La llegada de José Luis Mendilibar al Deportivo Alavés fue una gran noticia. Después de muchos años tras sus servicios, y pese a que supuso la despedida de un entrenador muy querido en Mendizorroza como lo fue Javi Calleja, Sergio Fernández por fin fue capaz de convencer al de Zaldibar para que se sentara en el inestable banquillo gasteiztarra y, de esta manera, tratar de revertir la mala racha que había acompañado al conjunto babazorro desde el inicio del curso el pasado mes de agosto.
Sin embargo, aunque el lugar en el que han coincidido ambas partes sí ha sido el indicado, el momento se ha demostrado que no tanto. Una realidad que señalan sus resultados, siete puntos en doce partidos (0,58 de media), pero también el fútbol del Glorioso, quien, en estos tres meses a las órdenes del vizcaíno, ha sido incapaz de interiorizar y, sobre todo, poner en práctica la gran mayoría de los conceptos que siempre han caracterizado el estilo de juego del ya extécnico albiazul.
Esto último, se ha apreciado especialmente en la faceta defensiva del Alavés. La línea adelantada nunca ha sido una opción y, salvo en dos o tres choques, ni siquiera los esquemas con muchos hombres de corte conservador han conseguido detener la sangría de goles en contra. Algo en lo que, por supuesto, tampoco ha surtido demasiado efecto la presión en la salida de balón que se ha ejercido en diferentes encuentros y que, en consecuencia, ha dejado sin valor los pocos resultados favorables de los que han podido disfrutar los vitorianos.
Las decisiones más cuestionadas de Mendilibar, eso sí, no han estado relacionadas con lo estrictamente táctico, sino con lo humano. Desde que llegó a la capital vasca, el de Zaldibar ha priorizado siempre la veteranía y eso ha dejado fuera de la ecuación a parte importante de la plantilla, lo cual, en la mayoría de casos, suele limitar sobremanera a esos equipos que, como el babazorro, necesitan sacar provecho a los diferentes perfiles con los que cuentan para así poder competir con escuadras a priori más potentes.
Ahora, con su marcha, jugadores como Matt Miazga, Toni Moya o Manu García, todos ellos más que útiles en la batalla por la permanencia, van a tener una nueva oportunidad. Sin olvidar, además, a Manu Vallejo, que aterrizó en Mendizorroza con la promesa de ocupar un papel protagonista junto a Joselu en la delantera y, sin explicación alguna, se ha visto en la caseta semana tras semana excepto en la contienda frente al Granada, en la que, cabe recordar, estrenó su cuenta particular.
Si el elegido, aún desconocido, consigue sumar más tripulantes a su barco, el Alavés tendrá opciones. Muchas o pocas es otra cuestión, pues, aunque matemáticamente aún es muy posible lograr el objetivo, la reacción que necesitará generar el nuevo líder está a la altura –o incluso más arriba– de la que consiguió Alberto López antes de la salvación de Jaén, Abelardo en la histórica remontada de Montilivi o Calleja la temporada pasada.
Ahora bien, acabe bien o mal este cuento que, hasta ahora, ha sido únicamente de miedo, la entidad del Paseo de Cervantes va a necesitar sí o sí reflexionar sobre sus últimas decisiones. Porque, a pesar de que haya dado resultado varias veces, cambiar en tantas ocasiones el rumbo del proyecto cada año provoca un sentimiento de desasosiego tremendo entre quienes hacen fuerte al club desde las gradas.