Si correr con katiuskas fuera viable, más de uno se hubiera atrevido. Si correr con neopreono fuera cómodo, más de uno se hubiera animado. Porque la 33ª edición de la Herri Krosa tuvo en la lluvia su protagonista destacada, pero es que el viento y frío también se aplicaron a fondo en su papel de secundarios de excepción. Este trío de actores casi consigue ensombrecer la actuación de las 6.012 intérpretes. Casi. Porque que los 6.012 participantes se convirtieron en ganadores bajo las complicadas condiciones del noviembre bilbaino gracias, sobre todo, a su capacidad de previsión. Y es que las previsiones meteorológicas ya avisaron de lo que iba a caer sobre la capital vizcaina y por eso, la salida de la Herri Krosa se convirtió en una improvisada pasarela de ropa invernal. Chubasqueros de todos los estilos, cortavientos de todos los colores, mallas, guantes, gorros… El botxo se volvió impermeable, al menos a lo largo de los diez kilómetros del trazado de la prueba patrocinada por DEIA.
Sin embargo, ni siquiera las convincentes precipitaciones consiguieron chafar la fiesta del atletismo popular, sobre todo cuando llevaba tres años sin poder colonizar las calles bilbainas. Los pronósticos no fallaron, correcto; pero los participantes pusieron al mal tiempo buena cara y se preocuparon por disfrutar de una mañana de domingo diferente. En equipo o en solitario, en familia o en cuadrilla, todos se divirtieron pisando charcos y sorteando el pavimento más resbaladizo. Cierto es que la lluvia descansó algunos minutos antes del pistoletazo de salida, justo para dar tiempo a un pequeño calentamiento; pues después hizo acto de presencia durante todos momentos de la carrera. Hasta la organización se lo tomó con humor y filosofía, amenizando la línea de meta con canciones como Y lloverá y yo veré de La Pegatina y Euritan Danzan de Gatibu. Perfectas para la ocasión.