Con una natalidad en caída libre en los últimos años, solo un colectivo dinamita esta gris estadística demográfica. Son las mujeres no casadas que acumulan, según los últimos datos, más de la mitad de los alumbramientos. En concreto, las madres solteras por elección se multiplican. Lo expresa muy gráficamente Amaia, de Madres Solteras de Euskadi, “cada año hay muchísimas incorporaciones y yo les digo, a este paso vamos a terminar llenando pabellones”.
Ellas han conseguido que deje de ser tabú la ruptura con los cánones de familia estándar. Hasta hace unos años, una mujer que decidía emprender la aventura de la maternidad en solitario, debía enfrentarse a los prejuicios de aquellos que consideraban esta fórmula incluso transgresora. Poco a poco, estos nuevos modelos de familia se han consolidado y hoy representan una parte importante de la radiografía social y una opción cada vez más en auge.
Reclaman sus derechos como un modelo más de familia y hacen hincapié en que se les contemple alguna medida especial para poder conciliar. “Porque si una pareja ya tiene problemas, en el caso de una persona sola es dificilísimo. Podríamos tener derecho a acumular los permisos de maternidad y paternidad, o tendríamos que tener más posibilidades de teletrabajar o más facilidades para acudir con nuestros hijos e hijas al médico o a la guardería”, reivindican mujeres que, en torno a los 40 años, toman la decisión más trascendente de sus vidas.
Con pareja o sin ella Amaia, de 45 años, tuvo muy claro desde siempre su deseo de ser madre, que no se veía influenciado por tener pareja o no. Por eso ni siquiera aceptó un trabajo mejor pagado, pero que implicaba viajar mucho. “Quería tener estabilidad laboral para que naciera mi hijo”, asegura. Después de permanecer en lista de espera dos años en Salud, se quedó embarazada en el primer ciclo en el hospital de Cruces. “Al de unas semanas me hice el Predictor y, como no me lo podía creer, fui rápidamente a la farmacia a por otro”, revela entusiasmada. “Empecé las pruebas en diciembre y me hicieron la inseminación en marzo”, recuerda.
Hace casi seis años nació Malen, la joya de la corona. Malen sabe que no tiene aita, pero tiene una amatxu maravillosa, tiene aitites, osabas, isekos y unos primos con los que se lo pasa pipa y que, para ella, son como sus hermanos porque se crían juntos. “Somos un equipo, pero aquí mando yo”, bromea Amaia con ella.
Ella tuvo el deseo de ser madre por segunda vez con el mismo donante pero como ya había pasado un tiempo, no cabía la posibilidad porque ese donante ya había tenido los cinco niños que se establecen de cupo máximo. Y como las superwoman no existen, el colchón familiar ha sido su mejor escudo y su ama, su mayor salvavidas, porque se encargaba de la niña mientras ella iba al trabajo “y siempre con buen humor”, agradece. “Fue una decisión muy meditada, con un proceso personal hermoso, y mi hija es lo que mejor que me ha pasado”, afirma, repleta de felicidad.
“Y hablan de conciliar... yo tengo que hacer todos los días el pino puente”
Sola, con un bebé de ocho meses, Mónica Merinero, de 41 años, parece equilibrista de todos los malabares que hace. Su padre falleció, su padre es una persona dependiente, y ella se apaña como puede. “Hablan mucho de conciliar pero yo estoy todo el día haciendo el pino puente”, dice esta amatxu que se ha incorporado al trabajo hace mes y medio después de dar a luz a Carmelo, su tesoro. El proceso para engendrarle fue duro. “Fue en la última inseminación, en la sexta”. “Fue un positivo, un negativo, otro positivo, otro negativo... porque tuve dos abortos y perdí los dos primeros. En mi último intento, el de Carmelo, estaba muy desesperanzada. Pensaba estoy haciendo el bobo. Veía que los intentos eran infructuosos y yo decía esto es como un racimo de uvas, si todas están pochas pues la última también va a estar, pero la doctora me decía que no funcionaba así”, recuerda con amargura.
Por eso no extraña que ahora mire con arrobo a Carmelo y sea su milagro. “Con él se olvida todo. Y merece la pena los malos ratos que pasas al obtener esta recompensa”.
“Mi proyecto era el estándar, boda, casa y niños pero, como eso no llegaba y yo quería tener hijos, cuando cumplí 38 y me sonaba, todo muy de lejos, que la edad máxima para acceder a un tratamiento eran los 40, pues dije ya no me da tiempo a hacer un proyecto clásico antes”, comenta divertida.
A Mónica, el confinamiento hasta le suena bien. “Tenía los primeros análisis en marzo de 2020, pero me atendieron en mayo, y como me daba todo muy bien, en septiembre ya empecé con la primera inseminación”.
Carmelo es un bebé “intenso”, como le define su madre. “A veces duerme, a veces no, pero comer ¡me va a arruinar!” “En mi cuadrilla hemos sido madres este año cuatro amigas muy cercanas, y una de ellas tiene una niña que es tranquila como un Nenuco, pero a Carmelo hay que entretenerle, sentarle, ponerle en la mochila, darle un biberón, mientras la otra está tan campante”, relata. Comparte todo con ellas y a alguna también le ha costado bastante quedarse embarazada. “De hecho, tres han necesitado ayuda médica”, revela.
“Aita no tengo, pero tengo tito, aitites, perritos... dice Erik”
El viaje personal de Cristina Ferreras, funcionaria de 42 años, hacia la maternidad ha estado plagado de dificultades. Pero ahora Erik tiene tres añitos y rezuma vitalidad. “Es muy movido, brutote, y muy sano. Pero requiere mucha energía”, dice su madre, todo ternura. Pese a ello, Cristina está inmersa en la búsqueda de un segundo bebé. “No soy ninguna cría y no quiero esperar más a tener otro”, asegura esta funcionaria de 42 años que declara, sin tapujos, que “la maternidad tiene unos momentos de subidón de amor muy potentes”.
A ella le costó mucho tener en brazos a su niño. Llegó al IVI (donde finalmente se quedó embarazada) con 38 años, pero había empezado todo el proceso con 33, teniendo pareja. “Lo intenté con él durante año y pico. Después fuimos a otra clínica, hicimos una in vitro que no salió bien...”, y describe un largo peregrinaje médico porque luego acudió a la Seguridad Social, también sin éxito. Por el camino hubo un divorcio, pero quería formar una familia y siguió sola.
Sin embargo, el proceso se alargó, y se alargó, cambió de centro médico, cambió de técnica y por estas fechas, hace cuatro años, le hicieron la transferencia del embrión. “Así, cuando casi no lo esperaba, llegó”.
Erik va a tener toda la información sobre su concepción. “No tengo intención de ocultarle nada. Hasta ahora le he hablado con un lenguaje adaptado a su edad de cómo llegó. Él dice que tiene mamá... y papá no. Tengo tito, aitite, amama, perritos, gatitos”.
Con una familia cortita, su entorno ha asumido con total normalidad su condición. “Y sé que cualquier cosa que necesite están ellos ahí para lo que haga falta. A mis padres se les cae la baba con el nieto. Tiro mucho de ellos. Es un trabajo intenso, están ya jubilados pero quieren disfrutarlo y no perderse nada”, señala.
Siempre ha llevado los tratamientos de fertilidad con discreción. ”He preferido decirlo cuando ya lo había conseguido”. Aunque asalten dudas y miedos, esta mujer valiente va a por el segundo. “Me parece que la figura de un hermano para Erik puede ser importante. Las familias de ahora son pequeñas, y me gustaría darle un hermano y que compartiesen las cosas. Por él sigo adelante”.
Confiesa, sin embargo, que se lo ha pensado mucho. “Es que ahora eres más consciente de todo lo que necesitas. Conoces cuáles son los problemas que pueden surgir, y hay que hacer malabares, tener un plan B y un plan C. Pero lo tengo que intentar y si veo que no lo consigo, seguiré dándole a mi hijo la mejor vida posible”, afirma orgullosa.
Y eso que la crianza en solitario es complicada. “Está claro que en nuestro caso, como familias monoparentales, la red social es más reducida y todo se complica. Por ejemplo, depende del trabajo que tengas, el gasto en conciliación va a ser mayor porque necesitarás a alguien que te cubra cuando tú no estés. Además nuestro modelo de familia no tiene una ley que nos reconozca como, por ejemplo, las familias numerosas y te das cuenta de cuánto nos queda por avanzar. Y eso que está habiendo sentencias a favor, pero tienes que ir a los tribunales para que reconozcan ciertos derechos evidentes. Menos mal que hay mujeres veteranas que nos han allanado el camino”, proclama esperanzada.
No obstante, esboza algunas dificultades nimias, a priori, pero muy cotidianas . “Para mí el hecho de perder esa autonomía, supone un gran handicap. Por ejemplo, tengo dos perras y, a veces, necesito a alguien que baje a la calle a las mascotas al anochecer porque no puedo dejar al niño solo para sacarlas”.