la preocupación se ha instalado en el osasunismo. Y hay motivos para ello. El equipo se derrumbó ante el Athletic; las escenas del final del partido hablan de un Osasuna desquiciado, que ha perdido el norte. Hay nervios en la plantilla porque el colchón de puntos sobre la zona de descenso va adelgazando y la propuesta de juego naufraga. Osasuna fue un rival muy asequible para los leones, que encontraron todas las facilidades no solo para ganar sino para haber logrado una goleada. No puede negarse el esfuerzo realizado por los rojillos, pero correr sirve de poco si se hace sin criterio; poner balones en el área no puntúa si casi nunca encuentran a un destinatario; buscar la llegada con pelotazos largos es un recurso ineficaz si la segunda jugada es siempre para el rival; cargar la zona defensiva con tres centrales es un artificio insolvente si no espabilas en el repliegue o atacas el balón en lugar de mirar en primera fila como remata a gol el adversario; vivir de los elogios de una supuesta superioridad en el juego por alto es papel mojado si no rentabilizas las acciones a balón parado. En fin, el entrenador (el guía que nos ha traído hasta aquí) puede hablar de la necesidad de que sus futbolistas recuperen el gen competitivo, pero por mucho que estos peleen, disputen los balones y no bajen los brazos, si no hay una idea clara transmitida por el míster, si los conceptos no están asentados, si el estilo no está bien definido y desarrollado, si hoy hacemos una cosa y mañana otra, tenemos un problema muy serio. En Osasuna, el fútbol no fluye; puede ponerse por delante en el marcador, pero en ningún momento transmite autoridad en el juego. El Athletic, incluso en los minutos que fue perdiendo, tenía una idea diáfana de cual era su partido, por dónde llevar el balón, cuáles eran los jugadores de referencia. Osasuna parece actuar a base de estímulos más que de certezas, de arreones más que de método, y eso puede servir cuando hay una buena organización detrás, una correcta ocupación del espacio y un engranaje bien engrasado. Y eso no está pasando. No hay mejor imagen que exprese lo anterior que la primera media hora de la segunda parte: el Athletic le dejó el balón a Osasuna, que no sabía por dónde ponerlo en circulación. Los centrales, que nunca encontraban a Torró (un buen recuperador pero sin autoridad en la faceta creativa), lanzaban pelotazos a un campo de batalla en el que Kike García y Budimir eran prisioneros de los defensas; desechada esta alternativa, el balón iba y venía de derecha a izquierda y de izquierda a derecha sin ritmo ni interpretación individual para el desborde. Tener la pelota era un problema para Osasuna porque sacaba a la luz los problemas que le atenazan en estos momentos. Los futbolistas tratan de interpretar lo que planifica el entrenador y en estos momentos Arrasate no está fino. Si el técnico era el objeto de todos los elogios cuando logró rescatar a Osasuna de una etapa anodina, si ha sido señalado como el líder de este proyecto –de lo que no hay ninguna duda–, convendremos ahora también que la responsabilidad de esta secuencia de diez partidos sin ganar, de esta pérdida de fuelle, es en buena parte suya. El fútbol agota y no descarto que Arrasate haya entrado en una fase de dudas que se ven reflejadas en el equipo. Ya ha demostrado que tiene capacidad y habilidades para salir de una mala racha. Y tiene plantilla para hacerlo. Lo estamos esperando. De nuevo, es su momento.
Castillejo, en la recámara. Arrasate se perderá los tres partidos que Osasuna debe disputar en siete días. La cercanía de su equipo de trabajo pudiera desencadenar contagios en estos; ante esta contingencia, el club ya tiene previsto que Santi Castillejo, entrenador del Promesas, se ponga al frente del equipo.