Con la puesta del sol, Altsasu se transformó el martes con su carnaval rural, cuando cientos y cientos de personas se unieron en una catarsis colectiva en la que volvió a mostrarse el arraigo de esta fiesta recuperada en 1982. Lo cierto es que pronto los y las altsasuarras la hicieron suya, convertida en seña de identidad de este pueblo. Si bien en esta maskarada tienen cabida todo tipo de personajes que miran a un pasado rural, hay un claro protagonista, Momotxorro, una simbiosis de humano y bovino que encabezó una comitiva multitudinaria.
La salida fue en estampida desde el frontón Zelandi, donde antes se celebró el ritual de la sangre. Y que los momotxorros se embadurnan de sangre la cara y brazos, así como su sarda o tridente de madera y la tela con la que cubren su cuerpo, grandes manchas rojas que aportan más agresividad a este ser salvaje. También los grandes cuernos que se asoman de un cesto que corona su cabeza, con un ipuruko o cabezal, del que cuelgan crines que ocultan su rostro. Por la parte de atrás lleva un narru o piel de oveja, sujeto por un cinturón del que penden dos cencerros.
Su fiero aspecto va acompañado de un agresivo comportamiento, cuando persiguen y golpean con su sarda a los pies de sus víctimas, que deberán saltar para poder evitarlas; un ritual relacionado con la fertilidad, matar lo viejo para dar una nueva vida. Los sonidos de los cencerros ahuyentarían los malos espíritus y las crines tendrían un sentido purificador. Y es que según cuentan, Momotxorro reúne la principal simbología del carnaval. En la avanzadilla también iba la ereintza, con dos bueyes que prepararon la tierra para la siembra. Este personaje salvaje se amansa cuando baila la Momotxorroen dantza y también cuando se deja fotografiar. Pero no te puedes fiar porque siempre está dispuesto a atacar.
El carnaval de Altsasu es mucho más que una manada de momotxorros. Su contrapunto femenino, según recordaban las personas mayores, son las maskaritas, cubiertas con una sobrecama adamascada que se frunce encima de la cabeza y va acordonada en el cuello y la cintura, ocultando su rostro con una puntilla. Anonimato total en una especie de burka que casi nadie quiere llevar. Por ello, se vieron pocas, a diferencia de sorginas, un personaje incorporado después y que da mucho juego, tanto a la hora de preparar el disfraz como para meterse en la piel de estas mujeres empoderadas. Así, una gran nube negra se agolpaba en torno al akerra, un impresionante macho cabrío que marcaba territorio mientas las brujas le hacían pasillo con sus escobas. Asimismo, hubo un akelarre con las sorginas de Dantzarima, que invitaron a la naturaleza a despertar e iniciar un nuevo ciclo.
Los mullidos jauntranposos también tenías ganas de jugar, rodando una y otra vez por el suelo mientras arrastraba a más de uno y una en su caída. Además, en esta marea humana había cientos de personajes inclasificables, en algunos casos espectaculares en un derroche de imagiación y ganas, cada cual su ritmo.
Por la tarde hubo un carnaval txiki, una maskarada en pequeño formato pero con todos los elementos que también estuvo muy animada, muestra de que esta fiesta, declarada de interés turístico, tiene futuro.