Vivir en el muelle de Donostia puede ser un deseo ideal para muchas personas. Pero residir en las casas altas del pintoresco entorno es ahora una pesadilla para las que resisten en ellas. Mari Carmen Vila, de 72 años de edad, sufrió un ictus y lleva cuatro años sin poder salir de casa porque las escaleras que la conectan con la calle son para ella impracticables. “No puedo ni ir al dentista ni al oculista porque no puedo salir de casa”, se queja esta vecina, que reside en una vivienda con escalones interiores, humedades, azulejos rotos y diversos desperfectos que no se pueden reparar porque existe una maraña normativa que lo impide.
Para llegar a los números 7 y 8 del paseo del Muelle hay que tomar unas empinadas y anticuadas escaleras que nacen junto al número 3 de la calle, un auténtica barrera de accesibilidad para las personas mayores.
Vila pide a los responsables institucionales que agilicen la ejecución del proyecto del que llevan oyendo hablar más de quince años y que fue aprobado hace diez por el Ayuntamiento de Donostia. La iniciativa, que se ha topado con un bloqueo institucional y administrativo, persigue construir un nuevo edificio con 16 viviendas pegado al muro del muelle, donde estaba previsto que se realojaran los propietarios de los pisos de la zona alta. Los demás, se venderían a nuevos interesados.
Mientras tanto, los dueños de las tres viviendas de los números 7 y 8 del paseo del Muelle no se pueden reparar, ni vender, ni alquilar ni reformar. Otras cuatro viviendas situadas al lado están tapiadas.
Mari Carmen Vila muestra su desazón por la situación en la que se ve obligada a vivir, recluida en su domicilio y sin esperanza de trasladarse al nuevo piso prometido porque el proyecto está bloqueado. “Una tarde cayó sobre mi habitación un trozo redondo del tejado y menos mal que no era por la noche, porque si lo hubiera sido, me mata”, explica la residente en esta casa del muelle desde hace más de 40 años.
El piso de enfrente al de Mari Carmen está cerrado desde hace años porque el dueño ya no lo puede alquilar por las malas condiciones en las que encuentra”, según explican familiares de Begoña Bastarrica, la mujer que residía en la tercera vivienda del edificio y que falleció el pasado mes de noviembre, tras pasar sus últimos años también metida en casa.
“Siento impotencia por no haber podido sacar a mi amona de paseo porque estuvo más de seis años sin poder salir de casa y esperando una solución”, explica su nieta, Amaia Martínez. Ahora, en la casa, que fue reformada hace veinte años y se encuentra en buenas condiciones interiormente, reside Irene, la tía de Amaia.
Irene señala la situación de ruina del bloque contiguo, que se encuentra tapiado, después de que se fueran los okupas que residieron en él. “El edificio está de pena y cuando paso junto a él o bajo las escaleras me da miedo que me caiga algo encima porque está todo muy inestable”, explica esta vecina, que muestra también la suciedad del patio trasero, lleno de porquería por lo que tiran quienes transitan por el paseo de los Curas.
SIN CAMILLAS
Ni siquiera los ambulancieros puede llevar con comodidad las camillas por las escaleras si necesitan subir a recoger a un enfermo, recalcan residentes y familiares en el lugar. Maribi Gorosmendi, nuera de la fallecida Begoña, recuerda que cuando murió los trabajadores de la funeraria tuvieron que trasladar el cuerpo de la difunta en una silla hasta llegar al coche “porque las camillas no pueden girar”.
En los últimos tiempos, la promotora que proyecta el nuevo edificio del muelle ha arreglado los tejados de estas viviendas, ya que se trataba de un problema de seguridad, pero hay otros desperfectos continuos. “Hay atascos en las bajantes y cada dos por tres tiene que venir mi marido a limpiar”, explica Maribi, molesta también por la situación de atasco institucional que tiene paralizado un proyecto y habitadas lo que el Ayuntamiento calificó hace diez años como infraviviendas.