En 1882, Félix Mena, un joven burgalés, aterrizó en la vieja Iruña e inauguró su primer estudio de fotografía en el último piso del Café Iruña.
Cuatro generaciones y 140 años después, Pablo Mena, bisnieto de Félix Mena, ejerce el oficio familiar en el coqueto estudio ubicado en la calle Mayor, 36, de Pamplona.
“La clave está en que te apasione. Estoy trabajando y no se me hace la hora de llegar a casa. Me tienen que llamar para saber cuándo voy a volver”, comenta Pablo Mena.
Desde pequeño, Pablo fue un apasionado de la fotografía y pasaba los veranos en el estudio familiar que se situó, desde 1939 y hasta 2013, en el Paseo Sarasate.
“Me aburría en casa y en los recreos ya había jugado bastante a fútbol. Lo único que me apetecía era estar en la tienda y ver cómo sacaban fotos y las revelaban. Nadie me explicaba nada porque trabajaban a toda pastilla, pero, con estar allí y fijarme en las cosas, ya me bastaba para aprender”, recuerda Pablo, que se escondía por el estudio cada vez que entraba un cliente.
“Era muy vergonzoso y me metía por los cuarticos o el laboratorio de revelado. Me encantaba ver las luces rojas y verdes, cómo arreglaban los negativos o cómo oscurecían o aclaraban las imágenes”, relata.
En 1988, tras estudiar tres meses la carrera de arquitectura, Pablo se adentró en el negocio familiar. “Fue el boom del revelado de los carretes en una hora. La gente se iba de vacaciones, sacaba muchas fotos y la única manera de verlas era revelarlas. En Semana Santa, Navidad y después de las vacaciones de verano había muchísimo trabajo”, apunta.
En el estudio de Paseo Sarasate –regentaban otras dos pequeñas tiendas en Burlada y San Juan– también realizaban sesiones fotográficas para bodas y comuniones.
Al comienzo de la década de los 2000, la familia se enfrentó a la digitalización del mundo de la fotografía. “La gente comenzó a comprarse cámaras digitales, veía las imágenes en la pantalla, las pasaba al ordenador y dejó de revelar. Hubo una bajada de facturación y las tiendas que solo revelaban fotos poco a poco desaparecieron”, lamenta Pablo.
La familia Mena resistió el envite de la digitalización, pero no aguantó la embestida de la crisis de 2008. “Disolvimos las tres tiendas porque eran bastante difíciles de mantener. Me produjo mucha tristeza cerrar el local de Paseo Sarasate porque toda la familia había dedicado su vida por ese estudio. Mi abuelo y mi padre habían nacido y vivido ahí. Teníamos la planta baja como estudio y la casa en el primer piso. Cerrar el estudio supuso desprenderse del hogar y durante un tiempo no podía pasar por ahí. Si podía bordearlo, mejor”, reconoce.
A pesar del duro golpe, Pablo quería seguir dedicándose a la fotografía y no paró de buscar locales por el centro de Pamplona. “Mi máxima preocupación era dónde puñetas colocaba el estudio. Aquellos días no podía dormir”, confiesa.
En 2013, encontró una bajera en la calle Mayor, 36. “Mi hermana vivía en el segundo piso y me dijo que estaba libre. Vine con mi mujer, Irache, y nos encantó”, indica Pablo, que compró el local sin saber que su bisabuelo había situado su estudio de fotografía en esa misma ubicación en 1903. “Toda la tristeza que me había generado desprenderme de Sarasate, se llenó cuando me enteré de que mi bisabuelo había trabajado aquí”, confiesa.
Bodas y comuniones
En la actualidad, Pablo realiza retratos, murales en diferentes texturas para decorar las casas y sesiones de bodas y comuniones. “Hemos fotografiado a tres generaciones. A los abuelos cuando se casaron, a sus hijos en la boda y a los nietos en la comunión”, asegura.
Pablo también cubre los encierros de San Fermín. “Los corredores se acercan al estudio para ver si les hemos fotografiado y comentan la carrera. El ambientillo que se forma es muy bonito. Cada uno disfruta de las fiestas como puede, en el vermú o hablando con los corredores”, bromea.
Pablo reconoce que su oficio es muy sacrificado porque se trabaja cuando la mayoría disfruta de la fiesta: “Cuando llega el sábado, te toca hacer una sesión de fotos de comuniones. Y el domingo, los amigos han quedado para comer y tú estás con una pareja de novios en la Concha. En esta profesión, es bastante difícil compaginar el trabajo y la vida social”.
Por eso, no cree que vaya a existir una quinta generación, aunque tampoco le preocupa mucho. “No tengo ningún problema de que la saga fotográfica se acabe conmigo. No me preocupa ni lo más mínimo. Quiero disfrutar hasta el día que me jubile y que mis tres hijos sean felices con la profesión que les guste. Prefiero que cojan la fotografía como hobby porque les motiva y que me pregunten dudas en vez de que se hagan cargo del estudio por presión familiar. No les estoy insistiendo a ninguno de mis tres hijos porque es muy sufrido”, subraya.
A Pablo aún le queda más de una década en el estudio, pero cuando se jubile seguirá con la cámara al hombro: “Ahora no tengo tiempo para sacar fotografías nocturnas, de paisajes, de ciudades...Voy a estar toda la vida dedicado a la fotografía”, adelanta.