El juego de la pelota, todo un símbolo de identidad vasco, alcanza su máxima expresión en los frontones. Pero antes de dar espectáculo, hay un imprescindible de este icónico deporte que es obra de auténticos artesanos: las pelotas, que robando la mirada del público, cogen vuelo en busca de anotar tantos. Uno de estos maestros es Juan Carlos Otero, que lleva más de cuatro décadas enrolado en la profesión de pilotagile.
Siendo adolescente, este alkizarra de nacimiento se mudó a vivir con su familia a Anoeta, donde ingresó en el club de pelota. Guiado por su delegado, Jeremías Pérez, que había aprendido los entresijos del oficio de la mano del pelotero tolosarra José Manuel Morales, se inició con 17 años en este arte del que quedó prendado. Y, mientras tanto, este joven anoetarra de adopción demostraba en la cancha sus dotes para la pelota jugando a pala. Otero estuvo en activo como palista profesional hasta 1997, casi una década en la que inscribió su nombre en el palmarés del Campeonato de Parejas de Euskadi. Concretamente, se calzó la txapela en la temporada 1992-1993. En 2002 constituyó una sociedad cooperativa junto a otros tres socios, que se dedica a la elaboración de pelotas para mano y herramienta.

Otero, maestro pelotero, trabajando en el taller de Anoeta.
Empezando por el ‘kizki’
En la antigüedad, la diversidad de materiales que empleaban los peloteros era incontable. Usaban estopa, lana de oveja, borra, pelo de perro, trapos, hongos de las hayas, gelatinas vegetales, algas marinas, intestinos de animales, pieles de cabra y carnero… La transformación “más innovadora y trascendental”, como recoge la Diputación Foral de Gipuzkoa en el apartado de su web centrado en los oficios tradicionales, irrumpió a mediados del siglo XIX con la utilización del caucho para realizar el 'kizki' (núcleo de la pelota). “Desde entonces las pelotas fueron de menor tamaño, más ligeras y más vivas, y esas particularidades contribuyeron definitivamente a la implantación y expansión del juego a blé, es decir, el juego indirecto”, explican.
La de Juan Carlos Otero es una vida ligada al frontón. Sus habilidosas manos alumbran pelotas siguiendo un metódico proceso, cuya “madre del cordero” como señala, es el 'kizki'. “A veces solo lleva goma y otras una pequeña bola del tamaño de una canica, que antiguamente era de madera de boj, y hoy en día, mayormente, es de plástico. A esta esfera se le ovillan o envuelven unas tiras de látex en toda su superficie. Según el tipo de pelota que sea tienen diferentes tamaños y pesos, que es lo que le da el sonido especial”, detalla el experto. A continuación, hay que darle cuerpo y, para ello, se va devanando o liando un hilo de lana sobre el 'kizki', y en los últimos milímetros se emplea algodón para que quede compacta. De la dureza que se le aplique a esta última capa dependerá, tal y como precisa Otero, el comportamiento de la pelota “en su bote o salida”.

Proceso de fabricación artesanal de pelotas.
Después se incorpora el cuero, “el de oveja para las pelotas 'goxuas' que es más tierno, o de cabra que en función de cómo esté curtido puede quedar muy apergaminado o más blando”, cuenta este artesano. Se comienza a coser, por supuesto manualmente, incidiendo en los bordes hasta que queden bien ajustados para lograr una redondez perfecta.
Tipos de pelota según la especialidad
El de la pelota es un mundo. “Empiezas a enumerar y no acabas”, comenta Otero. Desde las particularidades de las propias canchas (plaza libre, frontón corto de pared izquierda y largo, y trinquete) hasta más de una veintena de modalidades. Cada especialidad y categoría tienen unas medidas y un peso específico que hacen variar el modo y los tiempos de elaboración. “Una pelota 'goxua' para benjamines pesa unos 45 gramos; la de mano de profesionales, que son las más famosas que aparecen en los medios de comunicación, entre 101-106 gramos, y algunas de cesta punta están entre 125-130 gramos. El abanico es grande”, reitera Otero.

Otero probando una pelota ya terminada.
El oficio ha ido caminando al compás de la evolución del juego que “actualmente es mucho más vivo”, destaca. En el taller Otero Pitotagilea de Anoeta (Apeadero Aldea, 1 behea) fabrican de forma artesanal una gran variedad de pelotas para clubes, federaciones y particulares. Acuden, además, a ferias, sobre todo de ambiente euskaldun en las que el producto tiene una mayor acogida. “En este caso, en torno al 80% de las ventas son chavales que juegan o quieren jugar en escuelas de euskal pilota”, concluye el maestro pelotero.