Cristina Inogés nos invita a encontrar cauces para hacer visibles y reales todas las transformaciones de las estructuras verticales de la Iglesia actual, que están poniendo de manifiesto los temas que afloran en las conclusiones de la primera fase diocesana del Sínodo.
En su opinión, ¿Por qué es tan importante este proceso sinodal?
–Estamos viviendo un tiempo realmente apasionante, un momento que supone que, por primera vez, todo el pueblo de Dios está invitado a participar en un Sínodo en cada una de sus distintas fases. Además, lo que está saliendo está creando muchas expectativas de cara al futuro, aunque el cambio sea lento.
¿En qué se diferencia este Sínodo de otros anteriores?
–El Sínodo era un evento que duraba un mes, el de octubre. Se celebraba en el Vaticano y los protagonistas eran los obispos. De repente, Francisco cambia todo y nos invita a participar en un Sínodo cuyo ámbito de celebraciones es el mundo entero. Y no se conforma con invitarnos a participar a todo el pueblo de Dios, sino que ha querido que participasen también personas no creyentes, no vinculadas a la Iglesia, personas de otras religiones, creyentes de otras confesiones.
¿Existe alguna razón especial para este reto?
–Si, la hay. En el Concilio Vaticano II flotaba una frase: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?” En el Sínodo de la sinodalidad, que parece un trabalenguas, lo que nos tenemos que preguntar es: “Iglesia, ¿qué estás dispuesta a escuchar de ti misma y a seguir escuchando en cada una de las fases que se van desarrollando en el Sínodo?”. Todo el pueblo de Dios sabe perfectamente qué necesidades tiene la Iglesia. Los mismos temas han salido en muchas partes del mundo, donde nadie esperábamos que eso fuera a salir. Eso significa que el espíritu va soplando. Por ejemplo, que hablemos de la incorporación de la mujer plenamente a la Iglesia en Europa pues es lo más normal. Pero que se hable de eso en pueblecitos pequeñitos de Asia o de África, donde la mujer es menos que el 0,0000%, pero a la izquierda, sorprende mucho.
¿Cómo cree que puede llegar a hacerse eso que se persigue?
–Tenemos que encontrar los cauces para hacerlo sin perder la esencia, pero sí aclimatarnos a una realidad que tenemos en el mundo que nada tiene que ver con la de hace unos pocos años. Al principio, asustó un poco eso de tenernos que escuchar. En la Iglesia, sobre todo los laicos, que somos la amplia base del pueblo de Dios, nunca habíamos hablado, sólo habíamos dicho amén. Costó un poquito eso de la escucha activa. Se trata de aprender a ser Iglesia de otra manera, entre todos.
Me da la impresión de que hay mucho trabajo por delante, ¿no?
–Por supuesto. Hay que conformar realmente una unidad mucho más cercana, mucho más próxima y relacional. Francisco, al principio del Sínodo, utilizaba la imagen que diseñamos en nuestra mente de una pirámide: la jerarquía, el clero y el resto del pueblo abajo. Francisco dice no a esa pirámide; hay que invertirla, pero no invertirla para que los obispos estén abajo y asalten el poder los laicos, no. Hay que entender que cuanto más arriba se está, más abajo hay que llegar para servir. Esa estructura tiene que ir caminando a una línea circular horizontal y en ese círculo tenemos que caber todos. En la Iglesia no hay nadie más ni nadie menos.
Hace un momento ha aludido a los temas que han salido en la fase diocesana del Sínodo. ¿A qué temas se refería?
–Se ha descubierto el valor que tiene el escucharnos. Este tema nos ha impactado positivamente y a partir de ahí se han abierto líneas de fuerza que están marcando la reflexión. Una es la realidad de la mujer en la iglesia. Otra es la realidad de la incorporación plena de las comunidades LGTBI. La tercera es el celibato opcional y los abusos en la Iglesia. Por supuesto, el tema de los abusos es algo que ha volado por encima de todo.
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En algunos círculos se habla de la problemática del clero. ¿Ha salido este tema?
–Los laicos han hablado del clero y en unos casos han reconocido que una parte del mismo es un obstáculo para el crecimiento de la comunidad parroquial de manera sinodal. En otros casos se han reconocido las dificultades que tienen los sacerdotes realmente en la vida de hoy, en la Iglesia y en el mundo en el que se desenvuelven. Estamos en un momento en la Iglesia en el que el clero tiene muy mala prensa y no tiene por qué tenerla, porque no todo el clero es pederasta.
¿Cómo cree que está de afectado el clero por todo lo ocurrido en el tema de los abusos?
–Coincidíamos en reconocer el momento tan duro, psicológico y espiritual, que tiene que estar viviendo el clero en este momento. Han pasado de tener una identidad que no se cuestionaba (lo que decía el cura era palabra de Dios absolutamente) a cuestionarlos, a sospechar de todos. No todos son pederastas. Eso hay que reconocerlo y dejarlo claro. Además, creo que es un signo de madurez del laicado que empieza a ver la realidad. Esto tiene muchísima importancia. Empezar a reconocer que tienen un desgaste humano, físico, psíquico y espiritual, es muy importante para que también ellos se sientan acompañados.
¿Qué otros temas significativos han salido?
–También ha salido el problema de las vocaciones y del diaconado. Hay muy pocas vocaciones en Occidente. En zonas como África, Sudamérica o Asia sí hay vocaciones. Cuando se ha recogido lo de la plena integración de las mujeres en la Iglesia, se habla desde el diaconado. El diaconado es un clamor. ¿Cuántas mujeres no son realmente diáconos en la iglesia? Son diáconos sin papeles, diáconos que no están oficialmente reconocidas, pero viven ese ministerio en el día a día. Por ejemplo, en la Amazonía, donde se necesitan tres días en canoa y dos andando para llegar a muchas casas y el cura solo puede ir una vez cada tres o cuatro años, ¿qué haces? ¿No presides un matrimonio? Los ministros del matrimonio son los novios. Tienes que bautizar y ¿qué pasa con la gente que se está muriendo y se quiere confesar? No le puedes dar la absolución, pero no la puedes dejar sin escuchar, porque en esos momentos las personas necesitan hablar.
No hemos tocado un tema espinoso. Me refiero a la cuestión del sacerdocio femenino.
–Soy partidaria de que las mujeres acceden al sacerdocio. Yo no tengo esa vocación, pero también digo que siempre defenderé a las mujeres que lo quieran ser porque teológicamente no hay ni una sola razón, aunque lo diga Francisco, sosteniendo la idea de Juan Pablo II. No hay razones teológicas para impedir que la mujer acceda al sacerdocio. Es una cuestión administrativa y de puro machismo. Si la vocación es un don, ¿Quiénes somos nosotros para poner trabas al Espíritu?
¿Considera que ya ha llegado el momento?
–Tengo mis dudas, porque la Iglesia sigue siendo muy clerical. La estructura es férreamente vertical todavía. No soñemos que en octubre de 2024 tendremos una Iglesia sinodal. Estamos empezando una senda que será camino y que tendremos que ir haciendo constantemente. No sé si es el mejor momento, la verdad, porque la estructura se nos acabaría comiendo o nos acabaríamos convirtiendo en lo mismo, con el mismo comportamiento clerical que normalmente tiene el clero. Pero hay que apoyarlas, porque realmente si lo quieren ser es porque, lo habrán discernido, y tienen esa vocación.
Mientras tanto, ¿qué papel le queda a la mujer en la Iglesia?
–Está el tema de la incorporación plena de las mujeres en los nuevos ministerios, que es muy importante. Se habla de nuevos ministerios, que no tienen que ser uniformes para toda la iglesia; es decir, que cada diócesis podrá evaluar cuáles son sus necesidades pastorales. No tienen que ser los mismos ministerios para todas, porque todas las realidades de las iglesias locales no son iguales. Teniendo en cuenta que las mujeres somos ya el 80% de la Iglesia... (El resto de la frase que lo añada cada uno).
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¿Qué podría decirnos del celibato?
–El celibato opcional es el final de todo un proceso. No es cuestión de que Francisco firme un decreto y ya está resuelto. Eso no puede ser. Sería nefasto para la Iglesia, porque las comunidades necesitamos también una cierta preparación para determinados cambios. Francisco, que es un hombre de muchos procesos, nos está enseñando a pensar en clave de proceso. Es decir, una cuestión puede tener un final, pero hay que recorrer un camino hasta llegar a él porque necesitamos también nosotros aprender ciertas realidades que en este momento se nos escapan. En este caso, sería muy interesante que se empezase a hablar y se fuera haciendo algo práctico, visible para recuperar a los sacerdotes que dejaron el ministerio para casarse, porque no son vocaciones incompatibles. Con el Código de Derecho Canónico en la mano no pueden ni siquiera subir a leer una lectura en una misa.
¿Próximos pasos?
–Ahora, lo más importante es que cada uno tengamos a mano la síntesis de nuestra diócesis, que vayamos viendo si se han expresado cuestiones que no funcionan bien, ver si esos errores que se han cometido hasta ahora se van corrigiendo, si se van creando los cauces para que se apliquen y empezar a implementar la sinodalidad. Lo más importante es que en todas las parroquias exista el Consejo Parroquial y el Consejo Económico, pero para que eso funcione tiene que haber un compromiso de todos los laicos que formemos parte del Consejo que sea. Es decir, no podemos ir al Consejo y sentarnos a ver qué nos propone el párroco, porque eso no va a servir de nada. Esto es igualmente válido para las estructuras diocesanas.
¿Qué debemos pedir los laicos?
–Podemos pedirle a la Conferencia Episcopal que se abra un poco más. Nos retransmiten en directo las sesiones del Parlamento y de las reuniones de los obispos, que son tan pueblo de Dios como los demás, no sabemos lo que pasa. Hay cuestiones que tenemos que ventilar un poco, que todos somos pueblo de Dios. Por ejemplo, hay que pedir muchísima más transparencia en el tema de los abusos, porque da la sensación de que se oculta mucho más de lo que hay, y hay mucho, porque no dan explicaciones convincentes; cuando se pone una comisión en marcha es porque no queda otra. ¿Tan infantiles somos que no nos merecemos, como laicos, un poquito más de transparencia, y las víctimas mucho más respeto?
¿Qué pasa en la Iglesia con los creyentes que pertenecen a las comunidades LGTBI?
–Este tema ha salido con muchísima fuerza. Se han abierto camino ellas solas, es decir, no han participado a través de las parroquias, porque no los aceptan. Las poquitas parroquias que los aceptan son de comunidades de congregaciones religiosas, las parroquias diocesanas cero. En el Sínodo decidieron participar. En España se crearon ocho grupos sinodales de comunidades LGTBI. Luego, todas las conclusiones las unieron en una sola, pero fueron ocho las que trabajaron. Cuando se lee el documento de trabajo que adjuntaron los padres con hijos LGTBI, se ponen los pelos de punta; padres que han estado toda la vida integrados en una parroquia, que han tenido sus hijos y que en un momento determinado uno de esos hijos se declara homosexual y el párroco le dice: “pues ya sabes dónde está la puerta”. Y, claro, sale toda la familia. Leer esos documentos es lo que te hace tocar tierra del sufrimiento que tiene mucha gente, de un sufrimiento que no conocemos. Las personas LGTBI, también dentro de la Iglesia, tienen que vivir sin abrir la boca para no ser señalados; en la Iglesia no son sólo laicos. Son laicos, religiosos, religiosas, diáconos, sacerdotes, obispos y cardenales. Los ha habido y los hay, y espero que los siga habiendo. Tendríamos que ser un poquito audaces y, en vez de decir que no hay vocaciones en la Iglesia, que no es exacto, tendríamos que atrever a preguntarnos si no será que no hay Iglesia para ciertas vocaciones. Porque un joven que va al seminario y se declara abiertamente homosexual no es aceptado para el sacerdocio así que, o miente o vive con miedo toda su vida.
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En su opinión, ¿qué relación existe entre el poder, los abusos y la falta de transparencia?
–Donde menos transparencia hay es donde se dan más abusos de todo tipo. No es baladí que este Sínodo sobre sinodalidad se haya convocado cuando la crisis del abuso de poder está en plena efervescencia. El abuso de poder es la raíz de la que luego se despliegan muchos tipos de abuso: sexuales, de conciencia, espirituales, laborales... La sinodalidad va a implicarnos a todos en el cuidado de todos, no en el cazar a nadie, sino en el cuidado de todos. Es necesario que se sigan denunciando todos los casos de cualquier tipo de abuso, porque hasta ahora hemos visto sólo los abusos sexuales. Eso hay que erradicarlo. Sí, en otras instituciones pasan las mismas cosas, pero esas instituciones no se han pasado veinte siglos diciéndole a la gente como tenían que vivir.
¿Cómo son las relaciones de la Iglesia con los medios de comunicación?
–Tenemos que aprender a estar presentes en los medios de comunicación, pero no sólo en los medios afines. Los medios más afines a la Iglesia son los que menos han hablado del Sínodo, por ejemplo. La presencia de la Iglesia en todos los medios de comunicación, independientemente de sus ideologías, es un tema pendiente. Es necesario estar en ellos, sin prepotencia y sin sometimiento. Con naturalidad.
Cristina, en el coloquio posterior a la conferencia hizo Ud. un comentario sobre los seminarios que me pareció especialmente grave.
–Efectivamente, creo que es gravísimo que ni un solo seminario de España haya participado en el Sínodo, ni diocesano, ni de congregaciones, ni de otros movimientos y es peligrosísimo porque se sigue formando a los seminaristas en un modelo de ministerio que está muy alejado de las prácticas sinodales, y agotado en sí mismo. Hay que pedir un cambio que implique la adaptación al siglo XXI y sus necesidades.
¿Algo más que quiera comentar?
–Sí. Nos tenemos que dar cuenta de que hasta hoy éramos una Iglesia que siempre tenía respuestas para todo; ahora tenemos que reconocer que no tenemos respuestas para todo. Es necesario seguir teniendo preguntas, que es lo que te obliga a seguir pensando y a seguir trabajando en esa línea. Tenemos que aprender a ser Iglesia de otra manera, romper el verticalismo, intentar frenar de todas las maneras posibles el clericalismo, inicio de todos los abusos. Ir creando, porque necesitamos esa Iglesia que nos permite ampliar el círculo y cuyo centro tiene que ser Cristo y su Evangelio.