Trabajaban durante 12 horas al día, limpiando el mineral y cargándolo al hombro hasta los barcos que lo recogían en la ría, cobrando casi la mitad que los hombres; los libros de jornales que todavía hoy se guardan en el Museo de la Minería se reflejan categorías laborales de capataz, de peón, de pinche y de mujer, con peores condiciones; a unas condiciones laborales deplorables y el estigma de compartir el día a día en un mundo de hombres, se ha sumado un velo invisible en la historia. Bizkaia no sería hoy lo que es sin el papel de las mujeres mineras, a las que llamaba morrocotudas, por eso, las Juntas Generales han reclamado hoy reconocer su contribución, a través de un homenaje público, una exposición itinerante y la colocación de una placa conmemorativa en el cargadero de la Franco Belga. "Que no pasen otros 60 años para que la historia de estas mujeres cuente", ha pedido este miércoles la apoderada de Elkarrekin Podemos, Eneritz de Madariaga, autora de la iniciativa que ha sido aprobada por unanimidad.
Ni Euskadi ni Bizkaia serían hoy lo que son sin su pasado minero; forma parte de nuestro pasado pero también de nuestro presente. Y sin embargo, las mujeres, su trabajo y su contribución a la industrialización del territorio, han sido prácticamente omitidos de la historia. "Las mujeres mineras jugaron un papel fundamental, sin el cual el desarrollo de la minería y el desarrollo que se produjo en la época hubieran sido imposible", ha remarcado De Madariaga. En La Arboleda, Gallarta, Trapagaran, Muskiz, Ortuella, Galdames o Sopuerta, aquellas mujeres trabajaron en la extracción de mineral, su lavado, su carga y transporte, o en los hospedajes de mineros, "pero nunca se les dio el reconocimiento de mineras. Tuvieron que soportar una actividad laboral no reconocida, sin contrato y con un jornal que estaba muy por debajo del que cobraba cualquier hombre".
"Somos porque otras fueron", les ha reconocido también la socialista Begoña Gil. La historia, ha lamentado, ensalzó la contribución de los hombres en este periodo histórico clave, "relegando a las mujeres, silenciándolas y haciéndolas invisible". Hoy se sabe que aquellas mujeres no se quedaron en casa sino que sujetaban sobre sus espaldas el peso de la economía familiar. "Las durísimas condiciones de vida y los salarios de miseria de la minería no permitían que las familias pudieran sobrevivir solo con el sueldo del cabeza de familia", ha recordado. No fueron solo unas pocas las que trabajaron codo con codo junto a los hombres, sino que representaron a la mayoría. "No solo había mujeres trabajando directamente en la mina, no solo eran mayoría las que lavaban el mineral, sino que también, al disponer de un espacio en sus hogares, o sacándolo de donde no lo había, alquilaban habitaciones y se encargaban de sus huéspedes. Les cobraban por lavarles la ropa, por hacerles la comida e incluso por cuidarles cuando estaban enfermos, y así completaban los ingresos familiares", ha echado la vista atrás Gil.