Vino invitada a la boda de una amiga hace 22 años, le gustaron "el café con leche, el mar y las montañas" y se quedó. "Luego me enamoré y me casé", cuenta Natallia Pakholkina, una mujer bielorrusa, vecina de Barakaldo, que está viviendo uno de sus momentos más amargos. "Sufrimos muchísimo por la guerra en Ucrania. Tenemos allí familiares y amigos y nos duele", señala, replegando su espléndida sonrisa. De hecho, en su país tiene "primos y sobrinos aterrorizados, esperando a que en cualquier momento les llamen para luchar. Les van a obligar y no quieren".
Tataranieta de ucranianos, Natallia, que trabaja como dependienta en Bilbao, se hace eco de las repercusiones que está teniendo este conflicto bélico para los soviéticos que residen en Bizkaia. "Los rusos de aquí están muy ofendidos porque en las redes sociales les están amenazando y llamando de todo. Los hijos tienen problemas en los colegios. Les dicen: Rusos, me estáis quitando las tierras, tirando bombas... y ellos no han hecho nada. Por eso la mayoría prefieren no hablar".
A sus 48 años, Natallia no da crédito a que se haya producido esta cruenta ofensiva. "No me lo esperaba. Es increíble. Bielorrusia, Ucrania y Rusia han sido siempre como unas hermanas y no sé realmente cómo ha pasado todo esto. Yo no veo la diferencia entre nosotros porque somos todos eslavos. Es como cortar un cacho de un mismo pueblo. Me duele mucho", reitera, tras aclarar que para ella "no hay países, ni banderas, sino personas".
En una de las asociaciones con las que colabora Natallia coincide con moldavos, ucranianos, bielorrusos y rusos. "Hay tantas personas de diferentes naciones que decidimos que no íbamos a hablar de política, pero ahora es imposible evitarlo", reconoce. Incluso en su propia familia hay disparidad de opiniones. "Tengo una prima en Donbás que dice: Ya estuvimos metidos en un sótano durante ocho años, dando a entender que Putin es nuestro héroe salvador. El pueblo piensa de dos maneras distintas y se ha separado. Por eso tuvimos bastantes discusiones entre la gente", lamenta.
Natallia habla con conocimiento de causa porque se nutre de tres fuentes de información. "Yo puedo opinar, pero la gente que solo ve la televisión rusa no puede. Les dicen que Rusia está liberando a los ucranianos de los nazis. La información que reciben es totalmente distinta a la de aquí y a la que tienen en Ucrania. Hay que sumarlo todo y quitar la mitad de cada canal para hacerte una idea de lo que realmente está sucediendo", dice, cediendo la palabra a su espíritu crítico.
La situación, dice, es "muy complicada". "Hay también gente que piensa -bielorrusos, sobre todo- que la OTAN, Estados Unidos, ha empujado a esta guerra hablando de que querían poner misiles en Ucrania, ofendiendo a Putin, amenazando que iban a poner en sus fronteras. Putin no tiene derecho a hacer lo que ha hecho, pero hay mucha gente que le comprende".
Cárcel por ayudar a Ucranianos
Las imágenes de edificios devastados, civiles muertos y mujeres huyendo con sus hijos no paran de llegar. "Es horroroso. Por eso desde aquí se intenta ayudar a los refugiados ucranianos veinticuatro horas al día, alojándolos en los hogares de las familias vascas, que tienen un corazón que me ha dejado impresionada", confiesa.
Mientras en Euskadi se premia la solidaridad, los ciudadanos de Rusia o Bielorrusia podrían pagar un alto precio hasta por tender su mano. "Ha salido una ley por la que se puede condenar a todos los que ayuden a Ucrania hasta con diez años de cárcel. Incluso nosotros, que vivimos aquí, estaríamos en peligro cuando volviésemos a visitar nuestra patria porque pueden meternos en la cárcel y no volver. ¿Qué te parece?", pregunta y se hace el silencio. No hay palabras.
Antes de despedirse, camino de sus tareas como voluntaria, Natallia se despide con un llamamiento a la unión entre seres humanos. "Tenemos que ser solidarios y no odiarnos unos a otros. La gente normal no deseamos esta guerra. Somos hermanos. A ver si termina esto pronto porque están sufriendo muchísimo".