Dio la sensación de que la tarde podía cambiar su rumbo cuando se vieron las condiciones del cuarto de Escolar. Pero fue sólo un destello de optimismo, una esperanza que no se cumplió. El cuarto ofreció algunas embestidas aceptables en el capote, y se tragó la primera serie de muletazos en las manos de Joselito Adame. Ya era más que lo que habían dado sus hermanos: peligro del que se llama sordo, del que no sube al tendido, del que no se nota. Pero lo tuvo toda la corrida. El primero, un grandullón que salía un poco del tipo del encaste, y del que tuvo el resto de la corrida, era uno de esos que asusta con la mirada. De los que parece decirle al torero, con suficiencia y sin bromas: “¿Me estás mirando a mí?”. Los demás fueron un poco a la zaga de éste; con la expresión ya lo decían todo. Hay tener mucho valor para aguantar el tipo ante una corrida como la de ayer. Son toros que van a cara a cruz, aquí no hay medias tintas: o salen para el toreo, o salen para la lidia. En la mayoría de las ocasiones es para la segunda. Con éstos no vale inventarse faenas, ni buscarles las vueltas, ni cosas de ese estilo. La faena ya la llevan ellos en su idiosincrasia. No permiten muchos triunfos por el simple hecho de que no consideramos que una actuación de valor, desprovista de preciosismo, pueda ser un éxito premiado. Lo que sí tiene que quedar claro es que una corrida como la de ayer, tiene que salir. Está en el campo, son toros bravos y por tanto forman parte de la fiesta. No son fáciles. Pero, ¿acaso la existencia es siempre fácil? ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que la tauromaquia es el espejo de la vida? Pues eso, que ésta no está siempre llena de éxitos, y el fracaso y la frustración también forman parte de ella. Ayer vimos a tres valientes en el redondel. Gracias a ellos se mantienen encastes como éste, imprescindibles para la tauromaquia y para muchos aficionados.
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