Un histórico cargo público de ámbito estatal me espetó poco antes de fallecer que de la política siempre se sale mal, pues nada hay más cainita que un partido. A Gorka Urtaran no le ha llegado la hora de salir, ni bien ni mal. Primero, porque no ha abandonado nada, puesto que su mandato en Vitoria-Gasteiz no expira hasta junio con unos meses trascendentales por delante en un contexto socioeconómico áspero; y, además, porque tampoco lo hará cuando deje la makila de alcalde, ya que el PNV le reserva otras encomiendas. Es decir, Urtaran tiene si acaso a sus 48 años tanto futuro como pasado porque su sustitución como candidato por la consejera Artolazabal no obedece tanto a deméritos propios –más allá de los claroscuros inherentes a toda gestión– como a la conjunción de un respaldo a la marca mayor en la provincia que en la capital con la apuesta del PNV por tickets electorales de estricta paridad. Cuestión de oportunidad. De hecho, la media docena de sondeos que ha manejado el PNV para aquilatar la decisión le otorgaban de forma unánime a Urtaran la condición de aspirante más votado en la ciudad. Y sólo el último sociómetro del Gobierno Vasco le suspendía con un 4,5 aun con el aprobado de la zona templada del electorado, pero nótese que con un conocimiento del 85% y ya se sabe que a partir de cierto umbral la calificación se resiente por el castigo de los encuestados más hostiles. Al todavía primer edil le ha sentenciado el decalaje en intención de voto de toda Araba respecto a Vitoria –de 6,3 puntos, según el referido sociómetro–, si bien esa falla no cabe imputársele en exclusiva porque naturalmente también responde a la sociología del territorio. En lo que sí que carece de cualquier responsabilidad es en la determinación del resto de siglas de presentar a mujeres para la alcaldía, de tal forma que él hubiera sido el único varón en liza. Todo un acicate para que el PNV extendiera a Gasteiz la perspectiva de género ya aplicada en Bizkaia y Gipuzkoa, cerrando así un ciclo municipal de Urtaran de doce años.
Dígase lo que se diga en otras tribunas, el PNV considera a Urtaran un activo político. Antes que nada, por cumplir con el primer precepto de todo responsable institucional: dejar en su caso la ciudad mejor que como la encontró al acceder a la alcaldía en 2015 –gracias al apoyo de EH Bildu, Podemos e Irabazi– con el objetivo de superar el sectarismo polarizador de Maroto. Justo ahí radica otro de los valores de Urtaran para el PNV, su capacidad de aglutinar para alinear estructuras, aderezada con una puesta en escena amable y aseada tanto en castellano como en euskera, sin tirar de argumentario leído. La historia juzgará con perspectiva la praxis de Urtaran en Vitoria-Gasteiz, sobremanera en el ámbito de la movilidad como foco principal de crítica. Mientras tanto, su experiencia en una plaza tan dura, mezcla de la lógica exigencia ciudadana con la sana competencia política, no debe caer en saco roto. Para el PNV como fuerza hegemónica, pero así mismo en clave de país. Por qué no como próximo cartel alavés al Congreso. En el ocaso de 2023, si Sánchez agota la legislatura.