– ¿Conocía usted al indigente que murió calcinado la noche del martes?
—No. Sé que era, creo, una persona a la que los servicios municipales habían intentado ayudar, pero aún no lo habían conseguido.
¿Hay muchas personas en esa situación, gente que no se deja ayudar?
—Hay mucha gente, pero hablar de que no se dejan ayudar lleva a una reflexión muy larga. Al final, lo repito mucho, pero hay una máxima: nadie nos encontramos en una situación peor de la que está a nuestro alcance. Todos estamos en la mejor situación que podríamos estar. Todos los apoyos que tenemos los aprovechamos y si hay una persona que no los pueda aprovechar es porque no puede, no porque no quiera. Ahí habría que entrar en cada caso, cada persona.
Esa misma noche del martes los servicios que ofertan las instituciones en Bilbao batieron el récord de asistencia nocturna en sus plazas. Ese récord positivo ¿tuvo que ver con el frío o con una mayor atención a los sintecho?
—De todo un poco. Es verdad que cada vez hay más personas y cada vez hay más plazas. Hay una apuesta de las instituciones, y más especialmente desde la pandemia, por atender más y mejor a las personas que están sin hogar. Hay plazas permanentes y las plazas son cada vez más adecuadas para las necesidades de las personas, y también hay plazas que se han abierto ahora con la ola de frío. Pero eso son plazas, eso es un sitio para dormir y a veces lo que necesitan las personas no solo es un sitio donde dormir. No solo son los servicios sociales municipales los encargados de atender a las personas sin hogar, no son solo los que se tienen que ocupar de esta realidad. Hay una realidad que trasciende a los servicios sociales municipales, que trasciende al Ayuntamiento y que trasciende una realidad que es colectiva, que es de país y que es de mundo. El hecho de que se creen más plazas no soluciona. Es como las pastillas para la tos, para los síntomas pero no te cura la gripe que está por detrás.
Recuerdo que en cierta ocasión una persona sin hogar me dijo que era más duro no tener dónde pasar el día que no tener un lugar donde dormir.
— Yo diría, y con quién pasar el día.
¿Cuál es el motivo por el que no quieren ir a un albergue a dormir o a un comedor social?
—No sé por qué la gente lo rechaza pero sé por qué lo rechazaría yo. Por mi manera de ser. Soy una persona orgullosa y discreta y no me gustaría que los demás me vieran en una situación de necesidad. Eso me llevaría hasta el extremo de buscarme la vida como pudiera para no tener que estar en un sitio en el que queda claro que lo que tienes lo tienes porque te lo están dando otros. Y un comedor social es claramente eso. Probablemente mi necesidad básica de comer y de tener un sitio donde dormir colisione con mi necesidad básica de sentirme digno conmigo mismo, que también es una necesidad. O con mi necesidad de estar con otras personas en una situación de igual a igual y no en una situación en la que quede claro que uno es más fuerte que el otro porque uno da y otro recibe.
Contra eso no hay plaza de albergue que pueda.
—Por eso decía que no es un problema de que haya más o menos plazas de albergues. Ni siquiera que sean lo más dignas posibles.
¿Habría que repensar los recursos que existen?
—No. Contra eso no se puede hacer nada desde el punto de vista de las necesidades básicas. Con los deseos de una persona, con su proyecto vital, seguramente en cada una de esas personas se ha ido rompiendo con el tiempo y reconectar es muy difícil. Eso cuando es posible.
¿Cuántas veces es posible?
—Yo creo que puede ser posible en todas. Pero vivimos en una sociedad del merecimiento: tú tienes lo que te mereces. Me explico, todas las personas tienen una propuesta de proyecto vital que debe ser realizable. Es verdad que vivimos en una sociedad en la que hay un proyecto vital estándar. Trabajo, gano un dinero con lo que satisfago unas necesidades y me rodeo de unas personas con las que hago mi vida. Este proyecto es difícil para algunas personas que igual no tienen fácil encontrar un trabajo ni encontrar unas personas con las que rodearse. O quieren otro estilo de vida. Es también responsabilidad de la sociedad abrir la alternativa de que esos proyectos sean posibles.
¿Es un fracaso para gente como usted que trabaja con estas personas la muerte del hombre de Bolueta?
—Por supuesto. Yo pasé por allí cuando estaba el fuego, no sabía lo que era. El fracaso más grande es como parte de esta sociedad, no ya como persona que trabaja con las personas sin hogar.
¿Cómo se puede evitar que siga aumentando el número de personas en la calle?
—Viene más gente y más gente pobre. No sé cómo se puede invertir, pero también creo que estamos construyendo una sociedad sobre unos valores que no tienen mucha manera de corregir esto. Cada vez más nos entendemos las personas como islas sujetos de derechos y no como parte de una comunidad con responsabilidades y también derechos.