LA mayoría de los bogadores pasan con sufrimiento los duros meses invernales con la competición con aliciente principal para superar cada entrenamiento. Es la época de las probaturas, de dar los primeros pasos en la remada y empezar a formar la tripulación. En esa fase del año no tan agradable, Paul Galdiz (Getxo, 1985) disfruta. Ver cómo un bote cada vez va más rápido, sin importar los tiempos de los rivales, y cómo cada decisión influye en el rendimiento es una de las partes más interesantes para el getxotarra. Por eso, con ese interés, ser entrenador era una de sus tareas pendientes y este año se ha embarcado en esa aventura siendo técnico de Castro. El vizcaino llega a un histórico venido a menos, que aún recuerda lo que era alzarse con la victoria en la bahía donostiarra. En este primer curso, la embarcación castreña ha dado un paso adelante en la ARC-1 y se mantiene en un cómodo séptimo puesto.
Ser entrenador era una asignatura pendiente para Galdiz. Algo que no surgió de repente y que ya intentó en otras ocasiones. “Siempre he querido probar ser entrenador. Estuve a punto de hacerlo en Getxo, pero al final no salió el proyecto. Este año no tenía ganas de solo remar y salió la oportunidad de Castro. Al principio no me terminó de convencer por la distancia, pero al final hablándolo en casa dijimos que había que probar y ahí me embarqué”, cuenta el getxotarra. La primera experiencia y en un “feudo difícil”, tal y como le reconoció la propia directiva del club cántabro. Sin embargo, Galdiz decidió dejar atrás todas esas posibles dudas y tratar de apostar por dar el paso definitivo y convertirse en entrenador.
Hacer que el bote vaya más rápido es la principal motivación de Galdiz. No solo ahora que está metido de lleno en su labor como entrenador. Esos detalles que hacen que una trainera arañe décimas al cronómetro es algo que siempre ha atraído al getxotarra y se ha fijado mucho en lo que hacían sus entrenadores. Ahora tiene la oportunidad de poner en práctica todo lo aprendido. “A mí me gustan las medidas, jugar con la remada, analizar el GPS… eso es lo que me gusta. Igual no tanto la gestión de la gente, eso no me atrae tanto. No todas las cosas de ser entrenador me atraían, pero sí que había una que me llamaba mucho”, comenta.
Esta mentalidad hace que vea el remo de una manera diferente, que su foco no esté centrado exclusivamente en la competición. Para Galdiz la lucha comienza en la primera palada del invierno y el primer rival es uno mismo. “Sí soy competitivo, pero no me vuelve loco ganar o no ganar. Sobre todo he disfrutado en los inviernos y en Orio me di cuenta que casi disfrutaba más del invierno que del verano. Me gusta ver como un bote va cogiendo nivel. Ese trabajo se hace más en invierno y siempre me ha encantado. He analizado mucho siempre lo que hacía el entrenador y eso me atraía mucho para convertirme en técnico”, apunta. Sin embargo, no siempre es fácil transmitir esa mentalidad al remero. Ese resultado, que muchas veces hace de juez injusto del trabajo realizado, marca la felicidad o la tristeza de la mayoría de los remeros. “Es difícil porque el remero siempre se fija en el contrario. Muchas veces prefiere ganar aunque no haya nivel que quedar cuarto con mucho nivel. Yo pienso diferente. Prefiero hacer un tiempazo y quedar quinto. Pero luego el remero quiere ganar al de al lado y muchas veces esto puede chocar”, reconoce.
Aunque para un primer año como entrenador, Castro no es el lugar más tranquilo. Es un club con gran palmarés y que todavía recuerda lo que era dominar el Cantábrico. “Castro es un club bastante venido a menos en comparación con lo que fue, sobre todo, en infraestructura, pero ellos viven como un club grande. Viven tanto el remo que es intenso todo el año y porque aquí no se vive tanto, por ejemplo Getxo no ha sacado trainera y nadie se ha enterado”, cuenta Galdiz, que opina que el club necesita un cambio: “Es muy duro lo que les ha pasado, pero haciendo lo mismo, más o menos andarás similar. Aunque cueste hay que dar cambios grandes y eso es lo que le puede faltar a Castro”.