Vaya contraste de semana la que nos ha ofrecido el fútbol. Mientras mallorquinistas y cadistas buscaban un último aliento a costa de un Osasuna cuyo único deber era ser profesional, los rojillos despedían a su capitán, Oier Sanjurjo. El canterano rojillo dejó mensajes y detalles de ser uno de los últimos resquicios de ese fútbol sentimental y casi se podría decir que antiguo en el que el corazón podía prevalecer más que el verde del dinero.
Y luego nos tocó asistir al enésimo clavo en el ataúd de ese mismo fútbol. El no fichaje de Mbappé por el Madrid deja a las claras en lo que se está convirtiendo el fútbol:empresas que luchan contra otras empresas por subcontratar a otras empresas (en algún caso). No hay que equivocarse, cuando hablamos de futbolistas muchas veces se piensa en el individuo y ya está, pero hoy en día detrás de ellos hay muchísimas personas e intereses que hacen todo menos sano, más complicado y, sobre todo, más alejado al aficionado medio y más cercano al ultra sin capacidad de crítica constructiva hacia la entidad.
Y ahí es donde Osasuna debe de alejarse y no entrar del todo. Digo del todo porque algo le va a tocar cuando ya todo está tan globalizado. Pero no debe de ser "uno más" ahí. La última vez que alguien tuvo semejante idea todos sabemos cómo se acabó. Ya lo dijo Oier, que lo sufrió en sus propias carnes, "no hay que olvidar de dónde venimos".
Oier es de esas personas que hacen diferente a Osasuna. Un centrocampista multidisciplinar con un estilo de juego al que tal vez le habría costado encajar en otro sitio que no sea el club rojillo. Pero, sobre todo, una persona con unos valores que se transmiten al resto de compañeros y que tienen un valor incalculable.
Por eso Osasuna necesita, y seguirá necesitando, más gente como Oier. Personas que alejen al club rojillo de la vorágine del fútbol moderno que amenaza con devorar a una entidad con tentaciones muy brillantes que esconden todos los cadáveres que ha dejado en el armario.
Osasuna no debe alejarse de la modernidad, solo faltaba, y más mientras le sirva para progresar, pero siempre sin perder la esencia. Y eso se consigue con gente como Oier.