Movilidad, qué bonito nombre tienes. Y ya, si como viene siendo el caso desde que inauguramos el pantano de los vocablos de cinco duros, te ponen como apellido “sostenible”, ni te cuento. Los espinazos del personal más concienciado (ejem) se doblan a tu paso. Los juglares de la corrección molona te componen cantares laudatorios hasta el borde del coma diabético. Los políticos postureros te mencionan por toneladas en sus discursos a mayor gloria de sí mismos y, por supuesto, te encasquetan en la denominación de ministerios, consejerías o concejalías. Como corolario de lo anterior, te dedican semanas que acaban durando quincenas y que consisten sistemáticamente en declaraciones de buenas intenciones trufadas de la puesta en marcha de medidas tan pomposas como de difícil aplicación.
Porque, sí, está muy bien poner coto a la entrada a las ciudades de vehículos que contaminan por arrobas, pero todo apunta a que el control será la consabida lotería que hará pringar al pardillo de turno mientras seguirán circulando tan ricamente cafeteras que no han pisado la ITV desde el pleistoceno. También es digno de aplauso poner bicicletas eléctricas al alcance (teórico) de todo quisque. Sin embargo, la iniciativa queda aguada si no se vigila el comportamiento vandálico de un porrón de usuarios, si dos de cada tres monturas fallan como escopetas de feria por mantenimiento deficiente o, por no extenderme, si la app para alquilarlas es una chufa o la atención al cliente es inexistente. Igualmente, es genial que se construyan bidegorris, si bien sería mejor que no terminasen en la nada, que se sancionase a los runners que los convierten en una trampa mortal o a los propios ciclistas que se pasan por el forro las normas de uso más elementales. Movilidad, qué bonito nombre tienes.