contenga su trocito de mundo. Es decir, que tú no estés creyendo que estás leyendo algo que es pura ficción, sino que sea como una recreación de la realidad. Les ha gustado también mucho el final, que era algo que a mí me obsesionaba mucho y le di muchas vueltas, porque era una novela muy fácil de cerrar desde el punto de vista de “se reconcilian”. Entonces, había que buscar el tono y yo lo he intentado. El anterior libro funcionó muy bien y hay lectores que vienen por el anterior. Espero no decepcionarles.
De todas formas, ya en los agradecimientos nos explica que el libro que llega ahora a nuestras manos no es exactamente el que partió.
Nunca lo es, eso es verdad. Pero luego ahí hay un reconocimiento a la labor editorial, de mi editora, Elena Ramírez, que me acompañó y me llevó adelante. Es de agradecer que tu editora sea lo suficientemente valiente para saber decirte que no cuando cree que es que no. Y me apetecía meter a los demás, Jesús Rocamora, Mónica Basterretxea, y a los editores hasta de pruebas ortotipográficas, porque un libro es un trabajo coral. En una película ponen los créditos. No sé por qué no se ponen en la literatura.