Adultos jóvenes con psicosis y personas que viven solas con depresión. Son dos de los perfiles de pacientes que han aumentado como consecuencia de la pandemia, según explica Irantzu González Llona, psiquiatra del Centro de Salud Mental de Novia Salcedo, en Bilbao.
¿Cómo está la población tras estos dos años de pandemia agotadores?
—Cada vez más cansada, irritada y con más cuadros que han dejado de tener tratamiento por la falta de citas presenciales o por el miedo. También hay muchísimo cuadro depresivo nuevo en gente joven, mayor...
¿Han aflorado todos o irá a más?
—Sigue yendo a más. No sé lo que nos encontraremos dentro de unos meses, pero miedo me da. Hay muchas adicciones que han empezado durante la pandemia. El alcohol, por ejemplo, ha sido matador. También hay más gente joven que consume estimulantes y alucinógenos, probablemente para evadirse.
¿Cuánto ha aumentado la demanda de atención psiquiátrica?
—Si antes teníamos tres inicios por semana, ahora hay semanas que tenemos ocho. Sin datos, diría que la demanda se ha podido duplicar en Adicciones y hasta triplicar en Psiquiatría general. Y lo que llegará.
Depresión, ansiedad... ¿Qué otras patologías se han disparado?
—Los brotes psicóticos. La gente ha consumido más, ha estado sometida a más estrés y hay muchos chavales de 20, 25 o 30 años que, como hemos estado más aislados e igual nadie se ha dado cuenta, llegan cuando llevan ya un año psicóticos. Normalmente eso no pasa. Los trastornos obsesivo compulsivos no sé si es que no se han descompensado tanto o que aún no han llegado porque no se atreven a salir de casa.
¿Cómo es posible que el entorno no perciba esos brotes psicóticos?
—Si es muy grande y explota de repente, se nota, pero la gente que empieza poco a poco, que los amigos y la familia le ven raro, pero ahora mismo casi no le ven... Entonces, se va alargando y eso empeora mucho el pronóstico. Nos están llegando cuadros de psicosis más graves que antes.
¿Cómo se podrían detectar?
—Empieza siendo sutil. Una persona que era sociable y ahora ha dejado de salir. Alguien que era muy majo y empieza a discutir con todos. Si le preguntas qué le pasa y te dice que en el trabajo le espían, que le están poniendo micrófonos en casa... Si no hablamos con ellos, esas cosas no salen porque son conscientes de que suena a locura y no las dicen. Como cada vez hablamos menos, no llega a detectarse tan rápido.
¿Son ideas relacionadas siempre con que alguien les persigue?
—Eso es lo más frecuente, que les persiguen y les quieren hacer daño, pero a veces se sienten con poderes especiales, con telepatía, o dicen que son enviados especiales del señor.
¿Qué se debe hacer en esos casos?
—Hablar con sus amigos o con la familia para decirles que le ves raro y decirle a él que vaya al médico de cabecera. Hacen muy buen trabajo derivando a Salud Mental.
Jóvenes aparte, ¿quiénes más están viendo afectada su salud mental?
—Estoy viendo a mucha gente de mediana edad que vive sola y viene muy mal. Su vida es el trabajo y los amigos y, como todo eso se ha cortado mucho, tienen menos apoyos. Sufren, sobre todo, depresión.
Y los sanitarios ¿aguantan el tirón?
—Estamos cansados. Hay compañeros que han necesitado una baja. El trabajo se hace, pero veo a gente que sigue adelante como autómatas.
La gente se queja de lo que tardan en citarles en Salud Mental.
—Hay centros que dan una primera consulta en quince días y otros, dentro de tres meses, que a mí me parece una locura, porque no saben ni lo que pasa y puede ser grave. Lo ideal es contratar a más psiquiatras, pero es que ni hay, así que hay que reorganizarse para la demanda actual.
De todos, ¿qué casos destacaría?
—Yo no había visto a gente con tantas pérdidas en tan poco tiempo. De dos, tres y hasta cuatro familiares, algunos jóvenes, en cinco meses. Y sin poderse despedir de ninguno, que deja secuela para toda la vida.
¿La pandemia ha contribuido a quitar el estigma de la salud mental?
—Sí, porque le ha tocado a más gente. Hay que educar y ver que es gente normal a la que le pasa algo como le puede pasar a cualquiera.