Tocan en la banda, desfilan con un farol o una vela, cargan el paso a hombros y ocupan puestos de responsabilidad. Desde que comenzaran a procesionar en la Semana Santa bilbaina con hábito y y capirote en 1987, la cifra de mujeres cofrades ha ido ascendiendo hasta alcanzar las 2.100, a la par que los hombres. Cuatro de ellas, Begoña, Cristina, Laura y Magdalena, cuentan, a capuchón quitado, cómo viven estas fechas tras recordar lo bien que lo pasan en las comidas y cenas. “Entre las cofradías hay muy buen rollo”, coinciden.
Begoña Isasi, 21 años Hermandad de Begoña
“Sufro al llevar el paso, pero es mi penitencia”
Cofrade de la Hermandad de Begoña desde que nació, si hay un recuerdo que se le quedó grabado a Begoña Isasi de la Semana Santa en su infancia son “los bocadillos de chorizo y jamón y queso que la tía Ole, de la cofradía, preparaba para después de la procesión. Era acabar y querer el bocata”, recuerda sonriente esta estudiante de Empresariales, que suele procesionar con sus tres hermanos, aunque este año no lo hará porque se le rompió la rodilla. “El año que viene llevaré el paso”, anuncia. Ya lo portó el año pasado. “Nosotros llevamos el paso a hombros, no tenemos ruedas. Es verdad que sufrimos, pero es parte de nuestra penitencia”, cuenta.
Bajo el capirote y con un hábito que “se puede alquilar por 25 euros para toda la Semana Santa o comprar por unos 150”, Begoña desfila “en silencio, rezando, pensando en problemas que tiene la gente a mi alrededor” y sin poder abstraerse al cien por cien del público. “Vas mirando al de delante, siempre en fila, pero vas escuchando que algún niño suelta: Hala, pues ese va descalzo, pues ese tiene las uñas pintadas... Te alegra saber que no solo se fijan en me da miedo porque tienen un capirote”, comenta. También percibe “cómo alguna gente, sobre todo mayor, se emociona cuando ve el paso. Ves en sus ojos que lo sienten de verdad y eso sí que es bonito”.
La mayoría de los amigos de Begoña son cofrades y “entienden lo que conlleva”, pero cuando lo comparte con alguien por primera vez “la gente se sorprende”. “Siempre hay algún graciosillo que suelta: Ay, los de los cucuruchos en la cabeza y alguna gracieta así, aunque la mayoría responde bastante bien porque se sabe que aquí la Semana Santa se vive mucho”, asegura esta joven, que entrena al equipo de baloncesto San José Basauri. Para quienes no son duchos en la materia aclara que no solo se es cofrade en estas fechas. “Se van celebrando actividades a lo largo del año y te puedes unir. Hay cenas, excursiones, planes, vas centrándote, la Navidad también ayuda, y te vas preparando poco a poco tú sola y con el resto de la cofradía. Es un trabajo de equipo”, destaca y pone, como ejemplo, a la banda, que “practica durante todo el año para que todo salga bien, no solo la música, también llevar la marcha”.
“ Para los niños se llevan botellas de agua escondidas y caramelos porque hace calor, son muchas horas y es un paso costoso, explica Laura ”
Si tuviera que describir la Semana Santa bilbaina, Begoña diría que es “familiar”. No en vano la mayoría de las personas que conoce se han unido a la cofradía con sus padres y hermanos. “Como mi padre era jefe de paso, después de las procesiones la familia nos quedábamos más. Tienes que bajar desde Begoña al Museo de Pasos, acompañar a tu padre, ayudarle... No solo era la procesión, era el momento familiar de estar todos juntos”, rememora.
Cristina Uribe, 55 años Cofradía del Apóstol Santiago
“Yo voy descalza, son promesas personales”
Todo el mundo, o casi todo, sabe que Cristina Uribe es cofrade. “Lo llevo a mucha honra”, dice esta consultora inmobiliaria de Mungia. Sobre todo, porque le costó Dios y ayuda entrar a formar parte de la Cofradía Penitencial del Apóstol Santiago. “Fui la primera que me apunté, en 1987, que fue cuando se aprobó por estatutos la incorporación de la mujer. Llevaba dos años peleando para entrar y me decían que no. En el 86 vi por primera vez mujeres en la de Jesuitas: Oye, ya no me podéis decir que no y aquí estoy”, recuerda. Ahí está porque le dijeron que si se apuntaba alguna más antes de Navidad, la dejaban desfilar, y se animaron cinco. “Como la Junta se reunía después de Semana Santa, la primera vez salimos sin tomar los hábitos. Al año siguiente ya fuimos más”, relata. El recibimiento fue “estupendo” y hoy en día hacen “de todo”. “Sacamos pasos, llevamos cruces, salimos en todas las procesiones y nunca hemos notado un rechazo. Somos un cofrade más”, remacha. También acceden a “cargos de responsabilidad”, aunque “no se trata de una carrera para ir copando puestos porque esto no es una empresa”.
Cristina dice que es la “rara” de la procesión. “Como tengo una lesión de cuello, en vez de llevar vela o pasos, llevo un rosario y normalmente voy rezando”, señala. No carga peso, pero pisa el suelo por donde desfila con las plantas de sus pies. “Yo voy descalza, son promesas personales. Tomar esta decisión o llevar una cruz son ofrecimientos que se hacen a Dios por causas muy diferentes y hay que tener mucho respeto”, conmina. Para los que piensan que sería mejor que ayudaran al prójimo también tiene respuesta. “Eso lo hacemos durante todo el año, pero no son penitencias. Lo haces por amor y para contribuir a la sociedad. Casi todos estamos metidos desde catequesis a asociaciones con las que se colabora”, aclara.
Cristina reconoce que “hacer penitencia es la parte que quizás menos entiende la gente, pero es tan personal que no entran. Menos un año, no he salido nunca con zapatos. Mis amigos lo saben y lo respetan. Ahora, fuera del ámbito católico probablemente todo les parezca un esperpento”, presupone. De hecho, “hay quien dice que estamos anticuados o que parecemos el Ku Klux Klan, lo cual es una idiotez porque las cofradías son anteriores. Ellos copiaron la vestimenta y no al revés”, apunta.
De tener que colgar una etiqueta a la Semana Santa de Bilbao, escribiría en ella “devoción”. “Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesucristo en su pasión, muerte y resurrección. Hay momentos muy tristes, pero da la vida por nosotros y acompañarle en ese camino hacia el acto de amor más profundo que puede haber es un honor”, afirma. Tal es así que no es capaz de decantarse por una procesión. “Cada día vives una experiencia diferente, no sabría quitar ninguna. Recomiendo la Semana Santa de principio a fin”, concluye.
Laura Olaortua, 22 años Madre de Dios de las Escuelas Pías
“No es incompatible ser creyente y salir de fiesta”
A Laura Olaortua de niña le gustaba mucho ver las procesiones. “Me quedaba mirando qué pasaba en las diferentes cofradías, cómo sonaba cada banda... Quería entrar en una”, recuerda esta estudiante de Derecho Económico. Así que su padre, que hacía mucho que había colgado los hábitos y el capirote, los volvió a retomar y ambos desfilan, junto al hermano de Laura, con la Cofradía Madre de Dios de las Escuelas Pías.
“Es como una pequeña familia, como los amigos de verano que vuelves a ver al año siguiente”, dice.
En las procesiones Laura desempeña el papel de “enlace”, que se encarga un poco de todo: cortar las calles, asistir a los cofrades... “Para los niños se llevan botellas de agua un poco escondidas y caramelos porque son muchas horas, es un paso muy costoso –siempre es más cómodo andar rápido– y hace mucho calor. El año pasado tuve que ayudar a un compañero al que le estaba dando un mareo”, recuerda. Pese a tener que estar “al loro de todo”, como “las más largas duran tres horas como mínimo”, también tiene tiempo “para pensar, rezar, dar gracias...” e incluso saludar a algún conocido. Discretamente, eso sí, porque “no es que estés desfilando sin más, esto es algo más serio”.
“ Es un momento para meditar, donde no hay móvil. Pueden estar mi marido y mi madre, pero estoy sola con Dios, afirma Magdalena ”
Entre el público, apunta, llama la atención el calzado de los penitentes. “Todos tenemos que ir con zapato negro, calcetín granate y en el zapato nos colocamos una hebilla. A la gente le sorprende mucho porque da la sensación de que todos llevamos el mismo zapato. Dicen: Ay, mira, todos iguales”, comenta.
También les llama la atención a sus nuevas amistades que una veinteañera viva la Semana Santa con el capirote puesto. “Me preguntan qué es ser cofrade, por qué me apunté, qué siento..., pero siempre desde la curiosidad y la intriga más que desde el estás loca o te juzgo”, matiza esta bilbaina, que aprovecha para desterrar prejuicios. “No es incompatible ser creyente y vivir mi juventud libremente, salir de fiesta, disfrutar de mi familia, hacer viajes, estudiar...”, enumera. De hecho, cuenta, “como para llevar bien a la cofradía al punto de salida de la procesión hay que saberse las calles, siempre estamos con la tontería: Oye, tendremos que quedar para tomar unas cañas y aprendernos las calles, que si no, va a ser un desastre”, bromea Laura, que también disfruta de esa “Semana Santa paralela de comidas y cenas con la gente de la cofradía, que es muy guay”.
Magdalena G. de Leániz, 31 años Cofradía de la Santa Vera Cruz
“Siempre me emociono y se me caen las lágrimas”
Su bebé de seis meses será cofrade este año y su hija, de año y medio, ya se enfunda en su pequeño hábito. Magdalena García de Leániz fue de las primeras niñas que entraron a formar parte de la Santa Vera Cruz, “la cofradía más antigua de Bilbao”, y ahora, como madre, continúa con la “tradición familiar”. “Estoy orgullosa y soy embajadora. Intento animar a mi entorno para que también sean cofrades. Los que no se han hecho suelen ir a vernos”, señala.