EL 28 de febrero de 1974, el artista iraní Tony Shafrazi escribió con spray rojo la frase Kill Lies All (Matar todas las Mentiras) sobre el Guernica de Picasso en el MOMA de Nueva York. Integrante del colectivo Art Workers’ Coalition, su acto fue una reacción al indulto que el presidente Richard Nixon había otorgado a William Calley, único oficial del ejército estadounidense juzgado por la matanza de My Lai de 1968, durante la guerra de Vietnam.
Afortunadamente, la capa de barniz que habían dado los restauradores del museo al mural logró que no penetrara la pintura. El Guernica es una obra cuyo sentimiento es notablemente antibélico, pero ni esto la libró del ataque del artista iraní para protestar, precisamente, contra la guerra.
Siguiendo la estela de lo que hicieron con Los Girasoles de Van Gogh, activistas ecologistas han lanzado esta misma semana salsa de tomate cerca de la conocida pintura La Joven de la Perla, del artista Johannes Vermeer, en el museo Mauritshuis, en La Haya. Este ataque se suma a los producidos este mismo mes cuando dos simpatizantes del grupo alemán Última generación lanzaron puré de patatas contra un cuadro de Claude Monet expuesto en el Museo Barberini de Potsdam, cerca de Berlín. Los grupos activistas han utilizado esta estrategia para visibilizar la problemática del cambio climático y exigir a los gobiernos que accionen al respecto.
Pero los restauradores advierten: aunque este tipo de acciones de protesta van dirigidas contra cuadros protegidos por cristales, no son del todo inocuas para las obras de arte. El líquido puede filtrarse por las juntas y causar daños irreparables. Dependiendo de cuándo se hizo la instalación puede estar más o menos protegida, pero siempre hay algo de hueco entre el cristal y la pintura.
Motivos ilógicos
Venganzas, frustraciones, supuestos motivos sociales o religiosos... A lo largo de la historia han servido de motivos ilógicos para atacar e intentar destruir grandes obras maestras. El 10 de marzo de 1914, la sufragista Mary Richardson se coló en la National Gallery y acuchilló siete veces a La Venus del espejo, de Velázquez. Richardson fue condenada a seis meses de prisión.
La Gioconda, de Da Vinci, es una de las obras que más agresiones acumula. Además del atentado fallido del pasado mes de mayo cuando le tiraron una tarta, en 1956 un hombre con problemas mentales lanzó una piedra contra el cuadro que rompió el cristal de protección de la obra y provocó el desprendimiento de la capa pictórica a la altura del codo izquierdo de la Monna Lisa. Esos daños, pese a la restauración, aún son visibles.
Se instaló entonces el cristal antibalas que hizo posible que la pintura no sufriera daños en otro ataque, esta vez con pintura, lanzado en 1974 por una mujer cuando el cuadro se encontraba en una exhibición en el Museo Nacional de Tokio. La agresora protestaba contra la política del museo, que dificultaba el acceso al mismo a las personas discapacitadas. Se decidió entonces que La Gioconda no saldría del Louvre, pero ello no impidió que en 2009 una mujer de nacionalidad rusa lanzara contra el cuadro la taza que acababa de comprar en la tienda del museo en protesta por que le habían denegado la ciudadanía francesa. El lienzo no sufrió daños.
Otras obras maestras no han tenido tanta suerte como La Piedad, de Miguel Ángel Buanorroti. En 1972 un hombre, mentalmente perturbado se alzó sobre la escultura y martillo en mano propinó una serie de desperfectos que afectaron, fundamentalmente, a la Virgen (párpado izquierdo, nariz rota y rotura de varios dedos de su mano izquierda). Se procedió a un meticuloso proceso de restauración y en la actualidad está protegida por una pantalla de cristal para evitar otros actos vandálicos.
En julio de 2007 una mujer besó un cuadro blanco del artista estadounidense Cy Twombly en un museo de Avignon (Francia) y dejó la marca de carmín de sus labios en el lienzo. La mujer defendió que su beso era “un acto de amor y un acto artístico”.
La ronda de noche, de Rembrandt, ha recibido varios ataques. En 1911 fue acuchillada por primera vez, pero el corte fue poco profundo y solo rasgó el barniz. También con daños superficiales se saldó el ataque en 1990 que llevó a cabo con ácido un enfermo psiquiátrico, gracias a la rápida intervención de los vigilantes de seguridad del museo. Muchísimo más grave fue el tajo que se le dio al lienzo al ser trasladado desde su ubicación original, en el Kloveniersdoelen de Amsterdam, al Ayuntamiento en la plaza Dam: como no encajaba en la pared la recortaron, lo que supuso la pérdida de tres personajes que estaban en el original, cuya copia se conserva en la National Gallery de Londres. La Sirenita de Edward Eriksende, en Copenhague, que perdió su brazo en 1984, fue decapitada dos veces, en 1964 y 1998, arrancada de su base con explosivos en 2003 y atacada con pintura en varias ocasiones. La lista es interminable.