La compra de un coche es una de las inversiones que más hay que meditar. Su elevado precio, unido a lo rápido que se deprecia su valor, obliga a elegir muy bien el vehículo que más se adapta a nuestras necesidades o estilo de conducción. Hay múltiples opciones que considerar, como el sistema de propulsión (de combustión –gasolina o diésel–, híbrido o eléctrico) o el tamaño y tipo de carrocería (utilitario, compacto, sedán, familiar, deportivo, SUV, todoterreno...).
Pero hay otro elemento importante que debemos tener en cuenta y que va a influir en la conducción y en el precio del coche: la tracción, que puede ser delantera, trasera o integral. ¿Qué es la tracción? Es la manera en la que se transmite la potencia del motor a las ruedas, el sistema mecánico que determina cómo éstas se agarran al asfalto para iniciar el movimiento del vehículo.
Tracción delantera: la habitual, para un conductor estándar
En la tracción delantera la potencia se transmite únicamente a las ruedas delanteras (y desgasta más esos neumáticos) y es la más habitual para un estilo de conducción estándar, permitiendo un control sencillo y ágil, aunque los coches que la llevan tienden a sufrir subviraje, a perder agarre en el tren delantero. Además, ofrece más habitabilidad en las plazas traseras al no necesitar de un árbol de transmisión.
Tracción trasera: para los más experimentados y deportivos
En la trasera, más cara, la potencia se transmite a las ruedas traseras y es perfecta para conductores experimentados a quienes les gusta un estilo de conducción más deportivo. Permite agilidad en la conducción y un mejor equilibrio de pesos, pero el comportamiento en curva es más delicado a velocidades altas y requiere de más dominio del volante, porque el coche tiende a sobrevirar, a perder agarre del tren trasero.
Tracción integral: para todo tipo de terrenos y climas adversos
La tracción restante, la que proporciona potencia a los dos ejes del coche, y por tanto a las cuatro ruedas, es la tracción integral, total o 4x4, la que suelen llevar los todoterrenos y buena parte de los SUV, además de algunos turismos. Es decir, los coches teóricamente destinados a circular por terrenos más complicados que una simple carretera de asfalto o que suelen transitar en condiciones meteorológicas adversas, con lluvias intensas y heladas o nevadas frecuentes.
Obviamente transmitir la potencia a las cuatro ruedas de manera simultánea ofrece una serie de ventajas a la hora de la conducción.
- Mejor agarre: en terrenos complicados o irregulares, por ejemplo, con arena, tierra o nieve, se desenvuelven mejor que los que tienen delantera o trasera, que pueden atascarse.
- Mayor seguridad: una mejora del agarre reduce las probabilidades de accidente cuando la carretera resbala si hay nieve, hielo o lluvia intensa.
- Aumento de la estabilidad: distribuir de forma equitativa la potencia a las cuatro ruedas mejora la estabilidad del vehículo en terrenos irregulares o en situaciones de aquaplaning.
- Rendimiento en curvas: la tracción integral facilita una aceleración más controlada y segura al salir de las curvas, con lo que se reduce significativamente la posibilidad de sufrir derrapes y perder el control del coche.
Por lo tanto, son una muy buena opción para personas que conducen en zonas con una constante meteorología adversa o que tienen la necesidad de circular por terrenos irregulares. También por tanto para los aventureros que quieren meter su coche, por ocio, por cualquier camino.
Desventajas: mayores costes
Si bien la tracción integral ofrece claras e importantes ventajas en la experiencia de conducción, también acarrea algunos inconvenientes, principalmente centrados en los aspectos económicos. En primer lugar, porque los coches que llevan esta transmisión suelen ser más caros debido a su complejidad mecánica y tecnológica. Y además, la tracción integral añade un peso adicional al vehículo, provocando un mayor consumo de combustible que los modelos con tracción a dos ruedas y un comportamiento menos eficaz en frenada.