ESTO no es un cuento de Navidad porque Francisco Javier Mas, Paco para los amigos, ha dormido veinticinco años entre el cielo y la tierra. Pero quizás con algo más de tiempo lo sea, afanado como está, tras levantar cabeza, en escribir un final feliz. Cada vez lo tiene más cerca, con un empleo, una habitación de alquiler y el reencuentro con una hermana, que le recibe estas navidades en su casa de Sevilla con las puertas y brazos abiertos y la mesa puesta. “Mi cuñado es cocinero y cocina bastante bien”, dice con gracejo este vecino de Otxarkoaga nacido en Huelva, cuya ilusión es irse a vivir con ellos a Andalucía, pero para eso, apunta realista, “hay que ahorrar”.
Paco se moría de ganas de hacer la mochila y coger el autobús en Bilbao, rumbo a Sevilla, para celebrar las navidades con una de sus hermanas. Nada fuera de lo común en estas fechas, si no fuese porque llevaban décadas sin saber el uno del otro. “No nos veíamos desde hace un montón. Yo he tenido una vida bastante dura. He estado veinticinco años tirado en la calle. Mi hermana dice que me estaba buscando desde 2009, pero yo no tenía teléfono ni nada y no podía encontrarme ni de casualidad”, reconoce y desvela cómo se obró el milagro. “Vio mi foto por internet en algo de personas sin hogar y dijo: Este es mi hermano, porque dice que me parezco mucho a mi padre. Así dio conmigo”, relata, agradecido a las nuevas tecnologías. “Internet es estupendo. Sin móviles ni redes sociales habría sido imposible que me encontrara. Bueno, imposible no hay nada, pero tendría que haber llamado a Lobatón o algo así”, bromea.
Una vez que lo localizó, su hermana le envió un mensaje. “Lo recibí y dije: Si parece el nombre de mi hermana... Lo acepté, me lo devolvió y me pidió que le diera el número de teléfono. Ahí empezamos a hablar”, señala. En junio del año pasado, a los cincuenta y tantos, pudieron abrazarse de nuevo. “Sentí una inmensa alegría. Mi hermana lloraba y todo. Estuvimos hablando del padre, de la madre... Recuerdos de niños porque, como ella tiene un año y medio más que yo, siempre estábamos juntos de pequeños”, dice con nostalgia Paco, que también pensaba en su hermana cuando malvivía a la intemperie. “Me acordaba de ella muy de vez en cuando, pero no esperaba volver a verla”, confiesa.
Paco se quedó sin padre cuando tenía 15 años y huérfano de madre cinco años después. “Vivíamos con mi madre de alquiler. Estuvimos siete meses más en casa unos hermanos míos y yo y ya nos echaron a la calle. Empecé a rular por toda España hasta que conocí Bilbao en 1997. Estuve un par de años en un albergue de Cáritas en Gipuzkoa y en 2013 volví a Bilbao en la Semana Grande. Contacté con los servicios sociales, iban a abrir un albergue invernal y me quedé. Luego conocí Bizitegi”, resume. Una asociación que acompaña a las personas en situación de exclusión social en sus procesos vitales con el objetivo de que mejoren sus condiciones de vida. Las de Paco han mejorado, sin duda, aunque en estas fiestas añore tiempos pasados. De hecho, las navidades “más entrañables” que recuerda son las que vivió con sus padres, cuando tenía entre 10 y 15 años. “Las celebrábamos siempre en familia, muy bien. Cocinaba mi padre, que cocinaba bien, aunque mi madre cocinaba mejor. Son las mejores navidades que recuerdo”, hace memoria. Las más difíciles las pasó “solo por ahí en la calle debajo de cualquier tejavana o con dos de mis hermanos, con los que iba rulando por todos los lados. Las peores, estar tirado emborrachándote y cuando te jartabas, a dormir, porque tenías la cama al lado”. Sin techo bajo el que cobijarse, estas fechas, admite, resultan más dolorosas que otra cualquiera del calendario. “Es más duro. Cuando estás en la calle estás deseando que pasen las navidades. Duele estar solo y no compartir nada con nadie”.
Con la ayuda de Bizitegi y su empeño, Paco ha conseguido remontar. “Ahora estoy muy contento. Vivo en Otxarkoaga en una habitación alquilada por mí”, subraya para marcar la gran diferencia que supone valerse por sí mismo e ir adquiriendo cotas de independencia. “Trabajo en una agencia de limpieza, a veces también para Bizitegi, limpiando portales y en garajes, de conserje...”.
Desde que retomó la relación con su hermana, a Paco le resulta “un poco duro estar tan lejos” de ella. La distancia la acortan a base de intercambiar mensajes. “Todos los días hablamos dos veces. Le mando whatsapps, me manda ella, hacemos una videollamada de vez en cuando... Nos contamos las cosas de allí, del tiempo, esto y lo otro, un poco de todo, lo que se nos ocurre”, comenta, satisfecho por estrechar el lazo.
A falta de unos días para estrenar un nuevo año, Paco, que viene de donde viene, no tiene grandes pretensiones. “Yo no pido nada más. Así estoy estupendamente. Todo es mejorable, pero me conformo con esto para los restos”, asegura. Si se le insiste en que deje volar su imaginación, rebusca en su mochila un deseo, “tener una casa y vivir con mi cuñado y mi hermana en Andalucía, porque es mi tierra y la quiero. He comprado un décimo a ver si me toca”, dice y se echa a reír. “Hombre, me gustaría ir allí, pero hay que tener dinero. Tengo un poquito ahorrado, pero no es suficiente. Hay que currar para terminar ya lo que nos queda de vida”.