“La tortura constituye el gran agujero negro, el tema del que no se puede hablar”. Con un discurso sólido, Pau Pérez Sales (Girona, 1963) sabe de la importancia de abrir boquetes en ese silencio. Es director del Centro Sira, de atención multidisciplinar a víctimas de malos tratos y tortura. Este psiquiatra fue uno de los participantes en las recientes jornadas de sanfermines 78: Gogoan, en un debate sobre la Transición y los derechos humanos. Pérez Sales elogia las iniciativas de reversión de “procesos de amnesia” sobre ciertos “episodios de violencia política”. Cree que la Transición generó una serie de “vacíos por todos los temas no hablados”, que todavía “tienen implicaciones”. Uno de ellos la tortura, donde observa “un especial silencio, porque es un tema tabú, negado a la mayor por parte de la mayoría de los partidos políticos”. Con una baja recepción en general en el Estado. Pide salir de la “lógica de cálculo político donde las víctimas son simplemente un elemento más de la ecuación”, y reclama un compromiso que sí puede haber a lo mejor en determinadas instituciones del País Vasco o de Navarra” que, a su juicio, “hablan desde una lectura humana”.
Comenta que fuera de la CAV y de Navarra, el eco de los estudios contra la tortura es escaso. Un termómetro de cómo estamos.
–El problema es que la palabra tortura tiene un significado semántico que se asocia muchas veces a la violencia física, extrema, al uso de la electricidad, a cosas que provocan un horror existencial o primario, que genera un rechazo, y entonces, lo que la persona necesita creer es que eso no pudo ocurrir aquí o no puede ocurrir aquí.
Eso lo aborda en el documental ‘Karpeta urdinak’, de Ander Iriarte. Hay una extendida fe en el sistema.
–Existe una necesidad de creer que el sistema es justo y se maneja con principios éticos. Y hay una cosa que en el fondo todo el mundo sabe, que son las cloacas del Estado, que existían, existen y seguirán existiendo, porque son estructuras que están latentes, y que en el momento en que el Estado se siente amenazado inmediatamente estas estructuras se reactivan y se ponen en funcionamiento. Podemos hablar del referéndum del 1 de octubre en Catalunya, cuando de pronto empezaron a aparecer dinámicas y formas de funcionamiento de los Cuerpos de Seguridad del Estado que recordaban mucho al País Vasco. Y esto ocurre en el Estado español, en Francia, en Alemania, en las democracias teóricamente avanzadas. Una parte de ejercicio de la violencia a través de medios ilegítimos que siempre está en la recámara cuando alguien decide que hay que usarla.
Volviendo a su argumento anterior...
–Gran parte del problema es ese imaginario que asocia la tortura con la violencia extrema. Y está claro que esa no es, ni siquiera en las peores épocas, la tortura más frecuente. En la documentación que hemos hecho de casos en el País Vasco, por supuesto que hay gente que ha tenido tortura eléctrica, pero son porcentajes muy bajos. Lo que cuesta hacer entender es que la mayor parte de la tortura es psicológica. Igual o más devastadora que la tortura física.
Lo cual desmiente prejuicios.
–Exacto. En la física se está pensando en quebrar o doblegar la voluntad de la persona a través del dolor físico. Pero muchas veces este es una manera más de las diferentes que existen de provocar la quiebra psicológica de la persona. Los métodos de tortura que dejan secuelas más graves e importantes, que provocan más esa quiebra, son por una parte el miedo, las amenazas, el terror, las expectativas que la persona pueda tener de daño hacia sí o a hacia personas queridas. En un estudio sobre el País Vasco, la principal razón por la que las personas se rompían y aceptaban firmar era cuando amenazaban a su familia. Algo aparentemente light como unas amenazas en cambio mucha gente refiere que fue el punto de ruptura. O lo que llamamos el ataque de las emociones secundarias, la humillación, la vergüenza, la culpa. Ataques a la dignidad, a la identidad, agresiones en elementos básicos de la persona, que la van degradando en una vivencia profunda de indignidad que queda grabada durante muchísimo tiempo. La desnudez, las burlas... pueden parecer también formas de tortura menor, pero la gente cuenta que el dolor físico se olvida pronto, pero esa vergüenza o humillación te queda para siempre. O la culpa, cuando fruto de todo esto tú acabas dando un nombre o contraviniendo tus principios morales. Por ejemplo, alguien en una celda que oye que llega la policía, y esta abre la celda de al lado...
Y siente un alivio visceral.
–Claro, pero luego deja una culpa. Otro ejemplo: la mayoría de personas explican que a lo mejor en cuatro días durmieron cinco horas. Y los estudios demuestran la necesidad de un sueño reparador, continuo, sin interrupciones. La mayoría de falsas confesiones en detención, según estudios en Inglaterra y Estados Unidos, se asocian a no dejar dormir a la persona y a niveles de azúcar bajo por no darle de comer. Eso es tortura psicológica, es debilitar a la persona, no permitirle pensar con claridad, llevarle a una situación de agotamiento emocional. Vemos en el trabajo con las víctimas una gran cantidad de gente que pasó por situaciones de estas, pero que no se reconoce como tales, porque no les pegaron tanto, o les pegaron menos que al otro, y que sienten pudor a ser considerada así. Cuando se reconocen 5.000 víctimas en el País Vasco, en el informe del IVAC, probablemente estamos ante una infraestimación muy importante, porque hay gente que no va a reconocerse como tal, pese a que tiene un daño. Y hay que conseguir que su entorno, la cuadrilla, la familia, entiendan el horror por el que estas víctimas han pasado.
Hablaron sobre la Transición, época elevada a categoría de piedra angular, donde al mismo tiempo se dio el ‘in crecendo’ de ETA. ¿Eso hace que muchos sectores eviten cualquier lectura crítica?
–Aquí hay una lucha de legitimidad moral. Obviamente víctimas son las de ETA y las de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Tan víctimas son unas como otras, pero lo que intentan cada uno de los partidos políticos es capitalizar el valor ético o moral de la víctima y hacer un uso político; manipular o utilizar ese tipo de emocionalidad. Eso implica crear un planteamiento de buenos y malos, de blanco y negro, en el que las otras víctimas están mintiendo o exagerando. Es un discurso polarizante y maniqueo. Dentro de él, es obvio que para la mayoría del Estado alinearse con las víctimas de ETA y considerar que cualquiera de la orilla de enfrente, miente, exagera u obedece a un manual, es lo más rentable en términos de capitalización política del sufrimiento. Cuando en realidad lo que sabemos las personas que trabajamos en estos temas, es que para poder avanzar hacia un futuro en el que la violencia sea parte del pasado, hay que empezar por reconocer y legitimar el sufrimiento de todas las víctimas. Y las de tortura no piden una reparación económica, sino simplemente una verdad que sea reconocida, que haya disculpas por parte del Estado y se reconozca que hubo excesos y uso de métodos ilegítimos.
En ‘Karpeta urdinak’ reflexiona sobre la cadena de mando, desde los perpetradores en el calabozo hasta los que generan directrices.
–En Cal viva, el libro de memorias de José Amedo, él dice que Felipe González estaba perfectamente enterado de todo lo que hacían, y que no se movía un hilo sin que el presidente del Gobierno lo supiera. Y eso lo dice alguien que fue responsable de los GAL. Mal iría un sistema en el que alguien puede torturar por su cuenta. Al sistema lo que no le interesa o no puede permitir es la existencia de psicópatas actuando por libre. En las poquísimas veces en las que no hay impunidad, el oficial o la persona que se arremanga es quien se lleva la responsabilidad, cuando en realidad es simplemente un peón de una estrategia. La tortura es sistémica siempre. En todos los casos. Y nunca es un tema de manzanas podridas o de personas que actúan por libre. Hay un diseño, una estrategia, un entrenamiento y escuelas de formación, lamentablemente.
‘Hay’, en presente.
–Sí, en presente. El mecanismo nacional de prevención de la tortura habla de 52 condenas por tortura y unos 520 por delito contra la integridad moral de personas detenidas en España en doce años.
Está en cartelera Argentina, 1985. El cine sigue siendo una herramienta en derechos humanos.
–Tengo ganas de verla. Ha habido varias películas en el contexto argentino que han tenido un efecto social auténticamente catártico. Las verdades se construyen en procesos muy largos en los que hay que ir lentamente quebrando esa expectativa de que lo horrible no ha podido suceder. Hay un proceso de maduración social que permite ir asimilando estas verdades y romper los procesos de negación colectiva o de mirar para otro lado que existen de manera natural en las sociedades. Creo que este tipo de películas, obras de teatro o libros son muy importantes, porque van haciendo este trabajo. Estas películas que acceden a círculos comerciales y se difunden entre grupos de población más allá de gente de derechos humanos ya convencida, tienen muchísima importancia.
En Pamplona, además de con el activista Jorge del Cura, debatió con Mikel Soto, de la Red de Personas Torturadas de Navarra.
–Es un camino importantísimo. Dirijo una revista, Torture Journal, médica y psiquiátrica sobre rehabilitación de víctimas, que se publica en Copenhague, y le pedí a Mikel un artículo recogiendo esta experiencia, porque creo que es prácticamente única a nivel mundial. Que un grupo de víctimas que son capaces de organizarse para recoger testimonios, hacer un censo, ir a ver a gente a sus casas e intentar poner en marcha un proceso que viene desde abajo, desde la base. Esto tiene un extraordinario valor. Muchas veces las víctimas son vistas desde una mera vulnerabilidad, manoseadas e utilizadas políticamente, o por estudios académicos. Y aquí tenemos a personas que se posicionan como actores y dicen: vamos a contar lo que ocurrió, y a buscar apoyos institucionales o de la academia, pero somos nosotros quienes os queremos contar la historia. Esto tiene muchísima relevancia, porque es un elemento de empoderamiento, y porque aporta un poco la sensación de que intentaron quitarles el control sobre sus vidas pero lo están recuperando. En esa mesa redonda Mikel dijo que se daba cuenta tras muchísimos años de que no había hablado de esto. Y afirmó que después de escucharme se le revolvió todo por dentro, porque son cosas a las que es muy difícil poner palabras. Por eso es importante conseguir contar las emociones, aunque sepas que en el fondo nadie te puede entender. Porque esto quien no lo ha vivido no lo puede entender. Pero es importante intentarlo. Me pareció tremendamente honesto por parte de Mikel, y muy revelador de la experiencia de muchas víctimas, que 20 o 25 años después en realidad pasan de puntillas y no han podido contarlo. Estos procesos, desde la confianza de estar ante otras víctimas, tienen una función muy importante en términos de reparación, de dar la voz y que esto sea reconocido. l