"Sin riesgo no hay gloria", sentenció Roglic días atrás, callando con esa frase afortunada a quienes habían criticado como innecesario su ataque en el puerto de Almáchar, con posterior caída en la bajada camino de Rincón de la Victoria. Y ayer lo repitió con éxito. Saltó al ataque de Bernal, otro valiente, en la durísima Collada Llomena, a falta de sesenta kilómetros para la meta en Lagos de Covadonga, donde, con un ritmo infernal, distinto al de otras veces, sustituyendo su pedaleo de mucha cadencia, por uno más potente, pesado, se deshizo de Bernal. Dejó la Vuelta decidida. Ese es el ciclismo que aman los aficionados, el de las gestas, el que cose con un hilo de oro toda su historia, haciéndolo intemporal. El ciclismo de los ataques lejanos, sin miedo, de las cabalgadas, el que desprecia el cálculo, los vatios, y exhibe libre el sueño del corredor, el de ir más rápido, el de disfrutar poniendo su cuerpo al límite.
Hay ciclistas que, sin ser los mejores, consiguen arrebatar el corazón de los aficionados. O quizá, precisamente logran ese encantamiento por esa carencia. Son corredores que han estado cerca de la cima, que suman una cantidad de triunfos acariciados y escapados, desvanecidos en el último momento, justo al borde de la gloria. Nos conquistan porque se muestran vulnerables, como nosotros. Se parecen a nuestras derrotas precedidas de sueños, a nuestros infortunios, a nuestros errores. A lo que pudimos tener y dejamos escapar, a los deseos fugitivos. Por eso nos identificamos y los amamos. El más célebre fue Poulidor, llamado el eterno segundo a pesar de sus victorias, porque prevalece en la memoria popular que nunca venció en el Tour, donde siempre era derrotado, por Anquetil, o por Merckx en su ocaso. También el holandés Zoetemelk, quien sí supo aprovechar una rendija de la historia, al lesionarse Hinault, para llevarse un Tour, pero que tiene el récord de seis segundos puestos en la general de la prueba francesa, batido por Ocaña, Merckx, Thevenet, Hinault. Y de los nuestros, quien personifica mejor esa figura del héroe malogrado, fue Marino Lejarreta. Ganó una Vuelta, aunque a posteriori, tras la descalificación de Arroyo. Deseábamos que venciera en algún Giro, donde mejor se sentía, pero en última instancia siempre le derrotaba algún mal día, alguna desgracia, o algún otro corredor, como Chioccioli en el '91, el año en que parecía más cerca; cayendo derrotado precisamente por su elemento, la montaña, abatido por una terrible pájara en la Marmolada.
La cima de los Lagos de Covadonga está profundamente ligada a Marino. Fue el primer vencedor en su cumbre, en 1983. Y tuvo la fortuna de que ese año se estrenara la retransmisión de la Vuelta en directo por televisión. Por esa razón su victoria quedó anclada con mucha fuerza en el recuerdo. Una Vuelta que tuvo episodios brillantes, como la resistencia del jovencísimo líder Julián Gorospe; el demoledor ataque de Hinault en la sierra de Ávila para desbancarlo; y la victoria de Marino en los Lagos. Venció en solitario tras una escalada apoteósica, dejando a todos con su baile, de pie sobre los pedales, para domar las rampas de la Huesera o del Mirador de la Reina.
De este puerto tuve conocimiento cuando era un ciclista juvenil. Nuestro equipo entrenaba dos días por semana en grupo, en Miramón, Donostia, donde ensayábamos sprints, series, relevos. Allí acudían ciclistas de la categoría amateur, para dar unas vueltas con nosotros, y participar del ambiente ciclista. Un día vinieron Juanikorena y Elósegi, dos prestigiosos corredores entonces, y, no recuerdo bien cuál de ellos, comentó que había corrido en Asturias y que había subido un puerto increíble, lo más duro que nunca había ascendido, los Lagos de Covadonga. Tan duro que muchos tuvieron que echar pie a tierra. Hay que recordar que entonces no se llevaban las multiplicaciones que ahora montan las bicis, entonces era habitual que un corredor no llevara una corona en el piñón mayor de 23 o 24 dientes, y un plato pequeño de 42. E imagino que con eso fueron a Asturias, desinformados, y reventaron.
Hoy los corredores enfrentarán otro puerto inédito, descubierto sobre el acceso a una antena, el Gamoniterio, el pico más alto de la sierra del Aramo, en la montaña central asturiana. Igual que hoy la etapa tocaba la historia en Covadonga, con Pelayo y su victoria al frente de las tropas astures frente a las de Al-Ándalus, que luego le régimen franquista tanto usó, como principio de la llamada Reconquista, o cristianización. En esta sierra también la toca, de otra manera, la historia no oficial, la de los olvidados, proscritos, los que no están en los libros. Esta sierra fue uno de los lugares de mayor presencia de los 500 guerrilleros antifranquistas que tras la Guerra Civil, permanecieron combatiendo en los montes asturianos.
Asturias es ciclismo, montaña, acción. Pero también es el lugar que una extraordinaria artista británica, Eliza Southwood, ha elegido para asentarse y ubicar su taller creativo. Eliza tiene una obra espectacular de dibujos, pinturas, ilustraciones, grabados, serigrafías, con motivos ciclistas, que consiguen captar algo tan difícil como la poesía de este deporte. No hay muchos artistas que se hayan atrevido a trabajar sobre ciclismo, recuerdo algunos brillantes, como el italiano Renato Guttuso, o el soviético Alexander Deineka, y Eliza los supera. Absolutamente imprescindible.
A rueda
Roglic saltó al ataque de Bernal, otro valiente, a falta de 60 kms para la meta en Lagos de Covadonga, donde, con un ritmo infernal, dejó la Vuelta decidida