Navalny

Al final, se lo han cargado. Si la detención y el encarcelamiento del líder ruso Alexei Navalny, el mayor opositor a Putin, olían mal, la noticia de su muerte en una prisión perdida del círculo polar Ártico ha sido la puntilla. La versión dada por Rusia recoge que Navalny se desvaneció tras su paseo diario y que, a pesar de practicarle los procedimientos de reanimación necesarios, no pudieron hacer nada por él. Ya.

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, que siempre me parece que se queda a medias en sus reacciones, esta vez ha encontrado el temple para tuitear: "La Unión Europea considera al régimen ruso como el único responsable de esta trágica muerte". Un mensaje que no es baladí, ya que supone, de facto, una acusación directa ante la que cabe esperar una reacción rusa a la altura. Y ya sabemos cómo las gastan en el Kremlin.

No nos engañemos: Esto es Putin. Y, frente a eso, no valen el pacifismo oportunista ni el buenismo cobarde. La realidad es que el lobo ruso hace tiempo que se habría merendado, quién sabe, ¿Polonia? ¿Los países bálticos? si no fuera por algo que los cuatro de siempre se empeñan en desdeñar: la OTAN. Para que unos puedan seguir con sus soflamas del no a la guerra, otros siguen poniendo recursos, personas y, a veces, muertos, allí donde el lobo acecha a las puertas. Ya lo dijo George Washington: "Estar preparados para la guerra es uno de los medios más eficaces para conservar la paz".