NIKOLA Jokic (19-II-1995, Sombor; Serbia) se sienta en estos momentos por derecho propio en la cúspide de la pirámide del baloncesto mundial. Si para ello le avalaban ya sus éxitos individuales (MVP de la NBA en 2021 y 2022, tenía estadísticas y balance de equipo suficiente para ganar el galardón tres veces seguidas, algo que solo han logrado Wilt Chamberlain, Bill Russell y Larry Bird, pero fue a parar a manos de Joel Embiid en una decisión no exenta de polémica), el anillo recientemente conquistado como mascarón de proa de los Denver Nuggets, protagonizando unos play-offs y unas finales históricas, eleva aún más su nivel y redondea una historia de superación de las que encandilan a la opinión pública. No hay que olvidar que el pívot serbio aterrizó en la NBA tras no haber sido elegido hasta el puesto 41 de un draft de 2014 que no fue demasiado potente en cuanto a talento –el exjugador del Surne Bilbao Basket Damien Inglis salió 31º y solo cuatro jugadores, sin contarle a él, han sido All Stars– y que no eran precisamente pocas las bocas que dudaban de que llegara a ser algo más que un jugador del montón por su constitución física –llegó a pesar 136 kilos, en gran parte por su reconocida adicción a los refrescos de cola, que bebía en cantidades siderales–.
Pero Jokic es una estrella diferente tanto dentro como fuera de las canchas, un genio que funciona a su aire, lejos de los parámetros que definen el patrón de comportamiento habitual de las grandes figuras de la NBA. El pívot ha tenido que trabajar mucho su físico para adaptarse a los rigores de una competición tan exigente como la estadounidense, pero desde su debut quedó claro que su principal virtud residía en su cabeza, en su extraordinaria capacidad para ejercer de director de juego desde su atalaya de 2,11 metros, de controlar todas las acciones que acontecen sobre la cancha y ejercer peligro de cara a la canasta rival desde todas las distancias. Tampoco es una estrella al uso fuera de las canchas de baloncesto. Conocidas son sus respuestas evasivas cada vez que se le pregunta sobre sus estadísticas o galardones individuales, prácticamente despreciando el mérito de conquistar cotas personales y poniendo siempre el foco en lo colectivo. Eso sí, en este aspecto tampoco es un depredador de gloria, uno de esos jugadores como Michael Jordan obsesionados con el éxito hasta el punto de ejercer un liderato agresivo con sus compañeros para llegar a lo más alto. “El baloncesto no es lo principal en mi vida y probablemente nunca lo será. Y para ser sincero, tener en casa algo más importante que el baloncesto es algo que me gusta”, admitió en plena disputa de las finales, en las que fue elegido MVP.
Esté éxito ha puesto bajo el foco el despreocupado carácter de Jokic, héroe y protagonista de la gesta de los Denver Nuggets sin darse excesiva importancia, más preocupado de entretener a su hija, Ognjena, mientras le entregaban el trofeo de mejor jugador de las finales que de celebrarlo de manera desaforada. Todavía en plena cancha, le preguntaron cómo se sentía tras haber logrado el objetivo de ser campeón de la NBA. “Está bien, está bien; el trabajo ya está hecho y ya podemos irnos a casa”, respondió. En la rueda de prensa posterior al título, siguió ofreciendo píldoras de su personalidad. En un momento dado, la detuvo para comprobar si su compatriota Novak Djokovic le había enviado un mensaje de felicitación y se asustó con el número de alertas sin responder que tenía. “Tengo muchísimos mensajes, creo que directamente voy a apagarlo”, dijo. Poco después, se llevó un disgusto indisimulado cuando le dijeron que el desfile de campeones era el jueves (ganó el título la noche del lunes) porque “necesito ir a casa”.
En el universo Jokic, casa significa Sombor, una ciudad de algo más de 50.000 habitantes al norte de Serbia en la que da rienda suelta a su gran pasión: los caballos y las carreras. Finalmente su deseo quedó cumplido y ayer llegó a tiempo para asistir a las pruebas celebradas en el hipódromo en cuya restauración invirtió un millón de su propio bolsillo, siendo recibido como un héroe. Es propietario de una yeguada llamada Dream Catcher y cuentan sus compañeros que cuando le ven ensimismado en el vestuario mirando al móvil es porque está viendo vídeos de sus caballos. Hasta tal punto es su pasión que los Denver Nuggets, con una comitiva encabezada por su presidente de operaciones, Tim Connelly, y su entrenador Mike Malone, viajaron el año pasado a Sombor por sorpresa para entregarle el trofeo de MVP en su propio establo, al que Jokic llegó en un carro tirado por sus caballos.
El pívot es un tipo auténtico. “Es la mejor persona, mejor padre, mejor hijo, mejor hermano. Es el mejor jugador de la NBA. Es genial ser parte de la historia de un jugador tan grande, que además es mejor persona, y lo digo de todo corazón. No hablo como entrenador. Nikola es un gran, gran hombre”, dijo de él su entrenador tras la conquista del título. Al día siguiente, Jokic se presentó a una entrevista de ESPN sin el trofeo de MVP. “La verdad es que no sé dónde está. Lo dejé en la habitación del encargado de equipamiento y ya no está allí. Espero que pueda llegar a mi casa”, dijo. Lógicamente apareció horas después, pero tampoco se veía a Jokic especialmente preocupado.