Los cascabeles han vuelto a resonar por las calles del Casco Viejo de Iruña este domingo. Y han regresado con ellos el blanco y el rojo, los colores de fiesta y la música, sonidos de txistu y de tamboril que han puesto el broche a una concurrida despedida a San Fermín de Aldapa. Se ha ido arropado por los gigantes, La Pamplonesa y las dantzas de Duguna, animado y aplaudido a su paso por cientos de personas que le han acompañado en procesión y que le han recordado, después, con la singular Ezpatadantza. El último ‘agur’ a San Fermín txikito ha sido multitudinario: un eco de las fiestas grandes sólo para los de casa, ese pequeño homenaje, más íntimo, que congregó a familias, jóvenes y mayores que –con resaca o sin ella– no se quisieron perder la cita.
El puente de Curtidores lucía abarrotado ya antes de las once de la mañana, con mucha expectación y poco frío si asomaba el sol. Los dantzaris de Duguna han subido la cuesta de Santo Domingo con paso firme, unidos por sus espadas, teniendo que abrir huecos prácticamente en cada esquina. Llegar a Mercaderes pasando por La Mañueta hasta la puerta de la Basílica se ha tornado complicado por la cantidad de gente que, ya arriba, ha tenido que abrirse para que pudieran bailar. “Es especial porque es un día de fiesta en Pamplona y bailamos la Ezpatadantza, la única vez que lo hacemos, como un ritual. Había gente esperándonos en la Rochapea, parece que nos se les ha olvidado”, bromeaba Aritz Ibañez, dantzari. A ellos tampoco: “Es como andar en bici. No hemos parado en estos dos años pero es cierto que ir recuperando el contacto con la gente poco a poco es bonito. Es más cálido que lo que nos ha tocado hacer hasta ahora”, reconocía. Entrar por las calles pequeñas y tener que hacerse sitio “es nuestra salsa”.
Al santo le han cantado la Aurora en la Calle del Carmen los miembros de la tuna antigua de Navarra, “después de haber almorzado en el Bullicio, y eso que a las tres de la mañana estábamos de copas”, reía uno de ellos, antes de que la figura siguiera su camino flanqueada por la música, los bailes y decenas de familias.
La estela de gente ha seguido su curso como una serpiente, partiendo las calles a su paso, hasta la llegada de la Ezpatadantza a la una y media de la tarde, que ha vuelto a congregar –de nuevo– cientos de caras expectantes en la plaza del Ayuntamiento. Duguna ha ondeado la bandera y ha desatado los aplausos de pequeños y mayores que esperaban, ansiosos, ese baile tan especial que cada año pone el broche a las fiestas.
Había ganas, y se ha notado en la calle. Se ha notado en los actos en un fin de semana completo, en las terrazas y los bares y en el vermú torero del domingo, que ha puesto el Casco Viejo a rebosar de gente. Se ha notado hasta en el clima, y eso lo sabían los dantzaris: “Llevamos 14 años bailando y no nos ha llovido nunca. Y eso que este fin de semana daban el diluvio universal... Algo de conjuró tendrá”. Al menos para el domingo.