Hubo un tiempo, no tan lejano, pero sí lo suficiente, en el que Nairo Quintana (4 de febrero de 1990) anunciaba su aproximación al Tour bajo un lema: el sueño amarillo. Por lo insistente y lo obsesivo del objetivo, aquello tuvo el deje de un mantra. La fiebre amarilla por la carrera francesa. Siempre pudo el Tour con él, que se imaginó campeón en 2013 y 2015, cuando fue segundo tras Chris Froome. El colombiano cerró el podio en 2016. Quintana soñaba con la gloria en el Tour, pero curiosamente, el sueño que persiguió con saña, se convirtió en pesadilla en 2022. El colombiano dio positivo con tramadol en la Grande Boucle. Allí se acabó el idilio que persiguió. Bajo los adoquines no había playa. No era mayo de 1968. Se impuso el poder del establishment. Lo que al comienzo tuvo aspecto de advertencia –el tramadol no era una sustancia prohibida por la AMA (Agencia Mundial Antidopaje) por lo que no es considerada dopaje aunque la sustancia estaba vetada por la UCI– degeneró en un castigo social para el colombiano incluso mayor que el procedente de las autoridades deportivas. El TAS desestimó el recurso de Quintana, que clamó su inocencia. Contrariado, por su cuenta, decidió realizar un análisis capilar que, al igual que el realizado por las autoridades, detectó la presencia del tramadol. Con ese revés del tribunal deportivo comenzó su descenso a los infiernos. Enfrentarse al Tour convirtió a Quintana, campeón del Giro de 2014 y de la Vuelta en 2016, en un paria. Vetado por las estructuras del WorldTour y sin espacio para otros equipos, se convirtió Quintana, expulsado del Arkéa, formación en la que corría, en un apestado. Quintana quiso buscar una salida, pero retar al poder establecido le impidió emplearse en ningún equipo.
Inmediatamente se fijó un cordón sanitario alrededor de Quintana. Nadie, aunque quisiera, podría ficharle sin verse interpelado por el poder de ASO, la organización que gestiona el Tour y muchas de las mejores carreras del calendario. Los equipos encogieron los hombros y miraron para otra lado. Sin posibilidad de competir en 2023 en la élite, Quintana esquivó la retirada. Estaba dispuesto a luchar. Se centró en entrenar para mantener la forma mientras el resto del pelotón mostraba el dorsal. El castigo social se fue desvaneciendo y durante la Vuelta, en Andorra, donde reside y entrena, Quintana se reunió con Eusebio Unzué, mánager del Movistar, el equipo en el que el colombiano obtuvo sus mejores resultados. Quintana corrió en el Movistar entre 2012 y 2019. Después recaló en el Arkéa del que fue despedido por el positivo por tramadol.
Los designios de un mercado loco situaron al colombiano en el escaparate de modo inopinado. El Ineos, que tanteó a Evenepoel y Pogacar, recibió un no por respuesta cuando preguntó por las dos luminarias. Sin un líder de peso, los británicos apostaron por Carlos Rodríguez, que contaba con un preacuerdo para irse al Movistar. El Ineos tuvo que abonar una penalización –se estima que entre 1 y 1,5 millones– para deshacer el acuerdo entre el granadino y el Movistar. Exonerado del destierro, Quintana entró en la ecuación. Todo cuadraba para que el colombiano regresara al Movistar. Unzué y Quintana acercaron posturas durante la Vuelta y firmaron un contrato de un año para 2024.
El sueño
“Gracias a esta nueva oportunidad vuelvo a soñar, he creído y vuelvo a creer que puedo seguir haciendo cosas bonitas, aportándole al equipo. Tengo muchas ganas de seguir, de hacerlo muy bien”, destacó Quintana, visiblemente emocionado en su primer contacto con la prensa de su país tras el fichaje. El colombiano, que simuló carreras en sus sesiones de entrenamiento, necesitará un tiempo para recuperar su mejor versión. “Voy a empezar a trabajar con los entrenadores del equipo. Debemos tener paciencia porque es cierto que llevo sin competir un tiempo (...) Mientras los otros hacían el Giro, yo trataba de simular cada etapa”, expresó Quintana. El colombiano dice estar en unos parámetros similares a los que ofrecía antes del gran apagón. “He estado con números de entrenamientos similares a cuando he hecho cualquier competición importante”, apuntó el ciclista, que anhela el retorno. Convertido el Tour en una pesadilla, Quintana renuncia a cualquier utopía en la Francia ciclista. Debajo de los adoquines no están las playas del mayo de 1968. Sólo un sótano. En 2024, Quintana vuelve a la luz.