¡Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea!, exclamó Antonio Machado, el poeta que se mudó a tierras andaluzas para mitigar la pena. El sueño de Oier Lazkano estaba enterrado entre los olivos, que cuidan el oro líquido que emana desde las entrañas de la tierra. Lazkano tiene piernas de oro y el alma de los trabajadores de la tierra. "Ha sido muy duro, una agonía", dijo tras su extraordinario logro. La tierra es para quien la trabaja. Así abrazó la Clásica Jaén.
Lazkano, el rostro desencajado del esfuerzo, la nariz chata por el sufrimiento, la boca abierta para morder oxígeno que le diera aire y el corazón apasionado de los locos que buscan imposibles, agarró la gloria tras una fuga en la que eliminó a todos. Los masticó.
Exprimió la victoria tan fuerte que ungió su cuerpo del oro líquido. El gasteiztarra completó una actuación colosal para conquistar la Clásica Jaén. Recogió Lazkano el legado de Lutsenko y Pogacar.
Cosechó un triunfo soberbio, solo al alcance de ciclistas mayúsculos. Lo es Lazkano, un ciclista de rompe y rasga. Contundente. Colosal.
En la Clásica Jaén, apelmazados los caminos de tierra por la lluvia de las jornadas precedentes, se recortó el recorrido y amputaron varios kilómetros de sterrato.
La carrera que une Baeza y Úbeda es innegociable rasgarse la garganta con las melodías de Joaquín Sabina, nacido en Úbeda, y reposar el alma con los versos de Antonio Machado, que vivió en Baeza, unidos los genios por la poesía, la métrica y el esfuerzo de una tierra verde, que huele a olivos y sabe a aceituna.
Oier Lazkano, imperial
Entre olivos, los corazones de aceite que bombean el oro de Andalucía, sobresalen las cicatrices de tierra, el camino de los recolectores de olivas. La ruta del esfuerzo y el trabajo. Los olivos son los centinelas de esa sendas, vigilantes como los espigados cipreses, pero chatos.
Observan a Lazkano, Igor Arrieta y Nicolas Prodhomme, despavoridos y salvajes por los caminos de tierra del trabajo. Abre la tierra Lazkano, una mala bestia, una fuerza de la naturaleza, fiero. Es un aplastapiedras. Arrieta, otro diamante de la cantera vasca, se cosió a él. Los diamantes surgen de la presión sobre el carbón.
Lazkano es un ciclista contracultural en Euskal Herria. Su arquetipo, alto, fuerte y pesado, responde al de los ciclistas centroeuropeos, clasicómanos formidables. Un Hércules, Lazkano ha derribado los mitos, los usos y costumbres del prototipo de ciclista vasco, con tendencia a la escalada y a la ligereza.
Problemas para Van Aert
Lazkano es una bestia de tiro de incuestionable ambición. Eso le alimenta. Devoró 115 kilómetros en fuga. Es valiente y decidido. Ese mismo lenguaje le conecta con Arrieta, de estreno en el WorldTour. El navarro es descarado y resistente. No se arruga.
Formaron ambos una dupla altiva, imprescindible para someter a campeones como Van Aert, penalizado por un avería cuando llamaban los caminos de los labriegos.
Lazkano y Arrieta pertenecían a una fuga que se fue descoyuntando entre los trallazos de Lazkano, que es en sí mismo una oda al brutalismo. Carretera y trueno. Hasta Arrieta tembló cuando tronó después de atravesar el primer tramo de tierra.
Se quedó Lazkano a solas con Prodhomme, con el aspecto frágil, pero duro como el trabajo del campo. A espaldas del gasteiztarra y el francés, el Ineos se desgañitaba en la persecución. Van Aert penduleaba masticando su mala ventura. Un pinchazo hizo que perdiera el aire a la carrera.
Camina o revienta
Deforestó el paisaje Lazkano para ampliar su latifundio. Fiel a su manual de estilo. Camina o revienta. Caminante no hay camino, se hace camino al andar, recitaba Machado. Lazkano hizo el suyo. La deflagración de Lazkano se llevó a todos por delante.
También a Prodhomme, que trató de desajustar al gasteiztarra, pero Lazkano respondió sin matices. Le sentó y se olvidó de él. El francés se recogió sobre sí mismo mientras Lazkano iba al encuentro de su destino. Le esperaba otro día de gloria. Por detrás, Tronchon y Tratnik llegaron en un grupo perseguidor a medio minuto del gigante.
Lazkano no sabe compartir plano. Protagonista absoluto. Es su manera de correr. Solo contra el mundo. Qué más da. Corre a dentelladas el gasteiztarra.
En tierra de escaladores, Lazkano es un coloso. Un talento puro. El alavés posee un motor de gran cubicaje capaz de devorar kilómetros y zarandear de punta a punta a un pelotón entero si se lo propone.
Ese es su método, personal e intransferible. Así se anunció en el profesionalismo. Fue un soliloquio en la Vuelta a Portugal de 2020, cuando vestía los colores del Caja Rural. El primer trazo. El boceto.
Dos cursos atrás, con el Movistar rascando puntos donde fuera para salvar el gaznate, el alavés ganó una etapa en el Tour de Valonia. Otra pincelada. En A través de Flandes pintó una obra maestra.
Solo Laporte pudo con él entonces. Aquel día Lazkano se anunció al mundo a gritos. En Boucles de La Mayenne ofreció otro capítulo de su excelencia. Logró una victoria en fuga tras laminar a todos y mantuvo después el liderato.
Con su manual de estilo celebró el estatal y se subrayó en la Vuelta a Burgos con una victoria frente a rivales de alta alcurnia. En Jaén, en una exhibición descomunal, amplió su latifundio. Tierra conquistada. Lazkano es de puro oro.
Oier Lazkano: "Me gustaría ganar más fácil"
Aniquilado por el esfuerzo pero feliz, a Oier Lazkano el pecho aún le tamborileaba de emoción tras hacerse con un triunfo magnífico en la Clásica Jaén. El gasteiztarra celebró su séptima victoria en el profesionalismo después de ser el mejor de una escapada que remató tras 115 kilómetros.
“Fue agónico. Cada victoria tiene lo suyo, pero estoy muy satisfecho con lo que he hecho. Al final, el trabajo da sus frutos. Siempre es bonito ganar, pero hay días malos y buenos, así que toca disfrutar mucho estos días. Estoy muy contento del trabajo de estos meses y contento de que dé frutos. Algún día me gustaría ganar más fácil, pero nunca es sencillo”, resumió Lazkano en meta.