Fecha: 27/08/2022. Lugar: Teatro Gayarre. Incidencias: Penúltimo día del Flamenco On Fire 2022. María Toledo (voz y piano), José María Cortina (teclados), Antonio Sánchez (guitarra), Manuel Machado (trompeta), Juan Diego Valencia (palmas), Manuel Valencia (palmas).
Una de los muchos aciertos del festival Flamenco On Fire radica en el hecho de mostrar este estilo universal desde todos los ángulos y perspectivas posibles. Así, año tras año, y ya van nueve, en su cartel se dan cita actuaciones que continuan la tradición del género con estricta fidelidad, pero también otras que buscan ensanchar sus márgenes, adaptándolo a los nuevos tiempos y mezclándolo con otras músicas. Haciéndolo avanzar y, en definitiva, manteniéndolo vivo. El concierto de María Toledo fue un ejemplo de ambas vertientes, pues hubo academia, pero también novedad. En el vídeo que se proyectó al comienzo, ella misma se encargó de explicar cómo ha pasado toda su vida buscando su propio lenguaje y aceptando los riesgos que ello implica. Cuando era pequeña y asistía a clases de piano, ya se preguntaba qué pasaría si mezclaba las melodías de Chopin con los acordes flamencos. En ese momento nació su búsqueda, siempre alejada de los prejuicios y atendiendo únicamente a sus innatas necesidades expresivas. Muchos años después, cuando ya se había forjado una sólida carrera, quiso saber qué sucedería si fusionaba las rancheras con el flamenco. Ese fue el germen del disco que ahora está presentando y del espectáculo que trajo al Gayarre: Ranchera flamenca. No es la
primera vez que alguien intenta un acercamiento similar; en 2009 lo hizo Buika, que estuvo presente en la edición anterior del Flamenco On Fire, con su álbum El último trago, dedicado al cancionero de Chavela Vargas y grabado junto al pianista Chucho Valdés bajo la producción del por entonces omnipresente Javier Limón. Sin embargo, en este caso, María Rodríguez del Álamo, que así se llama la artista que nació en la calle México (¿premonición?) de Toledo, le da su propio enfoque y adapta el repertorio y lo aborda desde los distintos palos del flamenco.
Tras el vídeo explicativo, comenzó el concierto. Primero salió la banda: guitarra, teclados, palmeros y trompeta. Después, cuando los músicos ya habían empezado a tocar sus instrumentos, ella, con vestido largo rojo y la parsimonia y el plante de quien se sabe dominadora absoluta del escenario. No era, por cierto, la primera vez que pisaba las nobles tablas del Gayarre; según explicó durante el transcurso del concierto, hace unos años actuó aquí compartiendo velada con Chano Domínguez. En la primera parte de su actuación el repertorio estuvo formado por rancheras míticas mexicanas perfectamente ensambladas en los palos flamencos. Ahí sonaron canciones eternas como Cuando sale la luna, por tanguillos, o El rey, tan querida en estas tierras, por bulerías, además de otros clásicos como Se me olvidó otra vez, Cielito lindo o Te solté la rienda. Durante este tramo inicial, María solo se sentó en contadas ocasiones frente a su piano, pues pasó la mayor parte del tiempo de pie y dedicándose exclusivamente a cantar. En cualquier caso, el acompañamiento musical estaba en las mejores manos y el sonido fue brillante durante toda la velada gracias a unos músicos que supieron adaptarse a las diferentes atmósferas que las canciones requerían. A destacar el papel de los teclados y la trompeta, que imprimieron al resultado final el cuño de la originalidad. A la media hora de actuación, se quedó solo el guitarrista, que comenzó a hacer virguerías con las seis cuerdas (era el sobrino de Paco de Lucía, de casta le viene al galgo), arrancando no pocos aplausos y otras tantas ovaciones desde el patio de butacas. Le acompañó al poco María. Sentados junto a una pequeña mesa camilla que habían colocado al frente del escenario, desgranaron una serie de canciones más desnudas: La primera fue El último trago, por sevillanas y dedicada a la memoria de Manolo Sanlúcar, que había fallecido ese mismo día, y Si nos dejan. Todavía sentados a la mesa, pero de nuevo rodeados por los músicos, una sentida interpretación de Vámonos, de José Alfredo, esta vez por alegrías.
Se inició así la segunda parte de la actuación, en la que las canciones ya no fueron mexicanas, sino puramente flamencas. De primeras se mantuvieron sentados y con la ayuda de la guitarra y las palmas se montaron un pequeño tablao. Continuó sola, esta vez sí, sentada al piano, con una canción inspirada en el deseo de ser madre (está embarazada de seis meses, según desveló), y, otra vez con los músicos, por soleás, con temas de La Perla de Cádiz o La Niña de los Peines. Aquí la innovación dio paso a la tradición, demostrando que para poder mirar hacia delante hay que conocer la historia que dejamos atrás y que, en el caso de María, es capaz de afrontar con la misma solvencia el enfoque clásico y el vanguardista. El público disfrutó por igual las dos miradas y se extendió en los aplausos hasta arrancar a la artista un postrero bis por bulerías. Al final, no importan tanto las reglas sino lo que los artistas son capaces de transmitir. Las músicas, como los sentimientos, son universales.