muchos de nuestros pueblos, por no decir todos, celebran sus fiestas patronales en honor de un santo, santa, virgen o mártir. Hoy no se imprimen carteles anunciadores con la programación detallada de actos y jolgorios. Los recursos de comunicación son amplísimos y más rápidos que la cartelería al uso. Los cajistas de turno hacían su trabajo y todo el mundo podía leer en cualquier tienda, escaparate, u otros recintos, lo que estaba previsto para honrar al santo patrón/a.
No faltaba la misa cantada o misa mayor que, en torno a las doce del mediodía, reunía a familias completas. Repicaban las campanas durante muchos minutos. Los señores acudían con corbata, sus esposas con peineta y mantilla, cargadas de abalorios y los niños de punta en blanco y con calcetinitos de cotón perlé. A la salida, charlas distendidas, besos y abrazos, colonias y perfumes aterradores, un punto de regocijo y el aperitivo. Los mayores, vermut o bíter; los niños, mosto y todos una fuente de calamares o croquetas. Una semana más tarde, con las fiestas acabadas, la misa del domingo era la habitual, normalita, con menos voces en el coro, el órgano sin triunfalismos y ausencia de atavíos en los asistentes.
Salvando las distancias, ayer sentí un poco de todo esto. Después de los aderezos del partido copero del miércoles, llegaba el dominical de la liga. Más rutinario. Si ante los colchoneros no faltaron coros y danzas, himnos y un poco de zalagarda, la visita del Getafe cambiaba notablemente el escenario y el conocimiento del rival. Aunque el objetivo era el mismo, el partido asomaba diferente. Llegaba un equipo en buena racha tras el cambio de entrenador. Muchas veces he preguntado aquí mismo cuáles son los criterios que manejan los clubes para la contratación de técnicos. Los madrileños eligieron a Michel para sustituir a Bordalás. Se parecen ambos lo mismo que la Torre Eiffel y las pirámides de Egipto. No les salió como esperaban y decidieron poner el futuro de la entidad en manos de Quique Sánchez Flores, el hijo de Carmen, el sobrino de Lola, el primo de Rosario y el vástago de Isidro, un lateral derecho que jugó en el Madrid de los Santamaría, Pirri, Zoco, Puskas, Gento y compañía.
Como quería situarme en el punto exacto del equipo azulón y no llevarme sorpresas, les vi jugar ante el Granada esta semana. Ganaron bien y reafirmaron la línea de mejora apuntada en los partidos precedentes. Por eso, como tantas otras veces, andaba la mosca revoloteando tras la oreja. No dudaba de la actitud de los nuestros, porque el técnico les toca la campana como los monaguillos en la consagración. No quiere ni despistes, ni excesos de confianza, ni nada que se le parezca. En los partidos de misa cantada no hace falta apelar a la motivación, porque está presente en todos los protagonistas. En cambio, en los discretitos conviene no perder el paso. ¡Lo hemos visto tantas veces!
En efecto, estaba cantado que uno y otro se iban a parecer en muy poco. Imanol lo sabía y Quique Flores, también. Y la mayor parte de los protagonistas, ídem del lienzo. El técnico realista decidió rotaciones. Unas cuantas, para protagonizar un primer tiempo de desgaste y luego tratar de decantar la balanza a su favor, cuando el cansancio hiciera mella en los rivales y su impecable nivel de concentración pudiera resquebrajarse. Ese era el diseño. Le pudo salir redondo si alguna de las oportunidades que afloraron en el camino se hubiera convertido en gol, o si el disparo de Isak a la cruceta hubiera elegido otro destino, un poco más abajo. Lo mismo que el anterior remate de Le Normand. Ciertamente, la fortuna no vistió a rayas en la tarde de ayer. El equipo merecía el gol y la victoria porque fue el conjunto que realmente se la jugó para ganar. Los madrileños, a los que aún les queda un aire de los tiempos de Bordalás, explotaron al máximo los recursos para cortar el dominio realista y evitar que la portería de David Soria se llevara mayores sustos de los padecidos. Sucede además que en este tipo de encuentros el rival se agazapa y espera su oportunidad para asestar el golpe de gracia y dejarte con cara de bobo. No fue así, porque la Real no se descompuso, porque Remiro paró un balón de valor en el primer tiempo y porque el punto, como indicaba Zaldua al final del encuentro, quizás ahora se valore menos que al final del ejercicio. La evidencia, más allá del tanteador final, es que una vez más la portería propia se quedó a cero.
La primera mitad fue muy plana, tanto como un folio de parchemín. Apenas pasó nada, porque el encuentro se planteó así, en eso que denominan partido táctico. Vinieron a empatar a cero y es lo que hicieron. Quizás tengamos la sensación de que el punto nos sabe a poco, pero es bueno recuperar jugadores sobre la marcha, repartir minutos y llegar en condiciones a los momentos estelares de la temporada que están a la vuelta de la esquina. Ayer desafinamos un poco en el coro y la misa cantada no salió redonda, pero seguro que el organista no terminó decepcionado.
Apunte final: Supongo que todo el runrún que se ha levantado en torno a la continuidad de Januzaj desembocará en la renovación. El chico lleva dando pistas desde hace días. Primero, colgó un vídeo en el que se refería a disfrutar todos juntos de los éxitos, mientras tocaba el escudo de la camiseta con su mano derecha. Ignoro si Aritz Elustondo sabe algo, pero cabe recordar que le cogió por la cintura y lo levantó por los aires en la alegría copera. Como además se han filtrado detalles, parece cantado que el chico quiere seguir viendo la bahía. Si es que no cambia de casa. Me refiero al piso en el que vive.