El 16 de mayo de 2001, hace justo dos décadas, tuvo el honor de lucir el brazalete de capitán en la inolvidable final de la Copa de la UEFA frente al Liverpool. Tras curtirse en el fútbol de barro durante años, el bermeoarra llegó a Vitoria en plena madurez y de la mano del club albiazul recorrió un increíble camino.
Desde el sufrimiento del primer curso para evitar el descenso a Segunda B a la inesperada gloria de rozar con la yema de los dedos un título continental. Un trayecto en el que la humildad, el compromiso, el sentido común, el sacrificio, la responsabilidad y –por supuesto– su excelente rendimiento sobre el césped le convirtieron en una pieza indiscutible del equipo. Líder de la defensa y del vestuario.
En Dortmund vivió en primera persona la montaña rusa de emociones que coronó al subcampeón más recordado de la historia. Veinte años después, confiesa que no ha sido capaz de ver la final y que no conserva recuerdos de esa histórica cita más allá de la medalla que recibió en el Westfalenstadion. Tiene claro, eso sí, que aquel partido hizo más grandes a todos los que sienten el alavesismo como algo propio y sembró una semilla que ha germinado llenando Mendizorroza de una nueva generación de fieles.