Mohoric se divierte en el tobogán

El orgullo herido aún supuraba en las entrañas de los egos de los equipos del WorldTour, retratados en el amanecer de la Volta a la Comunitat Valenciana después del doblete de Bardiani, del triunfo de los débiles frente a los poderosos. Todo eso irritó a los aristócratas, que tienden a despreciar al resto con la nariz respingona. Tonelli y Tarozzi retrataron a los mejores. Les partieron la nariz de la arrogancia.

La soberbia hecha añicos como el reflejo de un espejo de vanidad. Fue estupendo el asalto al poder de la condescendencia desde el sótano. Al fin el mundo al revés. La venganza de los descamisados. Los ricos encajaron mal el desafío, a modo de un desplante, y el segundo día evidenciaron que ellos mandan, que son los depredadores de la cadena trófica.

Matej Mohoric, el hombre a un descenso pegado, se lanzó entre las herraduras, deslizando de maravilla, acoplado y fluido hacia la victoria. Era una cascada el esloveno, que fue capaz de coronarse en la Classicissima aplicando el mismo método, tija telescópica incluida. Esa maniobra para conquistar la Milán-San Remo quedará en el imaginario colectivo por lo que tuvo de audaz.

Sin la necesidad de la tija que redujo su centro de gravedad, calcó el molde y embocó su enorme destreza en el slalom que finalizaba en La Valldigna. Mordió la victoria el esloveno con un puñado de segundos por delante del grupo de elegidos.

Mohoric lo intentó la víspera

Mohoric lo probó un día antes y se quedó en un limbo. Cerca pero lejos. Una extraña sensación. Esta vez no falló. El esloveno acertó de pleno. Diana. Bajó con aplomo y enorme solvencia para saltar sobre otra victoria descendiendo. Bajar de fábula para subir a lo más alto. El método Mohoric.

“He bajado bien pero no he tomado grandes riesgos”, dijo tras festejar el triunfo con sus compañeros de equipo. Le chocó la mano Pello Bilbao, que piensa en la general de la carrera. Mohoric se centró en lo episódico. En el menú del día. Su bocado le esperaba en alto del Pla de Corrals. En su reverso pendenciero y curvo, concretamente.

Nadie fue capaz de seguir el rastro del esloveno, que hasta adelantó a una de las motos de televisión. El esloveno pilota una bici. Entre las curvas y las contra curvas, Mohoric hizo palanca y abrió la caja fuerte.

Cuando se posó en el plano, apenas le restaban dos kilómetros. La victoria le susurraba al oído como las sirenas cantaban a los marineros. A Mohoric le encandiló la llamada de la gloria.

Fuga a ninguna parte

La fuga que aleteó formidable y libre la víspera era el viaje a ninguna parte un día después. Txomin Juaristi, del Euskaltel-Euskadi, marchaba con ánimo pero a distancia de caza. Lo mismo que le sucedía a sus cuatro colegas de aventuras. No habría concesiones.

En el extrarradio del Pla de Corrals, el alto que servía de balcón al posterior descenso y la bocana a La Valldigna, la marcha marcial del Lidl, para bunkerizar al gigante Milan, (qué pincho después) pulverizó a la fuga. Nada de afrentas.

Los pudientes sacaron los codos y los colmillos en el parqué bursátil. El butrón del Bardiani les molestó demasiado. La muchachada del Jayco entró en tromba para descascarillar a Milan. Oier Lazkano y sus zapatazos desbrozaron el grupo en una carretera estrecha. El alavés es una central de vatios.

Su impulso, eléctrico, generó un cortocircuito en un descenso enrevesado y técnico. Se agitó el avispero, con Vlasov, Sivakov o Mohoric en el mismo plano, pero no se quebró el estatus quo en ese cruce de intereses.

Tonelli, el líder inesperado, se sostuvo tras caminar en el alambre. Alma libre, Mohoric, que se alegra cada vez que huele la adrenalina de una bajada sinuosa y curvas peligrosas, regresó a la infancia. Le esperaba un tobogán que le llevaba, sonriente, a meta.