Gipuzkoa

Patrimonio bergarés con nombre de molino

Patxi Larrañaga junto a los restos del molino Osintxu Bolu.

Después de un buen puñado de años buceando en la historia, la vida y las costumbres de los caseríos bergareses, Patxi Larrañaga ha rescatado otro episodio del pasado que tiene como protagonistas a los molinos. Una cosa le ha llevado a la otra. De forma natural. “En muchas de las escrituras de testamentos, contratos matrimoniales, herencias…, que he consultado en todo este tiempo aparecen los molinos íntimamente ligados a la propiedad del caserío o a la de otro señor; eran un complemento de los mismos, además de centros de riqueza en la época preindustrial”, cuenta este soraluzetarra de nacimiento, afincado en Bergara, que ha alumbrado el cuarto libro fruto de sus minuciosas y cuidadas investigaciones.

“Durante más de 500 años en estas instalaciones molineras trabajaron y vivieron infinidad de personas, y toda esta información es de vital importancia para el estudio genealógico de nuestros ancestros. Y, como ejemplo, puedo decir que en seis de los siete molinos del propio río Deba tengo antepasados entre los años 1500 y 1800, algo que me reconforta”, asegura este investigador de la historia local y entusiasta de la genealogía. Bergarako errotak/Molinos de Bergara es el libro que, escrito en castellano y en euskera, tendrá su puesta de largo el próximo día 20 en Seminarixoa (19.00 horas).

el municipio guipuzcoano con más molinos

“La presencia de molinos en la villa se prolongó durante mucho tiempo; podemos hablar de unos 700 años como mínimo. En el libro me detengo en 40 de estas construcciones que hacen de Bergara el pueblo que más molinos ha tenido en Gipuzkoa”, destaca el autor, que ha estudiado las características de cada uno de estos ingenios hidráulicos –ha encontrado citas de más instalaciones pero apenas documentadas–, de los que media docena conservan gran parte de su infraestructura, tres-cuatro están totalmente desaparecidos, y del resto solo quedan vestigios.

“En nuestro entorno prácticamente el cien por cien eran instalaciones que funcionaban por la fuerza hidráulica, y aunque la finalidad principal era la de moler los cereales, sobre todo el trigo, y a partir de finales del siglo XVI y principios del XVII el maíz que vino de América y que sustituyó al mijo, transformando el grano en harina para la posterior elaboración de pan y productos similares, hay que destacar que también tuvieron otras utilidades”, recuerda Larrañaga. En este contexto señala que aprovechando la fuerza del agua durante muchos años sirvieron para “barrenar los cañones de los arbuces y mosquetes, mazar o majar linos, batanes para aderezar sayales y paños, y en el siglo pasado cumplieron la función de centrales eléctricas”. “Es decir, alrededor de estas edificaciones se movía mucho de la economía del entorno”, narra este apasionado investigador.

Como detalle, Larrañaga apunta que los molinos “más potentes” se hallaban en el cauce del río Deba y eran “en mayor medida propiedad de las grandes familias; jauntxos como los de Gabiria, Ozaeta, Olaso-Monzon, Arrese, Laurega…”. Posteriormente, en los afluentes fueron construidos y explotados entre varios vecinos, a modo societario, y entre ellos se encuentran Goimendi errota, Otsai-tzeko errota, Salto errota, Iru auzo o Beko errota, e Ibarrola.

Tampoco faltan las peculiaridades bergaresas de estas instalaciones preindustriales. “Los molinos más antiguos, años 1500-1600, eran conocidos como Bolu y así se quedaron con el paso del tiempo, antes o después del nombre que los distinguía. El término de errota empezó a generalizarse 200 años más tarde, a partir de 1750”, expone Larrañaga. Este relato sobre el patrimonio hidráulico incluye otros muchos pasajes como la gran riada de 1834, “que arrasó el valle, murieron muchas personas y la fuerza del agua destruyó la mayoría de los molinos”, sentencia el autor del libro, en cuyas páginas pueden encontrarse otras muchas curiosidades. Estará a la venta el mismo día de la presentación y en los lugares habituales.

13/12/2022