En el ocaso del UAE Tour, ocurrió lo inesperado. En Jebeel Hafeet, Brandon McNulty se entregó en silencio, sin molestar, a modo de una vela que se queda sin oxígeno y la llama perece sin un solo mohín. El norteamericano que voló en la crono, plegó las alas. La escalada era inaccesible para él. Negó con la cabeza y se entregó al desconsuelo y la fatiga en la primera escalera de Jebeel Hafeet. Peldaños malditos.
Jay Vine, el campeón que llegó del rodillo, también tuvo que arrodillarse. Una letanía le atenazó. El líder entró en números rojos, acalorado en una ascensión de aspecto lunar que eliminaba a los ciclistas con silenciador. Se desprendían, angustiados entre unas vistas marcianas, una serpiente de asfalto que correteaba hacia la cumbre y estrangulaba el sentido común. Pulmones de arena y piernas de madera, carcomidas por las termitas del cansancio.
Una subida de ciencia ficción volteó la lógica del UAE Tour. Nada de lo esperado sucedió. Eso es la vida, un viaje indescifrable. El futuro no existe. El lema del punk. Con esa energía tomó la cima el joven Lennert Van Eetvelt, campeón de la carrera emiratí. El belga inopinado, apenas 22 años, derrocó a Ben O’Connor, que perdió el pulso por un par de segundos. El australiano se obsesionó con Pello Bilbao, formidable, que fue segundo en la cumbre. El gernikarra cerró el podio tras una gran actuación en la mole de rocas que todo lo alteró.
Pello Bilbao, a por todas
Pello Bilbao, que cumplía años, celebraba los regalos que le traían la montaña, pero no se conformó con eso. El gernikarra, hombre de acción, no sólo quería contar las buenas nuevas, también fue a buscarlas. Quería agarrar por las solapas la esperanza. La valentía talla su camino. Se rebeló plegada la mitad de Jebeel Hafeet. Para entonces, O’Connor era el líder. El australiano supo de inmediato que era Pello Bilbao al que había que domesticar. Nunca le concedió demasiado aire para que la cometa del vizcaino no tomara vuelo.
Los ojos de O’Connor se enroscaron en la espalda de Pello Bilbao y eso le condenó. La mirada bizca de la desconfianza le cegó cuando Van Eetvelt, un jovencito belga, agarró el teleférico a la gloria y entre los nobles se miraron demasiado, menospreciando la amenaza. Nadie pensaba en él porque era un secundario entre la foresta del anonimato. Sin embargo, la carrera había tachado a los UAE de un soplo.
Adam Yates, tras una caída días atrás, y Vine y McNulty fagocitados por el cansancio, desenmascarados por la montaña. Les arrancó la careta de cuajo y mostraron el rostro de la derrota. Pello Bilbao, a cara descubierta, se la partió por vencer. Le quedó la rabia de ser segundo, pero el orgullo intacto de buscar el triunfo sin desmayo siempre que pudo. Fue el mejor del grupo, pero Van Eetvelt rompió con el guion. Se escapó de la ecuación, del cálculo.
Las bonificaciones, clave
Su victoria final en el UAE Tour la encontró en la montaña que siempre determina al campeón, pero la ventaja que le validó su mejor conquista la obtuvo en las entretelas, en los esprints bonificados que en ocasiones tanto se desprecian, como si no fuera honorable obtener rentas de ese modo.
Sucede que en el ciclismo de las ganancias marginales, en el que todo está tan apretado, en el que se cuenta cada segundo como si se tratara de un brillante, son un vergel, agua en mitad del desierto. El belga obtuvo media docena de segundos en esas pancartas de los días serenos y eso le concedió el triunfo definitivo. Van Eetvelt derrotó a O’Connor, el que parecía sería campeón, por dos segundos. El día de su cumpleaños, Pello Bilbao se regaló el podio.