Patricia Solaun González (47 años, Bilbao) cursó en 2002 un máster sobre Ayuda Internacional Humanitaria y Cooperación al Desarrollo. Y le cambió el chip. Ahí se dio cuenta de que el sistema económico neoliberal era el causante de “muchos de los problemas y retos actuales” y quiso pasar a la acción para tratar de darle la vuelta a la tortilla. Con una larga trayectoria vinculada a las ONG, desde hace cinco años es la coordinadora de la asociación Economistas sin Fronteras-Mugarik gabeko Ekonomilariak, que tiene su sede en Bilbao y, como dice uno de sus lemas, “trabaja por una economía más justa”. “Al final, el objetivo es fortalecer la idea de comunidad y luchar juntas por la transformación social”, dice Solaun.
¿Euskadi es más justa que ayer pero menos que mañana?
-Seguro que menos que mañana (sonríe). Euskadi no es una excepción en la corriente global de la economía, y el sistema económico dominante hoy en día no es justo. Sin embargo, estamos viendo apoyos puntuales a la economía social y solidaria tanto a nivel local como regional e internacional. Por ejemplo, el ayuntamiento de Bilbao está impulsando desde 2021 el Ekonopolo, un polo de economía social y solidaria donde trabajamos varias entidades del sector y la propia REAS Euskadi, que es la red que engloba a más de 120 entidades vascas que creemos y practicamos una economía basada en la colaboración y en principios de equidad, ecología, redistribución...
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¿Sin un sistema neoliberal sería más fácil la utopía de un mundo igualitario?
-Es necesario otro sistema para caminar hacia un mundo igualitario. En un sistema capitalista neoliberal la igualdad no es posible, ya que es un sistema que se basa en la acumulación de capital. Quien dice capital, dice poder económico pero también político y social. Es decir, quienes acumulan este poder pueden influir en las políticas públicas, pueden controlar medios de comunicación y también pueden influir en la educación y en la cultura desde las que construimos las creencias y valores de una sociedad. Y todo este poder se utiliza para perpetuarse, con lo que es imposible, en la práctica, que desde ahí se pueda construir una sociedad igualitaria.
¿Qué falta para que calen más en la ciudadanía estos mensajes éticos y sociales? ¿Es que no nos los creemos?
-Hace falta que la gente crea que es posible. Mucha gente desde fuera nos dice: “Suena muy bien, pero no lo veo viable”. Quienes estamos dentro sabemos que lo es, aunque no es fácil ya que nos tenemos que mover y convivir con un modelo capitalista basado en la competitividad y la búsqueda de la maximización de los beneficios por encima, muchas veces, de valores éticos y sociales. Es curioso cómo enseñamos a nuestros hijos a compartir, a dialogar, a colaborar, a no discriminar a nadie… y cuando llegamos al mundo empresarial, el mensaje que nos dan es el opuesto.
“ Enseñamos a nuestros hijos a compartir y colaborar, pero en el mundo empresarial el mensaje es el opuesto ”
¿Cómo se le convence de este discurso a un pequeño empresario que apenas puede llegar a final de mes?
-La economía social y solidaria promueve actuar desde unos principios y trabajar desde esa relación horizontal y de colaboración con el entorno. Esto no tiene que estar reñido con la búsqueda de la rentabilidad económica. Es más, la colaboración puede traducirse en rentabilidad: mutualizar recursos, compartir contactos, aprendizajes, publicitarse recíprocamente… Todo ello llevaría a generar un ahorro y/o beneficios económicos. Y lo que está probado es que genera mayor capacidad de resiliencia ante situaciones de crisis, como se constató en la pandemia.
¿En qué se ha centrado la actividad de la entidad en los últimos tiempos?
-Resumiendo mucho, realizamos actividades de sensibilización en centros educativos y en la universidad, y acompañamos a personas que quieren emprender desde el enfoque y los principios de la economía social y solidaria. Trabajamos con profesorado, jóvenes y personas emprendedoras, y colaboramos con muchas entidades, especialmente asociaciones de personas migrantes, de mujeres, y otras ONG. También formamos parte de diferentes redes de trabajo (REAS Euskadi, Finantzaz Haratago, Saretuz, UKS, etc.), lo que nos permite actualizarnos y enriquecernos en nuestras reivindicaciones y acciones, colaborar y aprender de manera conjunta.
¿Nuestras empresas y administraciones creen cada vez más en la óptica que impulsan desde la entidad?
-Cada vez hay más consenso en que es necesario otro tipo de economía. La Agenda 2030 es la manifestación más clara de que las alertas están ahí, a nivel internacional y local. Lo que no acabamos de tener tan claro es la forma de llegar a ella, o hacia dónde se tienen que dirigir los cambios. La propia Agenda 2030 está llena de contradicciones a la hora de abordar los objetivos a conseguir. Hay que arrojar luz en la estructura de las desigualdades actuales y analizar en qué posición nos encontramos. A partir de ahí, podemos pensar en las acciones que debemos realizar para colocarnos en una relación lo más horizontal posible con el resto de nuestra sociedad. Solo así podremos construir economías alternativas.
¿Cómo desactivamos los crecientes discursos xenófobos en contra de los migrantes pobres extranjeros de nuestras ciudades?
-Existen iniciativas interesantes como ZAS! [la red antirumores de Euskadi, de las siglas en euskera Zurrumurruen Aurkako Sarea] para desmontar bulos en torno a la realidad de estas personas: que si los extranjeros vienen para cobrar las ayudas sociales o aprovecharse de nuestra sanidad, etc. Otra parte de los discursos xenófobos también se basan en experiencias concretas que se extrapolan al conjunto de personas de origen extranjero o a un grupo de ellos. Aquí el problema es que estamos confundiendo las consecuencias del problema con la causas del mismo.
¿Y qué es lo que propone para cambiar el paradigma?
-Ir a la raíz. ¿Nos gustaría tener que salir de nuestro país, dejar atrás a nuestra familia, a nuestra red de amigos, nuestra cultura, todo lo que conocemos? ¿Estamos preparados para afrontar el racismo y la discriminación que sufren muchas personas extranjeras cuando llegan? Por no hablar de las barreras legales, administrativas, laborales… Si lo pensamos desde la empatía, nos damos cuenta de que parten de realidades difíciles y que la gran mayoría de personas inmigrantes no están por gusto en nuestro país. Vienen a trabajar, a realizar sus sueños y, desde nuestra experiencia, vienen a mejorar nuestra sociedad. Quieren aportar al bien común y hacer de Euskadi un sitio mejor para todos. Tenemos mucho que aprender unos de otros.
No podemos olvidarnos de la crisis de la vivienda, que está ensanchando la brecha de la desigualdad. ¿La clase política le está fallando a la sociedad?
-La clase política tiene un papel importante a través de las políticas públicas, pero desde la sociedad debemos tener claro cuál es nuestro proyecto común, hacia dónde queremos ir en conjunto. Ahora mismo el individualismo nos empuja a no reflexionar siquiera sobre lo que es común. Nosotros queremos despertar esa reflexión. Porque, entre otras cosas, sin la comunidad nadie sobreviviría.
Agenda 2030: ¿ángel o demonio?
Desde ciertos ámbitos liberales, antiglobalistas o directamente vinculados a la extrema derecha, la Agenda 2030 es el enemigo a batir. El demonio con un plan oculto y maquiavélico. Casi no hay día en el que un grupo ultra europeo -el caso de VOX en el Estado español es evidente- no se oponga ferozmente a un documento aprobado en 2015 por parte de la Asamblea General de la ONU y que estableció 17 objetivos de desarrollo sostenible.
La coordinadora de Economistas sin Fronteras-Mugarik gabeko Ekonomilariak asume que algunos de los postulados de la Agenda 2030 (“el respeto universal de los derechos humanos, la democracia como forma de gobernanza global, la igualdad de género, la no discriminación, la reducción de las desigualdades”) son directamente “contrarios” al programa político de la extrema derecha. Y además, añade Solaun, es necesaria “una visión global e interrelacionada” para abordar estos asuntos complejos que estas formaciones desechan para sacar su artillería “simplista y errónea”. Y alerta: “Esto está calando en una parte de la población que, a su vez, está siendo desatendida por las políticas públicas sociales. Al ofrecer soluciones simplistas y prometer un cambio rápido, la ultraderecha logra captar el descontento de aquellos que se sienten excluidos del progreso económico y social”.