En la ciudad de Valladolid hay una calle denominada Los Moros en recuerdo de la convivencia que existió entre las comunidades musulmana y cristiana a lo largo de los siglos XIII y XIV. Aquellos musulmanes que vivieron en territorio conquistado por los reyes cristianos han pasado a la Historia con el nombre de mudéjares. En la propia capital vallisoletana, al sur, tenían su propia aljama y en La Maqbara su cementerio, un yacimiento que es objeto de interesantes excavaciones arqueológicas.
Con los devaneos de la Historia cuesta pensar que esa vecindad fuera no sólo pacífica, sino también creativa, ya que ambas culturas llegaron a generar un estilo propio muy característico, el arte mudéjar, que se fundamenta principalmente en los materiales empleados, barro cocido, madera, cerámica o yeso, y en su función meramente decorativa, superpuesta en estructuras de tradición cristiana de estilo románico, gótico o renacentista.
No se asuste y pase página porque lo que ofrece el Parque Temático del Mudéjar es único en su género. Aleje de su mente la idea preconcebida que todos tenemos de lo que suele encontrarse en un parque temático al uso, porque no tiene nada que ver. ¿Se imagina poder entrar en una réplica exacta de un castillo, husmear por sus fosos, atravesar los puentes levadizos y llegar al patio donde antaño reyes y nobles se hartaron de placer y fiestas? Lo puede hacer, pero también se fijará que no es una fortaleza de piedra como otras, sino que se levantó ladrillo a ladrillo. Ese es uno de los detalles identificativos del arte mudéjar.
Una oportunidad única
El Parque Temático del Mudéjar, inaugurado en mayo de 1999 en la localidad vallisoletana de Olmedo, ocupa una extensión de casi 15.000 metros cuadrados y contiene veintiún réplicas arquitectónicas de las joyas arquitectónicas más sobresalientes de Zamora, León, Soria, Segovia, Palencia, Ávila y Valladolid realizadas a escala 1:8.
Con sólo dar unos pasos se puede pasar del Castillo de Coca, en Segovia, a la iglesia de san Tirso, en Sahagún. El itinerario, como digo, resume la presencia de este singular arte en la zona de Castilla y León. Y todo ello en un entorno en el que existen más de trescientas plantas autóctonas formando un auténtico vergel. Dos recorridos de ferrocarril serpentean por un recinto que también tiene sus zonas lacustres, con puentes y montañas.
Quiero decirles con esto que mi consejo para visitarlo no es una encerrona, sino un lugar no muy conocido entre nosotros, que posee el singular atractivo de un recorrido sumamente ameno y el punto de cultura que inevitablemente queda impreso en adultos y pequeños.
En el conjunto de obras que se exponen predominan dos tipos de edificios, los templos y los castillos. Lógico que así sea porque representan el poder que antaño tenían la Iglesia y la nobleza y no exclusivamente en ese orden. Me llaman poderosamente la atención tres templos del siglo XIII que constituyen magníficos ejemplos del arte mudéjar en la provincia de Valladolid: la iglesia de San Pedro, que se puede ver en Alcazarén; la de Nuestra Señora de la Asunción, de Muriel de Zapardiel; y la de San Boal, en Pozáldez.
Cada una de ellas tiene su propia historia, sus tradiciones y costumbres, pero desgraciadamente lo que han llegado a nosotros son ruinas. La única parte que se conserva de la primera y la última son sus cabeceras, mientras que en la segunda sobresale el ábside central.
Alcazarén, que en árabe significa las dos torres, se encuentra en la comarca de Tierra de Pinares, a 35 kilómetros de la capital, y está considerada una de las cunas del mudéjar vallisoletano. La iglesia de San Pedro, con representación en este parque, y la de Santiago Apóstol lo acreditan. Por cierto, en Alcazarén fue donde se detuvo en 1837 al más famoso de los bandoleros españoles, Luis Candelas.
Sahagún, foco mudéjar
Dice una leyenda que fueron monjes mozárabes huidos de Córdoba quienes fundaron la localidad leonesa de Sahagún allá por el siglo X, una época en la que se puso mucho interés en repoblar las comarcas del norte del río Duero. El detalle, de ser verdad, puede servir para comprender el origen de una serie de sus edificios emblemáticos: un muro de la Capilla de San Mancio, el Monasterio de San Pedro de las Dueñas y las iglesias de San Lorenzo y San Tirso.
Posiblemente la de San Tirso sea una de las muestras más importantes del estilo románico-mudéjar. En el siglo XII comenzaron a levantar sus muros con piedra y a una altura determinada este material fue sustituido por el ladrillo y la mampostería. El detalle es perfectamente perceptible en la réplica gracias a su estremecedora exactitud.
FÉLIX ARRANZ, EL CONSTRUCTOR
Todas las maquetas que se exponen en el Parque Temático del Mudéjar fueron construidas por el pintor y escultor Félix Arranz Prieto, gran admirador del arte mudéjar. Utilizó más de cuatro millones y medio de ladrillos del tamaño de un dedo y tardó siete años en hacer las réplicas. Falleció el 3 de abril de 2020 víctima del coronavirus. Un busto a la entrada del parque reconoce su extraordinaria labor.
Coincido en el itinerario con una familia procedente de Aragón. Los dos niños disfrutan cruzando los puentes levadizos de los castillos y la señora toma buena nota de los detalles de las maquetas. El marido no oculta su asombro ante lo que está viendo. “Todas estas obras me recuerdan a las iglesias de San Salvador y San Martín, en Teruel. ¿No te parece?”, pregunta ella. Él, que da la impresión de ser ducho en la materia, afirma haciendo una breve semblanza del arte mudéjar en sus distintas versiones.
“En realidad, no es que haya una sola modalidad de arquitectura mudéjar, sino cuatro, dependiendo de la zona de la península donde se desarrolló. Aquí estamos viendo copias de los edificios más destacados del castellano viejo, pero en Aragón evolucionó otro estilo muy semejante, como se puede ver en Calatayud, Zaragoza, Daroca y el mismo Teruel que citas. La rama aragonesa del mudéjar respeta las estructuras góticas y hace hincapié en la decoración y el color. Pero también hay otras dos ramas, la andaluza y la toledana, que son igual de brillantes. Ten en cuenta que la torre de la iglesia de Santa María de Illescas, en Toledo, está considerada la Giralda de Castilla”, comenta el marido.
Como me da pie a ello, le doy mi parecer sobre lo que aquí estamos viendo. Coincidimos en la fidelidad de las reproducciones y la magnitud del trabajo: “Nosotros también estamos sorprendidos por las réplicas y por el acierto de hacerlas a una escala tan grande que nos permite andar por el interior de muchas de ellas. Entiendo que aquí se está haciendo una enorme labor didáctica que en modo alguno se riñe con la amenidad y el entretenimiento”.
La leyenda de San Saturio
Hacemos las fotos de rigor, eso sí tratando de situar una referencia inmediata que permita al curioso hacerse una idea del tamaño de las maquetas. Me detengo ante la ermita de San Saturio, cuyo original se encuentra sobre una peña de la escarpada falda de la sierra de Santa Ana, a orillas del Duero, en Soria.
Existe una curiosa leyenda en torno al original del edificio que tengo ante mí, según la cual el tal Saturio fue un noble castellano que un día abandonó sus riquezas dándoselas a los pobres y se fue a vivir a una cueva hasta el final de sus días. El anacoreta fue muy respetado y sus opiniones solicitadas por la gente de los alrededores. Ya fallecido se levantó una ermita sobre el lugar que, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en una iglesia de planta octogonal rematada con cúpula y linterna. La réplica que aquí se ofrece ha sido realizada a escala 1:22 y se han utilizado en ella los mismos materiales del original: una mezcla de piedra, ladrillo y teja.
Otro tanto ocurre con la copia de la iglesia de La Lugareja, cuyo original se encuentra a kilómetro y medio al sur de la localidad abulense de Arévalo. La imitación que se expone es de gran belleza y hace pensar cómo será el original que fue levantado en el siglo XII. Hay mucha historia en torno a La Lugareja, hoy Bien de Interés Cultural y Monumento Histórico Artístico, porque fue un edificio denostado por los primeros frailes que lo habitaron y abandonado por las monjas cistercienses que los sustituyeron.
También en Ávila se encuentra Madrigal de las Altas Torres, cuna de Isabel la Católica. La localidad estaba fuertemente resguardada por una muralla de casi tres kilómetros de longitud que comenzó a construirse en tiempos de Alfonso VIII y tardó un siglo en acabarse. Tenía cuatro puertas por donde el pueblo se comunicaba con el exterior. Cada una de ellas recibía el nombre de la dirección del camino que tenía ante sí: Medina, Arévalo, Peñaranda y Cantalapiedra. Lo que queda del fortín demuestra que la influencia mudejo-toledana llegó hasta aquí.
Joyas de la exposición
He dejado intencionadamente para el final las dos obras maestras de este conjunto de maquetas: las reproducciones de los castillos de Coca, en Segovia, y de La Mota, en Medina del Campo, ambos de características formidables.
El Castillo de Coca fue construido en el siglo XV a orillas del río Voltoya y es uno de los más excepcionales ejemplos de arquitectura civil en ladrillo. Pertenece a la Casa de Alba que lo cedió al Ministerio de Agricultura. La dimensión de la réplica es tal que se puede entrar por el puente levadizo que salva un profundo foso. Ya en el interior se puede admirar el patio porticado, escenario en el original de fiestas y bodorrios de la nobleza. El castillo, considerado Monumento Histórico Nacional, tiene otra réplica en la localidad de Klagenfurt, al sur de Austria.
La maqueta del Castillo de la Mota, copia del original que se levanta en Medina del Campo, es tan espectacular como la anterior, no sólo por su magnífica hechura, sino por el rato de Historia que encierran sus muros originales. La fortaleza original, construida con ladrillo rojo y piedra en algunos lugares, se alza sobre un paraje denominado La Mota, esto es, una colina desde la que se divisa una amplísima zona. Fueron muchos los ilustres que se albergaron entre sus muros, unos por faustos motivos y otros presos en el torreón, como César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, que dio mucha guerra en su encierro.
Cualquiera de los monumentos mudéjares es una lección de tolerancia. La construcción conjunta de edificios civiles, militares o religiosos revelan cómo convivieron dos culturas a través de un extraño, pero real consorcio de cristianos y mahometanos.